De París, con amor

Capítulo 4

Mis pulmones arden. Más que en el incendio. Es un ardor insoportable, tanto que dan ganas de meterme la mano en el pecho y sacarlos. Pero me contengo… además que no puedo.

Avanzo por la habitación en la que me encuentro, y cruzo la única puerta que hay, llegando al apartamento de André. Coloco una mano sobre mis ojos para apaciguar el repentino brillo, y parpadeo un par de veces hasta que logro enfocar todo lo que me rodea.

Blair está sentada en el sofá, sonriéndome a modo de bienvenida, las bolsas de las compras que hemos hecho están a un lado del sofá. Seguidamente, André sale de la cocina con un bol lleno de caramelos de goma. También me sonríe y me invita a sentarme junto a ellos.

Veo el televisor, pero no lo que están pasando. Oigo voces, pero no logro averiguar qué es lo que dicen. Blair y André ríen y no sé de qué. Les pregunto por qué, pero ni siquiera puedo reconocer las palabras que salen de mí, y ellos me ignoran.

De soslayo veo que la cocina comienza a brillar. Es un brillo intermitente y de un amarillo anaranjado, el humo comienza a salir de allí y me tenso. Mis pulmones ya arden, y no quiero que eso empeore.

Me pongo de pie, alarmada, y les digo que hagan lo mismo, que tenemos que salir de aquí. Ninguno me hace caso, más bien, parece que ni me escuchan. Siguen con la vista fija en el televisor y riéndose de no sé qué cosa.

Miro a Blair, que ignora completamente el incendio en la cocina, tiro de su brazo y no se mueve, ni siquiera me ve. Me tratan como si no estuviera aquí.

Dispuesta a no darme el lujo de empeorar el ardor de mis pulmones, salgo corriendo, pero me detengo al abrir la puerta principal. Henri está ahí, de pie, dándome una sonrisa socarrona.

—¿Me extrañabas? —literalmente siento como si un balde de agua fría hubiera sido vertido sobre mí, el color desciende de mi cara y se me corta la respiración en menos de un segundo.

—Deberías estar preso —digo con un hilo de voz, retrocediendo—. No... No puedes estar aquí.

Me niego rotundamente a volver a verlo en libertad. ¡Ni siquiera quiero volverlo a ver por el resto de mi vida! Esto tiene que ser sueño. Un muy mal sueño. Esto no puede estar sucediendo realmente, ¡se supone que él está detenido!

—No te librarás tan fácil esta vez —su mirada cambia a una completamente mala, y puedo ver en ella todas sus verdaderas intenciones.

Miro hacia atrás, hacia las llamas, las cuales habían comenzado a salir de la cocina. Alarmada, dirijo la mirada hacia el sofá, buscando a Blair y a André, pero ninguno de los dos se encuentra allí.

«¿En qué momento…?»

Yo también debo salir de aquí antes de todo el fuego empeore, no puedo permitir que mis pulmones vuelvan a sufrir. Conteniendo lo que me hace sentir, atravieso el umbral de la puerta sin problemas, hasta que Henri me toma de la cintura y me pega a su cuerpo.

—¿Adónde vas? —me acorrala contra la pared, ya fuera del apartamento.

—Huyo del fuego —respondo, alarmada, ignorando que mi cuerpo reacciona como si estuviera reviviendo los últimos minutos en su casa—. Déjame ir.

Lo empujo, logrando el efecto contrario: que se pegue a mí y ponga la rodilla en medio de mis piernas y sus manos a ambos lados de mi cuerpo. Comienza a subir la pierna y sé adónde se dirige, me coloco de puntas y aprieto los muslos, retrasando lo que quiere hacer lo más posible.

Las emociones de ese día regresan a mí, sintiéndome impotente, débil, usada… sucia. Pero me esfuerzo por reprimirlas.

Logro evitar que suba la rodilla hasta el vértice de mis muslos, me inclino hacia adelante, haciéndole creer que le besaré el cuello y muerdo su piel fuertemente, haciéndolo rugir de dolor. Me toma de los hombros, estrellándome contra la pared, mi cabeza golpeando con fuerza la superficie. Me mira con rabia y yo miro su cuello marcado por una «O» punteada y sangrante.

—Eres la peor perra que he conocido —me estampa el puño en la mejilla, dejándome de perfil.

Lo miro de reojo con asco y repulsión, meto una rodilla entre sus piernas, casi perdiendo el equilibrio, y la subo muy rápidamente antes que me esquive. Se aleja, contraído por el dolor y escapo. Corro lo más rápido que puedo, consciente de que él me está persiguiendo.

Choco contra alguien y reboto, retrocediendo unos pasos. Hago mi mejor esfuerzo por no tropezar con mis propios pies, pero no tengo éxito y comienzo a caer hacia atrás. Unas manos me atajan antes que siga cayendo y me envuelve con sus brazos.

Intento ver su rostro, mas no lo distingo, y considerando la familiar sensación de sus brazos, sé que es el bombero que me sacó del departamento de André, sólo que ahora no lleva el traje.

Me aferro a él, observando cómo Henri se acerca, ahora caminando y mirándome con rabia. No intento correr para escapar, me siento segura donde estoy.

Henri comienza a decirme cosas que no logro entender, sólo lo escucho y veo que mueve la boca, pero es como si habláramos dos idiomas completamente diferentes.

—Amber —el bombero me sacude suavemente. Lo miro a los ojos, a pesar que no distingo sus facciones.

Me sacude nuevamente, pero él no se ha movido ni un milímetro. Miro a mis alrededores en busca de una explicación, sin tener éxito.



#19889 en Novela romántica
#3473 en Chick lit

En el texto hay: pasion, romance, proteccion

Editado: 13.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.