Otra vez estás solo y quisieras que no fuese así, pero ya te estás acostumbrando, aunque aún es difícil. Vas hacia la ventana de tu habitación para mirar al exterior y comprobar que, en efecto, parece que afuera hay otro mundo. Cada pareja que pasa abrazada es como un recordatorio de que el amor está distante para ti, cada grupo de amigos que observas te hace sentir más miserable.
Crees no tener nada, pero no sabes que lo has tenido todo. ¿No recuerdas las ocasiones en que aquella chica te invitó a salir al cine y la rechazaste por temor a hacer el ridículo? ¿Tampoco viene a tu mente la semana en que tus vecinos preguntaban a tus padres si estabas en casa para que salieras con ellos y tú siempre les decías que les comunicaran que te sentías mal?
Resulta que las oportunidades han tocado tu puerta a cada instante, pero no has sabido aprovecharlas y le atribuyes la culpa de tu soledad a otras personas, solo para no torturarte más. Prefieres poner música con los auriculares al máximo volumen cuando alguien te habla, porque te niegas a escuchar. Es difícil vivir alejado de la realidad solo por temor a abrirte a nuevas experiencias y sentimientos. No es que no quieras hacerlo, es que te cuesta salir de tu zona de confort.
Ahora estás pensando mejor las cosas. Quizás nunca debiste rechazar esa cita o esas salidas nocturnas, tal vez debiste quitarte los audífonos para escuchar los sonidos a tu alrededor, demostrar más amor a tus padres y no aislarte, sino explorar aquello que te llama la atención, salir de las redes sociales para integrarte de verdad a una sociedad donde las personas no se definan por una foto de perfil, sino por sus cualidades, donde la calidad es mejor que la cantidad.
Sonríes y tomas la iniciativa, ya no más sábados solo, ni semanas donde el espacio de tu recámara es lo único que quieres recorrer. Te dispones a ser una mejor versión, más real, a conocer lo que nunca tuviste el valor de conocer y mientras bajas las escaleras una sensación nueva te sobrecoge: la de lo nuevo. Abres la puerta principal lentamente y sales de casa con los ojos cerrados, das unos pasos y te detienes, los abres y te sientes libre, emprendes tu marcha. Quizás solo era cuestión de salir de la oscuridad.