Cocinar mi cena fue la parte más pacífica de mi día. Algo simple: filete y verduras al vapor. Lo suficientemente rápido como para no tener que dedicarle mucho tiempo y lo suficientemente nutritivo para no morir de escorbuto. La ventaja era que las vecinas habían decidido, por algún milagro inexplicable, mantener el volumen bajo. Era raro, pero no me iba a quejar.
Terminé de comer y me dejé caer en el sofá. Escogí una película sin mucho entusiasmo, un thriller que probablemente no recordaría mañana, pero que al menos me mantendría distraído. Silencio, una buena película y una casa tranquila: la Santísima Trinidad de una noche ideal. Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía estar bajo control.
Pero claro, Stich tenía otros planes.
El gato apareció en la ventana como un ladrón profesional, silencioso y oportuno. Su pequeño cuerpo negro se recortaba contra la luz del pasillo exterior, mirándome como si yo fuera quien estaba invadiendo su espacio. ¿Cuántas veces tenía que dejar claro que no era bienvenido?
—Sabes que no me interesan las mascotas, ¿verdad? —le dije, porque aparentemente mi vida había llegado al punto de hablar con un gato. Stich no respondió. Solo inclinó la cabeza, juzgándome, antes de dar un maullido bajo y decidido.
Lo tomé en brazos y caminé hacia la puerta. No soy de los que prolongan los problemas, así que pensé que lo mejor sería devolverlo rápido. Tres golpes leves en la puerta de al lado. Esta vez esperaba encontrarme con Paulina o Verónica, probablemente en pijamas extravagantes y con un vaso de vino en la mano. Pero no. El destino tenía otro plan para mí.
Lorena abrió la puerta.
Se veía diferente. Tenía el cabello recogido en un moño flojo, y su ropa cómoda dejaba claro que no había esperado visitas. A pesar de eso, se las arreglaba para verse como alguien que podía protagonizar una película romántica, el tipo de película que detesto.
—¿Stich? —preguntó, mirando al gato con una sonrisa que hizo que todo pareciera una escena planeada.
—Sí, tu gato. Otra vez en mi departamento. —Lo extendí hacia ella como si fuera una bomba a punto de explotar. Ella lo tomó con cuidado, y nuestras manos se rozaron brevemente. No reaccioné, pero mi mente archivó el detalle por razones que preferiría no analizar.
—Siempre se escapa —dijo, acariciando a Stich mientras este ronroneaba como un motor bien afinado.
—Quizás porque sabe que allá hay silencio. Algo que ustedes no parecen entender muy bien.
Su sonrisa se amplió. Parecía inmune a mi tono.
—Lo sé, lo sé. Ayer nos pasamos. Pero hoy te dimos un respiro. ¿Qué tal? ¿Disfrutaste la tranquilidad?
—Si hubiera sido más silencioso, habría sospechado de un apocalipsis zombie.
Lorena rió, una risa suave y genuina que no esperaba. Por alguna razón, eso hizo que mi sarcasmo pareciera menos efectivo.
—Bueno, si eso pasa, ya sabes dónde estamos. Aunque no sé si Paulina y Verónica serían útiles en un apocalipsis.
—Probablemente no, pero podrían distraer a los zombies con un karaoke desafinado.
Ella volvió a reír, esta vez cubriéndose la boca con la mano. Stich, mientras tanto, parecía completamente ajeno a la tensión que había entre nosotros.
—Gracias por traerlo. Intentaré mantenerlo vigilado.
—Buena suerte con eso. El gato parece tener más voluntad que la mayoría de las personas.
Hubo un breve silencio. No incómodo, pero lo suficientemente extraño como para que me diera cuenta de que seguía parado allí, mirando a Lorena más tiempo del necesario. Ella también lo notó, porque su sonrisa se suavizó y me observó con algo que no pude identificar del todo.
—Bueno, que tengas buena noche, Enzo. Y gracias otra vez.
—Tú también. Y no hagas fiestas.
Ella asintió, y por primera vez, noté un leve rubor en sus mejillas. Cerró la puerta, y yo me quedé allí por unos segundos antes de regresar a mi apartamento. Stich estaba de vuelta donde pertenecía, y yo tenía mi paz nuevamente.
O eso me dije.
Regresé al sofá, pero ya no tenía interés en la película. El silencio, que normalmente era mi aliado, ahora me hacía más consciente de un detalle que no podía ignorar: Lorena estaba complicando todo.
Me levanté, apagué el televisor y fui a la cocina, intentando despejar mi mente. Pero no importaba cuánto lo intentara, la imagen de su sonrisa seguía rondando en mi cabeza.
—Te estás volviendo blando, Forest. —me dije en voz baja. Pero la verdad era que sabía exactamente lo que estaba pasando, y no tenía ni idea de cómo detenerlo.
El día en la oficina había sido una mezcla de reuniones interminables, discusiones sobre presupuestos y una cantidad de café que probablemente me acortaría la vida unos años. Al menos sirvió para mantenerme distraído de ciertos pensamientos que no quería analizar. Regresé al edificio justo cuando el sol comenzaba a ocultarse. El pasillo estaba tranquilo, casi silencioso, y me permití un pequeño momento de paz antes de abrir mi puerta.
Hasta que las vi.
Paulina y Verónica estaban frente a la puerta de su departamento, forcejeando con la cerradura como si estuvieran tratando de desactivar una bomba. Entre empujones y murmullos frustrados, no parecía que estuvieran logrando mucho. Pensé en ignorarlas y entrar rápidamente a mi apartamento, pero antes de que pudiera hacerlo, Paulina me vio y levantó la mano con entusiasmo.
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Editado: 09.12.2024