Corroidos

Capítulo 2: Susurros en la Penumbra

La noche se había adueñado de la iglesia, envolviendo cada rincón en un manto de oscuridad. Andrei no pudo dormir; su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos sobre la misteriosa figura que había aparecido ante él. La imagen de Azrael persistía, como un eco que rebotaba entre las paredes de su conciencia, desafiando su fe y su entendimiento del mundo.

Mientras las horas se deslizaban lentamente, sus ansias aumentaban. Se levantó de su catre de madera y decidió caminar por los pasillos vacíos. Las velas parpadeaban débilmente, proyectando sombras que danzaban como fantasmas a su alrededor. Cada paso resonaba en el silencio sagrado de la iglesia, un recordatorio de su soledad.

Al llegar al altar, se arrodilló, cerrando los ojos en busca de consuelo. Pero en lugar de hallar paz, su mente continuaba girando en torno a la oferta de Azrael. No podía dejar de pensar en esa promesa de amor y pasión, como una melodía hipnótica que lo llamaba desde las profundidades de su ser.

—¿Qué quieres realmente? —susurró, en un acto de desesperación. Las palabras flotaron en el aire, pero la respuesta llegó en un susurro, una risa suave que rasguñó su interior.

—Deseas algo más, Andrei. No puedes negarlo —la voz de Azrael retumbó en su mente como un eco. En un instante, el demonio apareció de nuevo, como si hubiese estado esperando en las sombras. Su figura etérea llenó el espacio con una presencia electrizante. —Me buscas, lo sabes.

Andrei sintió que su corazón latía furiosamente. —No sé qué quieres de mí. Mi vida es aquí, en la iglesia. Es lo que he elegido.

Azrael se inclinó, acercándose con esa gracia sobrenatural que lo caracterizaba. —Pero ¿es lo que realmente deseas? Tus sueños han sido moldeados por otros, Andrei. ¿Qué hay de tus propios anhelos? Hay un fuego dentro de ti que clama por libertad.

Luchando contra un torrente de emociones, Andrei se encontró atrapado entre sus responsabilidades y lo que sentía. El ambiente se volvió pesado, casi palpable, mientras el demonio extendía su mano hacia él, invitándolo a tomar la decisión que decidiría su futuro.

—¿Y si te dijera que hay un mundo más allá de estas paredes? Un mundo donde el amor es infinito y donde dejarás de sentir miedo por lo que eres —Azrael murmuró, sus ojos brillando intensamente en la penumbra.

—¿Un mundo donde podría ser quién soy realmente? —preguntó Andrei, dudoso, pero intrigado.

—Exactamente —respondió Azrael, su voz casi un canto. —Juntos podríamos desentrañar los secretos del deseo y la pasión, explorar cada rincón del alma humana sin los grilletes del juicio.

El joven sintió que el suelo bajo sus pies temblaba, como si la misma oscuridad que lo rodeaba estuviera viva, respondiendo a sus deseos reprimidos. Era un trato tentador, pero también aterrador. De pronto, la culpa se asomó a su corazón, reavivando sus miedos más profundos.

—Pero… ¿y mis creencias? ¿Y mi fe? —su voz titubeó.

—Las creencias son un velo, querido Andrei. Lo que necesitas entender es que el verdadero amor no tiene límites. Te estoy ofreciendo una verdad que hará que tu fe brille con más intensidad. No estás traicionándola, sino ampliándola —Azrael le dijo, su tono seductor como una melodía envuelta en misterio.

Andrei sintió un tirón en su pecho, una mezcla de miedo y emoción que le hizo dudar. Podía ver más allá de las sombras, un destello de luz que prometía liberación. Pero también sabía que hacer un pacto con un demonio era abrir la puerta a un abismo desconocido.

—Déjame mostrarte —susurró Azrael, rompiendo el silencio que se había apoderado del altar. Con un movimiento de su mano, una serie de visiones comenzaron a aparecer ante los ojos de Andrei. Paisajes de belleza indescriptible, momentos de amor desenfrenado, almas entrelazadas en una danza de deseo puro.

El tiempo pareció detenerse. Andrei quedó hipnotizado, cada imagen una tentación que lo hacía desear más. Sin embargo, en el fondo de su mente, una alarma sonaba con fuerza, recordándole las advertencias sobre los caminos oscuros.

Pamplinas, pensó, mientras un grito de deseo reverberaba en su interior. La lucha era intensa. ¿Podría realmente dejarse llevar por lo que su corazón anhelaba tan intensamente?

—Tú decides, Andrei. La noche es joven, y los secretos son profundos —Azrael pronunció esas palabras con suavidad, cargándolas con una promesa irresistible.

Finalmente, con un suspiro profundo, Andrei se dio cuenta de que su destino estaba en juego. Atrapado en un dilema entre el amor y la fe, su mirada se encontró nuevamente con la de Azrael. Este fue un momento de revelación, un instante en el que todo parecía posible.

—Está bien —declaró, la resolución comenzando a tomar forma en su voz. —Muéstrame.

Y así, bajo el manto de la noche, Andrei dio un paso hacia lo desconocido, dispuesto a explorar el abismo donde el deseo, el amor y el pecado bailarían juntos, por primera vez, en su vida.




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