Estiro mi cuerpo plácidamente, ocupando casi todo el colchón con las extremidades extendidas a más no poder. Volteo la almohada y me acurruco con el edredón encima, frotando la mejilla contra la fría y suave tela de la almohada, lista para dormir por lo menos diez minutos más.
La habitación está a oscuras y aún fría por las bajas temperaturas de la noche, un frío que resulta demasiado agradable y acogedor si tienes un grueso edredón encima. Está perfecta para mí.
—Amber —André dice mi nombre en un tono suave, dando golpes en mi puerta con la misma ternura—. ¿Estás despierta?
Pongo mala cara y gruño por lo bajo. Ha interrumpido mi sueño de diez minutos y lo odio por eso, pero luego recuerdo el estado en que debió amanecer Blair y me compadezco del pobre chico.
—Qué oportuno eres —me cubro la cabeza al mismo tiempo que escucho su risa—. Puedes pasar.
—Esta vez estoy completamente vestido —cierra la puerta casi sin hacer ruido—. No tienes por qué taparte la cara.
—No es eso —respondo con la voz rasposa y arrastrando las palabras—. Acabo de despertar, arruinaste mis ilusiones de seguir durmiendo.
—Vine a disculparme por el espectáculo que te di anoche —siento el colchón hundirse a la altura de mis pies—. No es mi casa.
—El remordimiento debe estar desayunándote como para que vengas sólo por eso —se trae algo entre manos, y sé qué es ese «algo». Me destapo hasta el torso, dándole una desastrosa imagen de cabello dorado esparcido por mi rostro y la almohada—. ¿Seguro que es la única razón de tu agradable visita?
—Bien —gira los ojos—. Blair tiene otro de sus episodios y gruñe por comida. ¿Puedes decirme dónde están sus medicamentos y preparar el desayuno? Ni siquiera quiere hablar para decirme. Su voz le martilla la cabeza. ¡Hasta mover la cabeza la pone gruñona!
Lo sabía.
La migraña de Blair lo ha hecho venir. Si bien él está perfectamente consciente del padecimiento de Blair, nunca ha tenido que tratar con él, ella no lo dejaba venir en esos días, por lo que André no sabe lo exigente que puede llegar a ser su querida novia en esos momentos.
Murmuro cosas ininteligibles hasta para mí, demostrándole que tengo pereza hasta de mantener los ojos abiertos. Él se inclina hacia mí, clavando los dedos en mi abdomen con la intención de hacerme cosquillas.
—Vamos, dulzura —me anima—. Hazlo por tu mejor amiga.
—«Dulzura» —repito, girando los ojos y alejándome de sus manos, sentándome en la cama con las piernas cubiertas por el edredón—. Ambos sabemos perfectamente que tu única «dulzura» es Blair, y sólo te complaceré porque pagas parte de la renta y me darás el día libre como enfermera.
Omito la parte de que también lo hago por ella, normalmente soy la que me encargo de ella en estos casos, y por ende, también tengo que ocuparme de todo lo demás hasta que ella deje de ser una ogra y vuelva a ser Blair.
—Sus medicamentos están en el primer estante de la cocina —el cual está asignado sólo para eso: medicamentos de todo tipo, pero especialmente para migraña—. Y ya que vas con ella, pregunta si quiere algo en especial para comer.
Otra cosa más: le gusta que la consientan cuando está con sus episodios.
—Gracias, leona —se pone de pie, me sacude el pelo y se va.
Me peino el cabello hacia atrás y lo recojo rápidamente en una cola alta y desordenada, corro detrás de él, asegurándome que tome los medicamentos correctos. Tira de mi cabello en forma de agradecimiento y le doy un manotazo como castigo.
***
André toca mi puerta nuevamente justo cuando estoy a punto de dejar caer la toalla, por lo que reacciono tomándola con fuerza, atajándola en su descenso y apretándola contra mi cuerpo, aun sabiendo que él no va a entrar sin autorización.
—Blair dijo que quiere desayunar puré de papas —su voz suena opaca, pues la puerta está entre nosotros.
—De acuerdo.
Sus pasos, cada vez más tenues, me indican que se aleja. Me visto rápidamente, me cepillo el cabello y lo peino en una cebolla en la cima de mi cabeza.
Ya en la cocina, saco los utensilios que usaré primero y todos los ingredientes: papas, nabos, cebollas, repollo, sal, pimienta y mantequilla.
Pongo a hervir agua. Pelo las papas y los nabos, los lavo y corto rápidamente en finas tajadas. Los dejo aparte, en un recipiente, mientras me encargo del repollo, le quito las hojas más dañadas, lo corto en finas tiras y le doy una rápida lavada con ayuda de un colador y un recipiente sin hoyos.
Luego de hacer todo el procedimiento de poner a cocinar los ingredientes, bajo la llama a un nivel medio y sólo queda esperar a que se cocine de cuarenta a cincuenta minutos.
—Todavía no sé cómo Blair y tú no se amputan un dedo cortando tan rápido —me sobresalto al oír su voz y, cuando me vuelvo, lo veo mirando la olla que acabo de tapar—. ¿Estás segura que no me he comido un pedazo de dedo?
Una sonrisa se escapa de mi boca.