Más avanza el tiempo con Steven, y más se abre el camino de la ilusión. Una fuerza tan extraña como hermosa me impulsa hacia su interior, pero me freno. El miedo me frena, el miedo me silencia. Y no quiero estar en silencio, no quiero generar interrogantes en Steven, no quiero ni de cerca tener la conversación del tema, así que dejo de pensar.
El atardecer va llegando, y muchas de las personas ya se están yendo hacia sus hogares. Steven no dice nada acerca de irnos, aunque tampoco tengo apuro.
El día de hoy ha sido muy hermoso. Pensé que se me iba a complicar estar lejos del móvil, lejos de saber la hora, lejos del manuscrito que debo corregir, pero no sucedió nada de eso. Steven propuso que me desconectara de todo, y lo logró. Sin querer queriendo me presentó una tranquilidad que no sabía que necesitaba tanto.
Mis ojos se encuentran en los cambios de colores que hay en el cielo. El sol se está escondiendo y tal maravilla es para apreciar.
¿Hace cuánto no observo un atardecer? ¿Hace cuánto no disfruto de la naturaleza? Realmente no recuerdo la última vez que me detuve a observar el cielo, las nubes, o las estrellas. Así que, guardo cada parte de este momento.
Sonrío y aparto mi mirada del cielo, y cuando lo hago, me encuentro con que Steven me está observando.
—Teniendo un hermoso atardecer frente a ti, ¿me miras a mí? —pregunto y sonríe.
—Es que te veías muy hermosa.
—Oh...
Vuelve a sonreír. Sus palabras logran que la ilusión vuelva a hacerse presente, pero me niego rotundamente a pensar en ello.
—¿Apurada por irte? —me pregunta y niego con la cabeza—. Me gustaría llevarte a un último lugar, ¿aceptas?
Y al aceptar su propuesta, levantamos campamento. El lago queda a solas, tranquilo, y limpio. Resaltar esto último me parece en serio importante.
Nos subimos a la camioneta, y Steven emprende viaje hacia donde sea que quiera ir. Enciende su estéreo, y para mi sorpresa, James Bay comienza a sonar en los parlantes. Lo miro, me sonríe y me devuelve la sonrisa. Me relajo con la melodía, con la voz, y observo el recorrido.
Viajar escuchando a mi cantante favorito, sin emitir palabra alguna, no resulta para nada incómodo, sino que todo lo contrario. Tal parece que nos abraza una linda paz.
Steven deja la camioneta a un lado de la carretera que nos lleva a la ciudad. No veo nada alrededor, sólo oscuridad, y cuando apaga la música, sólo se escucha el sonido de los grillos.
—¿Steven? —me mira—. ¿Qué hacemos aquí?
Sonríe.
—Hay que bajar para apreciar la belleza de este lugar. Sé que desde aquí parece que es un buen lugar para asesinarte, pero te juro que no.
Me río.
—No había pensado en ello, ahora me das miedo.
Ahora es él quien se ríe.
—Lo siento. Yo no voy a asesinarte, pero los mosquitos pueden que sí, hay mucho pastizal aquí, así que...
Me pasa un spray para los mosquitos, nos bajamos de la camioneta, y ambos nos colocamos el producto sobre la piel.
Miro a mi alrededor, y aún no entiendo donde esta la belleza del lugar. Steven saca una linterna de su mochila, ilumina un camino que nos guía hacia abajo, y me ayuda a bajar la pequeña altura.
Y es recién aquí cuando veo la belleza que mencionó. Desde aquí podemos observar todo Pallet Ville. La ciudad se encuentra iluminada, y no sabía que tan hermosa podía ser desde esta perspectiva.
Las luces de colores del parque de diversiones, las luces de la ciudad, los edificios, las casas, todo se ve muy bonito.
—Pallet Ville es una ciudad hermosa —dice Steven—. Pero verla desde aquí, parece que ese adjetivo no es suficiente.
—Estoy de acuerdo —sonrío—. Es una linda forma de cerrar un gran día.
—¿Fue un gran día?
Lo miro. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad que hay a nuestro alrededor, por lo tanto, puedo notar que lleva un rostro preocupado. Como si en verdad se estuviera preguntando si fue un gran día para mí.
—Fue mucho más que eso, en serio. Y es algo que te agradezco. No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí tan tranquila y relajada —respiro profundo, respiro lo último que me queda de tranquilidad y relajación. Mañana me espera, nuevamente, el ritmo de mi agenda—. Me has brindado esto, paz.
Sonríe.
—No fui yo. Fue el lago, y ahora la ciudad.
—Sin tu propuesta, no hubiera conocido el lago, ni hubiera sabido lo hermosa que es la ciudad desde las alturas. Mi domingo habría sido en pijama, trabajando.
—Puedo ser tu escape siempre que lo necesites.
Suspiro y sonrío.
—Creo que no sé cuándo lo necesito. Es decir, no sabía que necesitaba paz, hasta el momento en donde mis pies tocaron la arena.
—Pienso que sabes cuando necesitas paz, pero no te permites el momento.
Me encojo de hombros, puede que tenga razón. No le respondo, y observo la ciudad. No quiero olvidar esta sensación, porque vaya a saber cuándo volveré a sentir toda esta inmensidad de tranquilidad.
—¿Puedo proponerte algo? —pregunta Steven, lo observo, asiento con la cabeza y sonríe—. Me gustaría mostrarte que la vida pasa más allá de una agenda.
—Uh. Eso es difícil para mí.
—Pero no imposible para mí.
—¿Y como sería la propuesta?
Sonríe aún más cuando nota mi interés. Su confianza es algo hermoso, algo que te contagia al sí.
—¿Me prestas tus sábados? O tus domingos. Cualquiera de esos días. Bueno, ¿normalmente tienes planes para esos días?
—Mmm... no. Soy de quedarme en casa los fines de semana. Puede que los domingos sean más familiares.
—Bien, ¿me prestas tus sábados? —sonrío—. Quiero enseñarte la belleza que ignoras por vivir en base a una agenda. Si un sábado prefieres estar en casa, lo respeto. Pero te pido prestados los sábados restantes.
Su confianza en querer enseñarme esa belleza que dice que me pierdo, se hace aún más grande, más presente en su rostro, en su cuerpo.