Contigo aunque no esté

7- ¿Me enseñas?

Lucy

Recordar bonitos momentos hizo llorar a Lucy. Se podía escuchar al otro lado de la llamada.

—Perdón, ¿te hice llorar verdad? —inquirió Adrien con voz quebrada—. No quería hacerlo, de hecho trataba de hacerte sentir mejor... Soy un tonto.

—No, tienes razón —negó mientras se limpiaba las lagrimas con sus mangas— Adam no habría querido que llorara; siempre decía cosas dulces de mí; él habría dicho algo como "no llores, derramas tu perfección" o algo así.

—Vaya, suena como si estuviera enamorado —dijo con una risa nerviosa—, aunque bueno, no lo conozco como tú.

—¿Qué? No, no lo creo —respondió Lucy tajante—. Es cierto, ¿por qué me dijiste Lu?

—¿Por qué no lo crees?

—Hey, no me evadas lo del apodo —protestó ella.

—Y tú no evadas mi pregunta —rebatió.

—Tú primero, Adrien.

—Bueno, no lo sé, recordé que me dijiste que así te llamaba él.

—Pero si nunca te hablé de él... —argumentó ella frunciendo el seño, aunque él no podía verla— ¿Estas celoso acaso?

—Supongo que sí —dijo con tono triste.

—Perdón.

Se sentía mal por todo. Ni siquiera se detuvo a pensar porque estaría celoso.

—Ahora dime ¿Por qué no crees que pueda amarte? —insistió con tono serio.

Ella pensó antes de responder, cosa que no solía hacer; era de dar respuestas rápidas, pero en este caso no era algo que tuviera claro. Adam para ella era alguien realmente importante, el más importante, pero lo veía como un hermano; esa persona a la que podía contarle lo que sea y con la que podía pasar todo el día hablando sin aburrirse.

Que Adam la amará era algo aterrador para Lucy. No tenía nada de malo, al contrario, era el chico perfecto, pero para alguien más. Quería estar el resto de su vida con él, pero como amigos, mejores amigos. Si él la amará, se sentiría mal, porque el amor se acabaría, se alejaría y lo perdería, por ello no podía siquiera aceptar que él sintiera algo por ella.

—Es mi mejor amigo; si sintiera algo por mí, me lo hubiera dicho —declaró con tono serio—. Además, no lo merezco.

—Bueno, tú eres su mejor amiga y él no me conoce, puede que no lo haya dicho —dijo con risa nerviosa—. Claro que lo mereces, eres una persona maravillosa, aunque a veces cometas errores.

Lucy pasó de sentirse mal por no ser sincera con Adam a sonrojarse por lo que escuchó «¿De verdad lo merecería?» pensó por un momento, luego se regañó a sí misma «espera, no, él no está enamorado de mí, no es posible, somos casi hermanos».

—Gracias por decir eso último, pero basta de difamar a Adam —protestó Lucy—. Ah, cierto, ¿puedo ir a visitarte?

Él se quedó callado un momento, hasta que se escuchó un estruendo seguido de un quejido.

—¿Estás bien, Adrien? —inquirió Lucy preocupada.

—Oh, sí, solo... —dijo él y guardó silencio un momento— Me tiré al suelo a hacer flexiones.

—Eso es raro, pero bueno...

«Quizá ese es su secreto para su buen físico» pensó ella

—Como sea, ¿puedo? —añadió.

—Eh... Sí.

—Bien, dame un momento, estaré ahí en unos quince minutos —dijo y colgó.

Adrien vivía a pocas casas de Lucy, más o menos la misma distancia que tenía con la casa de Adam, pero al lado opuesto. Le tomaría unos diez minutos ir hacia allá y unos cinco en arreglarse. Lucy era de esas chicas que se arreglan en cuestión de nada; su belleza ayudaba a que todo lo quedara bien.

«¿Y si Adrien tuviera razón y Adam sintiera algo por mí?» De solo pensarlo le daba miedo; no quería perder a su mejor amigo y sentía que si estuviera enamorado, así sería.

A Lucy le encantaba el romance en cualquier cosa: series, películas, libros, videojuegos, incluso la comida, panqueques en forma de corazón, a Lucy le encantarían. Sin embargo, nunca se había enamorado; eso le frustraba, solo tenía quince, pero para ella era toda una vida sin enamorarse y al ser tan apasionada al amor, eso le fastidiaba de sobremanera.

«Una amante del amor que nunca ha amado» Eso sin duda era deprimente. Adam y ella se conocían desde los siete, bueno, él tenía seis, era menor por unos diez días, pero el punto era que Adam no podía enamorarse antes que Lucy; él no era tan apasionado al amor como ella. «Sería injusto, yo estaba antes en la cola».

Tal vez la preocupación de Lucy no tenía mucho sentido, pero quería evadir el tema, no quería pensar al respecto, Adam no la amaba y listo.

«¿Verdad?»

Salió de casa; ya estaba lista, por lo que emprendió su camino; por la costumbre casi se va al lado opuesto, pero corrigió su trayecto. Sería la primera vez que iba a casa de alguien que no fuera Adam. El camino se lo sabía porque en una ocasión se fueron juntos al terminar las clases, y ya que no estaba lejos, aún lo recordaba.

Estaría nerviosa si no fuera porque seguía inmersa en sus pensamientos sobre su mejor amigo. «Hipotéticamente hablando, si Adam estuviera enamorado de mí ¿sería malo realmente?» Rondaba por su mente; movió la cabeza a la vez que las manos, como si se lo estuviese diciendo a alguien.

—¿Qué pensaría yo? —inquirió hablando sola, se detuvo y puso su mano en su mentón para pensar— No, eso no puede pasar, sí, nos besamos una vez, pero solo éramos tontos —replicó a sí misma, tocó sus labios con sus dedos— Aunque fue lindo —sacudió su cabeza y siguió caminando.

Su beso había sido a los diez años. Estaban en casa de Lucy, veían una película animada que terminaba con un beso del héroe a la princesa.

—Awww, que bonito —dijo la pequeña Lucy.

—¿Cómo se sentirá besar? —inquirió curioso el pequeño Adam.

—¿Qué? ¿Nunca los has hecho? Bueno, es normal, eres muy pequeño.

—Tú tampoco lo has hecho —rebatió levantándose de su asiento— y solo son diez días.

—¿Cómo sabes que no lo he hecho? —inquirió, se levantó también, le sacó la lengua—. No son solo diez días; son más de decientas horas de...




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