La noche había caído en Elysium, pero no era una oscuridad como la que Andrei recordaba del mundo que había dejado atrás. El cielo estaba salpicado de estrellas vivas, que parpadeaban como si fueran seres conscientes, vigilando cada movimiento en el vasto paisaje. Una brisa fresca acariciaba su rostro mientras caminaba al lado de Azrael, quien permanecía en silencio, con una expresión que Andrei no lograba descifrar.
—¿A dónde vamos? —preguntó Andrei, rompiendo el mutismo que había crecido entre ellos desde que dejaron el claro.
Azrael se detuvo y lo miró, sus ojos ardiendo con una intensidad que hacía que el joven se sintiera expuesto, pero no juzgado. —Hay algo que necesitas enfrentar antes de continuar. Elysium es un lugar de deseos, pero también de verdades. No puedes avanzar si sigues llevando el peso de tus culpas.
—¿Mis culpas? —repitió Andrei, sintiendo cómo la ansiedad se agitaba en su pecho.
Azrael asintió y señaló hacia adelante. Ante ellos, un arco de piedra se alzaba entre dos enormes columnas negras. Grabados intrincados decoraban la superficie del arco, mostrando escenas de lucha, sacrificio y reconciliación. Más allá del umbral, un brillo dorado emanaba como una invitación, pero también como una advertencia.
—Este es el Umbral del Juicio —explicó Azrael, su voz baja pero cargada de significado. —Aquí no hay engaños ni máscaras. Lo que enfrentes dentro será tu verdad, sin filtros. Es un espejo que muestra lo que temes ver y lo que necesitas aceptar.
Andrei sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Había enfrentado mucho desde que llegó a este mundo, pero la idea de mirar directamente a sus propios errores, sus miedos y sus fallas lo aterraba. Aun así, sabía que no podía retroceder.
—¿Estarás conmigo? —preguntó, buscando en Azrael la seguridad que no encontraba en sí mismo.
El demonio le dedicó una sonrisa suave, pero su respuesta fue clara. —Esto debes hacerlo solo. Pero cuando salgas, estaré aquí.
Andrei respiró hondo y asintió. Sin más palabras, cruzó el umbral.
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Al otro lado, se encontró en un vasto salón rodeado de espejos, cada uno de ellos reflejando fragmentos de su vida. Algunos mostraban momentos felices: su infancia jugando con su hermana, las noches cálidas junto a su familia, los días de aventura con Alina. Pero otros reflejos eran más oscuros, más dolorosos. Sus errores, las veces que había huido en lugar de enfrentar sus problemas, los momentos en que había herido a otros por miedo o egoísmo.
—¿Es esto todo lo que soy? —murmuró, sintiéndose pequeño frente a las imágenes que lo rodeaban.
Una figura apareció entonces frente a él, emergiendo de uno de los espejos. Era él mismo, pero no como era ahora. Este Andrei tenía el rostro endurecido, los ojos llenos de reproche.
—¿Realmente crees que mereces todo esto? —preguntó la figura, su voz cargada de desprecio. —Elysium, libertad, amor… ¿Después de todo lo que has hecho?
Andrei retrocedió, sorprendido por la dureza de sus propias palabras. —No soy perfecto, pero estoy intentando cambiar.
El reflejo se rió, una risa amarga que resonó en todo el salón. —¿Cambiar? Huir no es cambiar. Negar lo que eres no es transformarte. Admitiste que deseabas más, pero sigues temiendo lo que eso significa.
Las palabras lo golpearon como un martillo, y Andrei sintió las lágrimas quemar en sus ojos. —No quiero seguir siendo esa persona. Quiero ser mejor.
El reflejo se acercó más, su expresión suavizándose ligeramente. —Entonces acepta que todo lo que fuiste, bueno o malo, es parte de ti. No puedes construir algo nuevo si sigues rechazando tus cimientos.
Andrei cerró los ojos y dejó que las palabras se asentaran en su interior. Sabía que su reflejo tenía razón. Había pasado demasiado tiempo huyendo de sí mismo, pero aquí, en este lugar, no había escapatoria. Solo quedaba la verdad.
—Acepto lo que fui —dijo finalmente, con la voz temblorosa pero firme. —Acepto mis errores, mis miedos y mis deseos. No quiero ser perfecto; solo quiero ser libre.
Al abrir los ojos, el salón comenzó a cambiar. Los espejos se desvanecieron, y con ellos, las imágenes que lo atormentaban. En su lugar, un camino iluminado por una luz dorada apareció ante él, guiándolo hacia adelante.
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Cuando cruzó de regreso al otro lado del umbral, encontró a Azrael esperándolo, tal como había prometido. El demonio lo miró con algo que parecía ser orgullo.
—¿Y? —preguntó Azrael, aunque parecía saber ya la respuesta.
Andrei lo miró, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió con confianza. —Estoy listo.
Azrael asintió y extendió una mano hacia él. —Entonces sigamos. El verdadero viaje apenas comienza.
Juntos, continuaron su camino, dejando atrás el Umbral del Juicio. Aunque Andrei sabía que todavía habría desafíos, también sabía que ahora tenía la fuerza para enfrentarlos, y que no estaba solo en el camino que tenía por delante.