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Todas las noches, aproximadamente a las nueve, tocan la puerta. Al principio me asustaba ya que se supone que soy el último humano sobre la tierra, al menos eso creo ya que no he visto a nadie más en tres años y sería muy extraño que otra persona venga a buscarme solo por la noche a la misma hora de siempre... ahora me da igual, a veces ni me percato de eso.

Como todas las mañanas, me levanto, hago ejercicio y desayuno antes de ir a buscar alguna señal de vida. Tengo mi refugio muy bien dotado de alimentos y cultivos, así que puedo perder el tiempo viendo el lago mientras espero alguna señal de vida.

- ¿Hay alguien ahí?

La voz de una mujer en la radio me despierta de mi somnoliencia. Intento responder, pero la emoción y un repentino miedo no me dejan hablar. Logro respirar profundo y tomo la radio.

- Sí, aquí estoy. ¿Dónde estás?

- Dios mío, pensé que nunca nadie respondería, la grabación suena de hace años.

- Digo lo mismo.

- Estoy por la iglesia central, ¿aún te encuentras en el puerto del lago?

- Sí, ¿quieres que te espere?

- Claro, ya voy.

La ilusión de ver a alguien más en tanto tiempo me hace recuperar cierta esperanza que ya no existía en mí, tanto que confío en ella al instante en el que la veo. La llevo a mi guarida y pareciera conocer más de plantas que yo, pues lo primero que hizo fue inspeccionar mis cultivos arreglando la posición de algunos para mejorar su crecimiento, algo así entendí.

Son casi las once de la noche, la conversación fue muy agradable, pero es hora de dormir. Me despido de ella en la puerta de su cuarto y me retiro al mío, cierro la puerta y me acuesto con cierta felicidad y esperanza, cierro los ojos y respiro hondo.

Un momento.

No han tocado la puerta hoy.