Es el cumpleaños de Steven. Aún no lo veo, estoy desayunando con mamá y papá en vista de que no puedo almorzar con ellos hoy.
Es el cumpleaños de Steven, y el sol brilla con intensidad en la ciudad. Hago mención de esto, puesto que toda la semana el clima se mantuvo horrible e inestable, con lluvia y con el cielo repleto de nubes grises.
Pero hoy, no hay nubes, no hay humedad, no hay un clima pesado. Hoy el sol decidió salir para brillar en cada rincón, para ser la total y completa atención. Sí, justo hoy, siendo el cumpleaños de Steven Fry. Él, quien brilla siempre como este sol que nos calienta la piel logrando que nos sintamos en perfecto estado.
Mi desayuno de hoy se basó en responder, en su gran mayoría, preguntas acerca de Steven. A diferencia de otras veces, no evadí ninguna de ellas, y mi madre está loca de contenta por ello.
Hablarles de Steven me recordó a los tiempos donde muy entusiasmada les contaba todo acerca de mi carrera, o lo que se sintió corregir el primer manuscrito que me entregaron. Es decir que hablar de él fue un estallido de emociones hermosas, las mismas que me hace sentir a diario.
Mis padres notan la buena energía que emana Steven en mi vida, y se ponen contentos, al punto de ansiar conocerlo como es debido. Y a decir verdad, yo también quiero que lo conozcan como se lo merece. Lo van a amar, lo sé.
Desde el auto puedo ver el movimiento que hay dentro de la casa de Steven, y hasta puedo escuchar una música que desconozco, pero que claro, Will bien conoce.
Will y el resto de los alumnos fueron invitados. Y en la semana, acompañé a mi hermano a comprarle el regalo. Eligió una taza de una banda de rock, y la llenó de monedas de chocolate. Cuando le pregunté el motivo, me dijo que sin querer le rompió su taza favorita, y que esperaba que con el regalo lo perdone.
Ah, y las monedas de chocolate son para endulzar su enojo no demostrado de ese día. Porque, según Will, le dijo que no pasaba nada.
—Bueno, vamos ¿o qué? —me pregunta, coje su regalo y baja del auto. Yo tomo el mío y lo sigo.
Will toca timbre, y esperamos a que alguien nos escuche por encima de la música. Por suerte alguien lo hace, Nora, quien nos recibe amable.
Mi hermano no tarda en encontrarse con sus amigos, con quienes se saluda de la misma forma que lo hace con Steven.
Ross me recibe con un abrazo, y yo le devuelvo el afecto para después sonreírle. No hay señales de Steven, y Nora me comenta que tuvo que salir a comprar.
La sala de la casa se encuentra decorada con globos azules, morados y plateados, los colores favoritos de Steven. Por un lado, están sus alumnos, muy entretenidos hablando de un especial de música que pasaron anoche.
Por el otro lado, hay tres hombres de la edad de Steven, quienes beben cerveza y comen patatas fritas. No los conozco, pero supongo que son esos tíos, no amigos, de los que habló la vez que traje a Will a su primer clase.
La puerta principal se abre, y Steven entra con una caja de cartón bordó, Nora la toma entre sus manos y se la lleva a la cocina. De inmediato, los ojos del cumpleañero se posan en mí, y sonríe.
Will se me adelanta con el saludo, lo abraza, y le entrega el regalo. Cuando Steven ve la taza, se ríe, y le agradece, no sin comentarle que no era necesario, pero que le gustó mucho.
Nuevamente sus ojos vuelven a mí, luego observa la bolsa que tengo en mi mano, me mira una vez más y me encojo de hombros. Me acerco a donde se encuentra, y una vez cerca, lo abrazo fuerte. Me pongo de puntitas de pie, y le susurro feliz cumpleaños.
Le doy un beso corto en la boca, me sonríe, y le entrego el regalo. Espero que le guste.
Steven saca un disco de vinilo de la bolsa, se trata de uno de Pink Floyd, la banda que más le gusta, según estuve averiguando.
Resulta que Steven tiene Twitter, sólo que dejó de usarlo. Aunque eso no importa, me sirvió para recolectar información sobre sus gustos. No sé cómo me deja eso, pero en fin, pasemos a la historia del por qué el vinilo.
Una vez comentó que le gustan mucho los discos así, que son una reliquia, pero que le costaba conseguirlos, o estaban muy caros. Y supe que Pink Floyd es su banda favorita, debido a la cantidad de cosas que compartía acerca de ellos, y por el último vídeo que subió a su instagram, tocando una canción de ellos, comentando que para él, nada ni nadie los supera.
No fue complicado conseguir uno, tuve la suerte de que Carl me recomendó un buen lugar, y gracias a que me acompañó, me hicieron un descuento bastante importante. Todo por la amistad entre Carl y el dueño de la tienda.
Steven me mira, observa el disco, y vuelve a mí.
—Hay algo más —le digo, y pone esa cara de que no era necesario. Lo ignoro e insisto que busque.
Es un cuadro con una foto suya y de su abuelo. Gracias a Ross obtuve la fotografía. Cuando hablé con él le pregunté qué podía gustarle, y me comentó de la foto, que es la que Ross tiene en su billetera, y que mucho le gusta a Steven, pero nunca se animó a pedirla. Ross quiso dársela una vez, cuando notó lo mucho que le gustaba, pero Steven se negó. Bueno, hice una copia de la misma y la puse en un lindo marco.
Observa la fotografía, y no dice nada al respecto. Temo por haber hecho algo mal, por haberme metido en algo muy íntimo.
—¿Y bien? —pregunto y me mira—. ¿Te gustaron mis regalos o fue demasiado?
Steven sonríe, y se hace presente la emoción en sus ojos. Me abraza fuerte, y se queda así por unos segundos. Creo que está llorando, y lo confirmo cuando se separa de mí, y se seca las lágrimas.
—Ay, Stev, lo siento.
—No lo hagas, son lágrimas buenas, lo prometo —mira sus regalos una vez más—. Te has pasado, Gia. Tu regalo ha sido perfecto, y te lo agradezco mucho.
Sonrío y acaricio su rostro, paso mi dedo índice sobre la comisura de su sonrisa.