Cuando al fin Karin y Suigetsu dejan de pelear, Juugo se encarga de guiar el camino hacia no se sabe dónde, pero al mencionarlo, el ambiente se ha puesto más pesado. Los dos peleoneros se han quedado tranquilos y seguido el camino sin si quiera murmurarse un solo insulto. Como mansos corderitos.
En lo que Sasuke lleva de conocerlos, puede deducir que eso no es muy natural en las dinámicas del equipo y se pregunta a dónde van, que es tan importante para ellos, pero no menciona nada; supone que es mejor esa extraña calma, que recorrer el bosque llamando la atención de cualquier escuadrón ninja enemigo.
Después de casi cinco horas de viaje en el silencio más sepulcral (a excepción de los ya muy usuales quejidos del tiburón por el calor, por la sed, por el agotamiento y las subsecuentes miradas de odio por parte de la única chica), el equipo llega a un campo de flores algo descuidado, junto a un lago y con un árbol de cerezos en medio.
Por la temperatura, Uchiha asume que es casi el final del verano y las hojas del cerezo no están en su mejor momento; a pesar de que sigue siendo una vista bellísima, él nunca ha sido muy de observar flores, ni árboles, ni nada, así que no encuentra el punto en visitar el lugar con tanta urgencia como sus compañeros lo quisieron hacer ver.
Eso es hasta que ve una roca, acomodada con mucho cuidado justo bajo las ramas del cerezo y escondida entre la maleza, propia de un lugar que no es frecuentemente visitado, tal como aquel. Sasuke como que comienza a entender la idea de todo.
Suigetsu le da un leve empujón, instándolo a acercarse al gran árbol.
Pero cuando nota su mirada desconcertada, siente que el peliblanco lo odia un poquito más. —¿Qué? ¿Ya se te olvidó dónde dejaste a tu esposa?— escupe con rabia, mucha rabia y Juugo tiene que intervenir para que el peliblanco no arme una pelea en el lugar.
Karin está más silenciosa de lo que ha estado todo el camino y le lanza una mirada insegura.
Y aunque es cierto que él mismo se ha sentido perdido, desconcertado y totalmente fuera de lugar desde que se despertó, lo de la esposa lo dejó mucho peor.
Y una esposa muerta, ni más ni menos.
¡Tengo trece años, ni siquiera es legal que me case!
Si es cierto que viajó al futuro, supone que es posible que se haya casado con alguien, pero para que eso hubiera sucedido, Itachi tendría que estar muerto ya, porque, de no ser así, no pondría en riesgo a su futura familia, ni tampoco tendría mucha cabeza para pensar en otras cosas.
Aunque no quiera, muy dentro de sí, se pregunta con quién habría de casarse; nunca se ha sentido especialmente atraído por las mujeres (ni por los hombres tampoco, para aclarar) y supone que para restablecer su clan, habría escogido una mujer fuerte, su esposa tendría que ser la mejor kunoichi, porque si fuera por algún tipo de cariño, pues terminaría uniéndose con-
No. No. No.
Un viento frio le recorre con la sola idea.
Suigetsu se lo habría dicho. Lo habría insinuado. No parece del tipo de personas que se guardan sus opiniones, así que algo habría dejado escapar.
Y Sasuke se da cuenta.
Que Suigetsu sí lo hizo.
Tantas veces que le reprochó haberle hecho daño. Tantas veces que le habló con amargura. El silencio de Karin y la protección de Juugo, había algo ahí también, pero él no lo vio. Una razón por la que le protegen personas a las que, supone, supera en nivel.
Como si el pecado fuera demasiado grave como para confiar en que podría seguir adelante.
Como si no pudiera cuidarse por sí mismo.
Lo único que hacemos es acompañarte para que no te mates por la culpa.
No. No. No.
Él no habría sido capaz.
De alguna manera, se siente más real el hecho de que ella esté muerta. Ahora que está allí, a unos metros de su tumba improvisada, el peso de unas acciones que sabe que cometió, pero no pudo evitar, se hunde en su pecho, pesado como el plomo, asfixiándole, impidiendo que sus pulmones trabajen correctamente.
Había tenido la esperanza de que Suigetsu hubiera cometido un error, o de que ella se hubiera salvado mágicamente, o de que simplemente fuera mentira.
Pero la hierba en sus pies, húmeda, marca un camino hacia el árbol y la roca junto a sus raíces se dibuja cuando el aire juega con la maleza. Ella no solamente era su compañera, era su amiga, también su esposa y cuando lo piensa bien, eso último no es un hecho que le sorprenda demasiado, pero él se atrevió a hacerle daño y a cruzar una linea, a transgredir una regla inquebrantable.
Ella era lo único puro en el equipo. Naruto y él están tan jodidos y solos y amargados y traumatizados por un pasado cruel, pero ella no. Siempre intentó proteger su pureza, su buen corazón, su amabilidad.
Maldita sea.
Naruto nunca le perdonaría tampoco lo que le hizo a su adorada Sakura-chan.
Sasuke sabe que él mismo no lo haría si la situación fuera al revés.
Los perdió a los dos.
Y no se explica cómo.
El Sasuke de trece años no se atrevería a si quiera pensar en lastimarla, ¿pero el Sasuke de treinta?
La había dejado morir.
La había asesinado con sus propias manos.
Sasuke le atravesó el pecho a la rosadita con su kusanagi.
Se convirtió en Itachi. Tal como él, lastimó a las personas valiosas que le querían hasta el punto de no retorno.
Sus rodillas flaquean, pero no se atreve a dejarse caer. Permite que su flequillo le tape el rostro y avergonzado con ella, contiene las lágrimas. Ni siquiera es digno de llorar, porque es su culpa, porque él la mató.
Tal vez el Sasuke de trece años podría llorar y gritar y pedir que todo fuera una pesadilla, pero el Sasuke de treinta años que es ahora, tan culpable de su muerte, no merece nada. Ni siquiera el arrepentimiento que le quema el pecho.