Volví a la realidad, la burbuja quedó atrás.
Y, pese a que una nueva semana atareada se presente, no siento un enorme peso sobre mis hombros. Todo a mi alrededor se mueve rápido, mientras que yo me mantengo tranquila. Es como si danzaran al ritmo de una música movida, con muchos gritos, mucho ruido, y yo lo hiciera al ritmo del perfecto sonido del cello.
Soy consciente de todo el trabajo que hay por hacer. El hecho de estar tranquila no me lleva a pasar por alto los problemas. Pero soy ajena a las reacciones del resto, como si el mal humor, estrés, y demás, no me afectara. Soy inmune a la negatividad.
Randall se acerca a mi oficina, me observa desde el umbral de la puerta.
—¿Debo preocuparme o debo felicitarte? —pregunta, y frunzo el ceño—. Valoro tu tranquilidad, Gia —suspira, relaja sus hombros y se sienta frente a mí—. Muchas cosas se salieron de control, y me están costando. Y bueno, eso se nota aquí, no los culpo por estar acelerados, me culpo a mí por generar eso.
Su cuerpo se relaja por completo, como si decir eso le hubiera sacado un enorme peso de encima. Lleva un rostro cansado, se nota a leguas lo mal que viene durmiendo.
—Nos pusimos tan contentos que no vimos las posibilidades de fallas —le respondo—. Pasa, es normal, luego de la crisis va a venir la calma, y los buenos resultados.
—Eso espero —despereza su cuerpo, y sus huesos crujen. Estoy a punto de decirle que no estaría mal que descanse un poco, pero me gana al ponerse de pie, sonreírme y volver a salir hacia el caos.
Bueno, no puedo quedarme aquí sin hacer nada, sin generar al menos un poco de tranquilidad. Además todos la están necesitando, así que salgo y propongo salir al parque a almorzar, el día está hermoso para disfrutarlo.
—La única regla es no hablar de trabajo —digo—. Persona que menciona algo relacionado, será castigado en público.
Se ríen, y nadie dice nada, sólo miran a Randall, buscando aprobación.
—Sí, vayan a almorzar al parque. No me enojo si tardan en volver —responde al fin.
—Vamos, el permiso corre para todos, ¿no? —propone otro de los editores, Randall sonríe y va en busca de su almuerzo. Todos lo imitamos, buscamos el nuestro y vamos al parque.
Y el almuerzo al aire libre nos regala risas, sonrisas, conversaciones lejos de la editorial, pero cercanas a nosotros. Es que hasta le hemos dado consejos de amor a Randall. Compartimos un grato momento siendo amigos, y no siendo empleados.
A la hora de volver al trabajo, los ánimos son diferentes, el humor es distinto y eso cambia la energía del ambiente.
Sabemos que hay mucho por hacer, pero si la energía es otra, las cosas se enfrentan de mejor manera.
Lisa no cena conmigo esta noche, otra vez. Su tiempo con Carl es extenso, como si no pudieran despegarse, y no puedo hacer ningún tipo de comentario sobre ello, no cuando la veo tan feliz. Me agrada Carl, no percibo nada raro en él. Al contrario, siempre me demuestra ser el mejor, el indicado para mi mejor amiga.
Estoy a punto de relajarme en el sofá para disfrutar de mi comida china, pero el móvil me interrumpe. Steven está llamando y eso me lleva a sonreír. Claramente no me enoja el hecho de que me haya interrumpido.
—Steven Fry.
Suspira.
—Hola, Gia.
—¿Qué pasa, estás bien?
—Bueno, yo si. Pero Penélope no. Estoy en la clínica veterinaria. Se intoxico muy feo, le agarró un ataque y me asusté —suena asustado, como dice, preocupado y triste—. Quise escucharte, por eso mi llamado. Necesito tranquilizarme mientras la examinan.
Me levanto del sofá, me pongo los zapatos y cojo las llaves del auto.
—En cuestión de nada estoy ahí contigo —digo.
—No, no es necesario. Quédate en casa, pero habla conmigo, ¿puede ser?
Mi mano libre se encuentra sobre el picaporte, estoy a punto de salir.
—Stev, si voy, ¿eso estará bien para ti? ¿O en serio prefieres que me quede?
—¿En serio puedes venir?
—Claro.
—Gracias, en serio. Aquí te espero.
Colgamos la llamada, y una vez en el auto, conduzco hasta la clínica veterinaria de la ciudad.
Al entrar, me encuentro con un Steven nervioso, caminando de un lado al otro en la sala de espera. Saludo a la recepcionista, y me dirijo de inmediato hacia él.
Me envuelve entre sus brazos al verme, y nos quedamos por un momento así, como si en verdad hubiera estado necesitando de tal afecto.
Nos sentamos, y sus piernas no dejan de temblar. Coloco una de mis manos sobre su rodilla, suspira y sonríe, o intenta hacerlo.
—Quizá exagero con todo —dice.
—Jamás minimices tus emociones.
Suspira, y observa el reloj que tiene frente a él.
—Sucede que es una gata algo vieja, ya pasó por mucho, tanto que cada vez que tenemos que estar aquí, me preocupo demasiado.
—¿Te han dicho algo?
—Sólo estaban tratando su intoxicación, y calmando su ataque.
—Va a estar bien, Stev. Y la vamos a cuidar mucho —me mira y le sonrío.
—Gracias por estar aquí.
—No hay de qué, entiendo lo que es estar en tu lugar.
—¿Si? Nunca te he escuchado hablar de una mascota.
—Porque no es hace mucho que perdí a Freud —frunce el ceño ante el nombre, y luego se ríe—. Shh, era el mejor perro del mundo. Aún no me atrevo a tener otro, después de él, no puedo.
—Lo siento.
Suspiro y me encojo de hombros.
—Yo lo siento. Como terminó todo con Freud no es la mejor historia para contar en estos momentos.
—No me hables de eso, háblame de él, de cómo era contigo. Esa historia si es perfecta para un momento como este.
Sonrío. La verdad que hace bastante que no hablo de él con alguien. Quienes me conocen saben lo mucho que sufrí con su muerte, por lo tanto, no tocan el tema.
—¿Has visto Marley y yo?