(Narra Gregorio)
—Capitán, ¿interrumpo? —pregunta el teniente Maximiliano Medina antes de entrar a mi oficina.
—¿Qué sucede, Max? —le pregunto mientras golpeteo mis dedos sobre mi escritorio.
No estoy de humor para platicar, aún no logro procesar lo que sucedió anoche... o lo que casi sucedió anoche. Me siento asqueado de mí mismo. ¿Qué estaba pensando? Sé que todo el punto de que me hayan asignado a Alina es que tengamos hijos juntos y que si se le ocurre abrir la boca y comentarle a una Nana que no pasó nada entre nosotros anoche voy a meterme en un problema tremendo, pero caray ¡no soy un violador! Solo de pensarlo se me revuelve el estómago. Detesto sentirme culpable cada vez que recuerdo lo asustada que estaba ella. Es una Salamandra, no merece mi compasión, pero aún así me siento mal. Estoy en una situación imposible. Me rehuso a tener sexo con ella a la fuerza... solo me queda esperar que no le mencione a nadie que no cumplí con mi supuesto “deber”.
—¿Todo bien en casa, capitán? —pregunta Max de forma juguetona— Vaya, cualquiera pensaría que no le han asignado a una chica preciosa como pareja.
Lo miro con cara de pocos amigos, normalmente mandaría a azotar a cualquier subordinado que se comportara tan confianzudo, pero Maximiliano es otro cuento. Lo conozco desde niño. Cuando me mudé con Greta a mi actual hogar, Max ya vivía en la casa de a lado con sus padres. Debió tener unos diez u once años, pero su personalidad carismática e imprudente hicieron que yo le tomara cariño de inmediato. Por eso cuando el padre de Max murió, me di a la tarea de ayudarlo a salir adelante y, debo decir, con muy buenos resultados. Al fin y al cabo, Maximiliano Medina es el teniente más joven de los Caimanes y su carrera sigue en asenso.
—Esa mocosa no es más que un problema, Max, no te confundas.
—Vaya, me gustaría tener más problemas con ese trasero.
Cierro los ojos como desaprobando el comentario, a pesar de que estoy a punto de reírme y Max lo sabe.
—¿La conoces?
—Yo fui quien la detuvo —admite Max con una mueca—. Aunque debo confesar que fue un asunto muy extraño desde el principio. La chica portaba el uniforme de las Fuerzas Juveniles de los Caimanes y realmente no estaba haciendo nada malo... pero se encontraba muy cerca de Amelia Arriaga... y luego se alteró muchísimo cuando le dispararon. Decidí entregarla a las Guardianas para que la interrogaran y ellas fueron quienes determinaron que era una Salamandra, aunque yo me quedé con algunas dudas.
—Ya veo —respondo con los ojos entrecerrados.
—Vamos, capitán, no me diga que no disfrutó de la compañía anoche —dice el chico con picardía.
—Max, aún eres un niño en muchos aspectos y sigues pensando con tus hormonas, pero deja que te ilustre: El Mayor Buenfil me jodió en toda la extensión de la palabra.
—¿A qué se refiere? —pregunta el teniente, confundido.
—Todos los altos mandos de los Ministerios tienen parejas asignadas, ¿cierto?
—Cierto. Es bien sabido que ser fértil es una gran ventaja para ascender a los altos mandos. Tener una pareja es un plus.
—¿Y qué clase de parejas tienen asignadas, Max?
—Pues...
—Deja que te conteste, parejas de primer nivel, parejas adecuadas para que los acompañen a los eventos del régimen, parejas que enorgullecen a la nación, parejas dignas de ellos y de sentarse a la mesa con otros hijos obedientes del Buen Régimen... no Salamandras— hago una pausa mientras Max digiere lo que acaba de escuchar—. Buenfil siempre me tuvo mala voluntad y ahora se aseguró de que yo jamás progrese en este Ministerio.
—Pero... no puede hacer eso... todos sabemos que usted es el más destacado de los capitanes... no hay discusión de quién será el siguiente Mayor de los Caimanes...
—Agradezco eso, Max, pero ahora sí que se discutirá, o ¿tú crees que allá arriba me aceptarán sabiendo a quién tengo de pareja? Buenfil jugó bien sus cartas y me jodió espectacularmente.
—¿Cómo es posible que haya podido hacer eso sin ningún obstáculo? Tal vez el Ministro pueda hacer algo...
—El Ministro dio su visto bueno. Seguro Buenfil se lo vendió como una gran idea, asignarme a una jovencita fértil y guapa parece todo menos un castigo, seguro le dijo que sería un consuelo para mí después de lo que le sucedió a Greta... no lo sé, de alguna manera logró hacerlo parecer algo positivo, pero yo sé exactamente cuál fue su intensión.
—¿Qué pasaría si la chica resulta inocente? —pregunta Max con una sonrisa.
—¿De qué hablas? Tú mismo la detuviste.
—Sí, pero como ya le dije, me quedé con una mala sensación... como si hubiera cometido un error y ayer...
Alguien llama a la puerta, volteamos para encontrar a la Guardiana Piñera parada debajo del marco sosteniendo una caja de cartón. Miro la inscripción hecha con plumón sobre la caja: 133738. Un número de Salamandra. El numero de la Salamandra que utilizaron para truncar mi futuro.
—Capitán Galeana, traigo esto de parte del Ministerio del Castigo —dice la Guardiana antes de caminar hacia el escritorio y colocar la caja sobre este—. Son las pertenencias de la Sal... mujer que le fue asignada.