Seis años después.
Amber
Respiro profundo por milésima vez desde que estoy aquí, pero me detengo a mitad de camino. El olor a alcohol, que se me ha hecho cada vez más común inhalar, me causa náuseas que no estoy segura de poder contener por mucho tiempo.
—No entiendo por qué quieres terminar conmigo —Henri arrastra las palabras y mueve la botella de whisky de un lado a otro. Apenas puede mantener el mentón en alto para verme a los ojos—. No he hecho nada malo —se ríe, dando hipidos y haciéndome temer por mi higiene; en cualquier momento se puede venir en vómito y estoy cerca de él.
—Estás ebrio —le hago ver lo obvio, usando un todo duro—. He intentado muchas veces salvar esta relación, y tú no pones de tu parte. Te pasas días enteros ebrio y, por más que te lo diga o hagas algún mínimo esfuerzo por no estarlo, siempre terminas en lo mismo.
—Estás diciendo cosas que no tienen sentido —casi no diferencio una palabra de la otra, pero logro entender más o menos—. Además, no tienes pruebas de eso.
¿Que no tengo pruebas? ¿No se siente a sí mismo?
—Es el colmo —me llevo las manos a la cabeza, echando todo mi cabello hacia atrás—. Esto acabó, y no podrás hacer nada para solucionarlo.
—Recuerdo perfectamente que no hace mucho me decías que me amabas, que te gustaba pasar tiempo conmigo, que era muy tierno contigo y otras tonterías más.
—Eso era antes de que empezaras a comportarte como un desgraciado desmoralizado. Lo único que pasa por tu cabeza ahora es sexo y sólo eso. ¿Dónde quedó el Henri del que me enamoré?
—Nunca existió —responde en un tono frío que casi me hiela la sangre. Sus ojos mirándome de la misma forma.
—No te reconozco —lo miro, decepcionada.
Camina por la habitación con pasos torpes y tambaleantes.
—Me di cuenta que la relación que llevábamos se estaba tornando algo… —mueve la mano en círculos, buscando la palabra adecuada—…aburrida. Tú con tu ternura sólo conseguías que me hartara de tantas atenciones, pero nunca dije nada. Tenía la certeza de que, si seguía aguantando todas esas cursilerías, pronto ibas a entregarte a mí.
—Sé darme a respetar.
—Sí, sabes, eso no lo niego —se acerca un paso, con aires de suficiencia—. Pero exageras, a veces tienes que dar el brazo a torcer y dejarte llevar.
—No lo haré contigo —mi virginidad se la entregaría a alguien que sepa apreciarla. Por un momento había pensado en llegar a ese punto con él, sentía que con él podía entregarme en cuerpo y alma, pero fue entonces cuando comenzó a cambiar y me hizo retractarme.
—No sé qué concepto tienes de la palabra «relación» —me apunta con la botella en un gesto burlesco, y deja caer el brazo casi de inmediato, incapaz de mantener la mano alzada.
—Estar en una relación no sólo implica sexo. ¡Eso ni siquiera es el tema principal! Una relación real consta de apoyarse el uno al otro, amarse y ayudarse, implica sacrificio y fidelidad —intento dejarle eso bien claro, pero algo dentro de mí me dice que estoy gastando saliva en vano—. No me sorprendería que hayas saciado tus necesidades con otra, estando en una «relación» conmigo.
—Supones bien —sonríe.
Quedo estupefacta, mirando esa sonrisa lobuna, tomándome unos segundos para asimilar esas palabras que me han caído como un balde de agua fría.
Imbécil.
Cierro los ojos, exhalo lentamente y aprieto los labios. No me sorprende en absoluto, y no quiere decir que no me duela, pero que lo confesara con tanta soltura y sin una pizca de vergüenza sí me sorprende, y es lo que me más hiere. Ni siquiera siente arrepentimiento.
—Vete al carajo —le espeto.
Doy media vuelta, dejándolo solo en su habitación.
Acabo de darle fin a una relación de casi dos años con Henri Duval. Todos los malos recuerdos que tengo con él opacan todos los buenos momentos vividos a su lado; ese Henri que conocí hace dos años no es el mismo con el que acabo de terminar… no se parecen ni un poco.
O todo fue una fachada para hacerme caer.
Al principio de la relación era el prototipo de novio que cualquier mujer soñaría tener, y permaneció así por lo menos poco más de un año. Luego de eso, su actitud comenzó a cambiar casi de la noche a la mañana, no lo reconocía como persona y comencé a dudar sobre cuál sería su verdadera personalidad.
Comenzó a interesarse más por las relaciones sexuales y quiso obligarme verbalmente a tenerlas con él, incluso llegó a intentar abusar de mí una vez, solo que no pudo avanzar más allá que unos besos y toqueteos en contra de mi voluntad; y yo, como tonta que fui —y soy—, lo perdoné, teniendo como excusa el exceso de alcohol.
Llegando a los pies de la escalera, me toma por el brazo con brusquedad y me da media vuelta para quedar cara a cara. Su exhalación sólo huele a alcohol, y su mirada deseosa no se despega de mis ojos.
—Si vas a terminar esto… —aprieta más mi brazo—… termínalo como es debido.