Cuidado con las Vecinas

04. EL INTERÉS DE LORENA

Las reglas del juego cambiaron de repente, como todo lo que ocurría en este departamento: rápido, ruidoso y sin ningún tipo de sentido.

—¡Nada de verdad! —anunció Paulina, levantando su vaso como si acabara de proclamar una ley suprema. —¡Solo retos de ahora en adelante!

—Genial —dije, sin ningún entusiasmo, mientras me limpiaba un poco de tequila que Verónica había derramado al intentar rellenar los vasos. —Esto no puede ir a peor.

Verónica se rió y señaló a Lorena.

—Tú empiezas, Lorena. Reto.

Lorena suspiró y miró a Paulina con cautela.

—Adelante, sorpréndeme.

Paulina sonrió como una villana en una película de bajo presupuesto.

—Te reto a que le des un beso en la mejilla al vecino más guapo de este edificio.

Todas las miradas se posaron en mí. Porque, obviamente, yo era el único vecino varón dentro de un radio de diez metros.

Lorena me miró con una mezcla de vergüenza y resignación, como si quisiera protestar pero supiera que era inútil.

—¿En serio? —dijo, cruzando los brazos.

—Es eso o un shot —canturreó Verónica, agitando la botella de tequila.

Lorena se puso de pie lentamente, con una tranquilidad que solo hacía que la situación se sintiera más absurda. Se inclinó hacia mí, y, antes de que pudiera procesarlo, sentí el roce de sus labios en mi mejilla. Fue rápido, casi inocente, pero el calor que dejó atrás no tenía nada de inocente.

—Listo —dijo, volviendo a su lugar como si nada hubiera pasado.

Paulina aplaudió, y Verónica casi se atraganta de la risa.

—Tu turno, Enzo —dijo Paulina, todavía con esa sonrisa de "quiero arruinarte la vida". —Reto.

—No pienso hacer nada estúpido —advertí, mirándola con frialdad.

—Yo decido lo que es estúpido o no —replicó, pensativa. Entonces, su rostro se iluminó como si acabara de tener una idea brillante. —Te reto a que…

—¿Qué?

—Que bailes con Lorena.

Me quedé mirándola, tratando de decidir si estaba bromeando.

—No.

—Shot, entonces —dijo Verónica, sirviendo el tequila con una precisión casi malvada.

Por un momento, consideré tomar el trago, pero luego vi la expresión de Lorena. Parecía divertida, pero también expectante, como si estuviera midiendo cuánto estaba dispuesto a ceder.

—Bien. Pero solo un minuto —gruñí, poniéndome de pie.

Lorena sonrió y también se levantó, acercándose con esa tranquilidad que parecía tan natural en ella.

—¿Alguna canción en especial? —preguntó Verónica, sosteniendo su teléfono como si fuera una DJ improvisada.

—Lo que sea rápido —respondí.

Paulina eligió algo ridículamente animado, y antes de que pudiera arrepentirme, Lorena y yo estábamos en el centro del pequeño salón. Ella se movía con facilidad, ligera y elegante, mientras yo hacía el mínimo esfuerzo necesario para que no pareciera que estaba totalmente incómodo.

—No es tan terrible, ¿verdad? —dijo Lorena, levantando una ceja.

—Aún no lo decido.

Ella rió, y por un momento me permití relajarme un poco, aunque solo un poco.

Cuando el minuto terminó, volví al sofá como si hubiera corrido un maratón, ignorando los aplausos y los gritos exagerados de las otras dos.

—Tu turno otra vez, Lorena —dijo Paulina, todavía riendo.

Lorena levantó las manos, fingiendo rendirse.

—Pasaré.

—¡Nada de pasar! —gritó Verónica. —Te toca hacer un reto… o tomar un shot.

Lorena suspiró, resignada.

—Está bien, reto.

Paulina sonrió aún más amplio, si eso era posible.

—Te reto a que digas algo que te guste del vecino gruñón.

Lorena me miró directamente, y por un momento, el ruido alrededor desapareció.

—Es inteligente. Y no le importa lo que los demás piensen de él. Es algo que admiro.

Su voz era tranquila, sin rastro de burla o sarcasmo, y por primera vez en mucho tiempo, me quedé sin saber qué decir.

Las risas y los aplausos de las otras dos chicas llenaron el aire, pero yo apenas las escuché. Solo podía pensar en las palabras de Lorena y en la forma en que me había mirado al decirlas.

Después de varios rondas de retos absurdos, Paulina y Verónica estaban claramente sintiendo los efectos del tequila. Yo, por otro lado, seguía sobrio, gracias a mi firme negativa a beber cada vez que la situación se volvía más absurda. Sin embargo, fingí estar en su nivel de entusiasmo. Había algo perversamente entretenido en observarlas perder toda noción de lógica.

—¡Mi turno! —anunció Verónica, tambaleándose un poco mientras se levantaba para buscar un trago más. —Reto, reto, reto.

Paulina la miró con una expresión pensativa, o al menos tan pensativa como alguien con una mascarilla de glitter puede parecer.




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