Cuentos y microrrelatos

7 días, 168 horas

Nunca fue una sorpresa enterarse de que le quedaba poco tiempo de vida.

Había aprendido a aceptarlo desde hace mucho tiempo.

«1 semana, a lo mucho» dijeron los médicos con rostros solemnes, y detrás de ellos ahogando un sollozo, Rita, la enfermera que la conocía de años, lloraba junto con su familia.

Ella sonrió tratando de tranquilizarlos. Su enfermedad era terminal, e incluso se las había arreglado para vivir un par de meses más.

Sabía que sus seres queridos estaban tan cansados como ella, pero ahora ya solo quedaba aguardar el final. Dejó caer el telón suyo para que el resto de la obra pudiera continuar. Al principio sería doloroso para ellos, pero los humanos se adaptan tarde o temprano.

El final... Poca gente tenía la buena o mala fortuna de conocer esa fecha, un día fatídico para algunos, pero un privilegio para ella al saber que había tenido una buena vida.

Ella conocía al menos un aproximado. Quizás su cuerpo ya había empezado a prepararse. Poco a poco sus células morirían al igual que ella.

Expirará; su cuerpo entraría en descomposición, muerte celular: apoptosis. Había escuchado decir a su sobrino una vez cuando le explicó que vendría en su examen de biología, pero no estaba segura de ello. Por algo él era científico y ella artista.

Era extraño. Había dejado de tener miedo sobre lo que podría pasar después, lo que le había causado tanta ansiedad antes era solo parte de un ciclo inevitable que tarde o temprano sucedería.

Hizo lo típico: arregló su testamento, brindó dinero suficiente para los próximos gastos funerarios y pidió ser incinerada. Se dio el lujo de pedir algunos caprichos en su funeral: eligió sus galletas de canela favoritas y café en grano para la recepción, también pidió flores en maceta en lugar de los arreglos típicos: hermosos cadáveres de rosas blancas apilados unos encima de otros.

Era fiel creyente de que un funeral debería hacerse para celebrar la vida, no para lamentar una pérdida. Por esa razón dejó que su sobrina escribiera su panegírico de manera jubilosa y no trágica.

Se aseguró de dejar sus recetarios y utensilios de cocina a su hermana. El resto de la biblioteca era destinada para su sobrino, los vestidos bonitos para su sobrina y el computador para su cuñado.

Los pinceles, las pinturas y los bastidores para su madre.

Para su padre, las figuras de madera.

La cerámica y porcelana para sus amigas.

Donó su casa para abrir un centro cultural y el resto del dinero lo donó a la caridad.

Fue de viaje a la playa junto a su familia y amigos. Río lo más que pudo, como nunca lo había hecho antes. Contempló el cielo estrellado por la noche. No se arrepentía de nada, todo lo que había hecho fue por una razón, incluso si había fallado.

Aprendió a perdonar para poder sanar.

El rencor desapareció para poder ser realmente libre. Dejó que la sal del mar lavara los malos recuerdos y se llevara todos los miedos que quedaban junto a las preocupaciones.

Para volver a nacer.

 

 



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En el texto hay: antologia, de todo, relatos breves.

Editado: 15.09.2024

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