Domingo por fin. El día de la semana más esperado por mí, ya que hoy pasaremos el día los siete juntos haciendo algo un poco diferente, en vez de quedarnos en mi apartamento todo el día.
André y Blair decidieron pasar el día completamente solos, sin interrupciones de ningún tipo. Por lo que estoy sola, a la espera de mi familia y cambiando canales en el televisor sin prestar mucha atención a lo que ponen.
—¡Amber! —escucho la voz de uno de mis hermanos por el interfono—. ¡Baja, quiero saborear tus comidas otra vez!
Giro los ojos. Me coloco de pie y me acerco a la puerta principal para presionar el botón y responder.
—Nunca maduras, ¿cierto?
—¿Tienes idea de cuánto tiempo llevamos comiendo la imitación barata que hace Adrienne? —escucho un golpe con eco, seguido de un quejido de mi hermano.
—¿Por qué no mejor subes a ayudarla a bajar sus cosas, en vez de estar hablando mal de mi comida? —le regaña.
—Sí, ya entendí, amargada —gruñe él—. Deja de halarme la oreja —oigo un forcejeo que me causa gracia al imaginármelos peleando como si fuesen niños. Al cabo de unos segundos, él se aclara la garganta—. Voy a buscarte.
Muy poco tiempo después, aparece Abel tras las puertas del ascensor, con su típica y hermosa sonrisa picarona.
—Mi dulce hermanita —extiende sus brazos en mi dirección a la vez que sale del ascensor.
Dejo que me envuelva y yo lo rodeo con los míos mientras besa mi cabeza.
—Tienes a dos más como yo —me separo de él sin quitarle las manos de la cintura.
—Adrienne es la controladora y amargada, Amanda la mandona, y tú eres la dulce… la mayoría de las veces —le propino un golpe flojo en el brazo—. Y si no bajamos ahora, la controladora subirá y tirará de nuevo de mi pobre oreja —me dedica una sonrisa llena de pícara inocencia—. No hace mucho casi se adueña de ella —toma el bolso más grande, que es donde llevo los almuerzos y meriendas de todos, y Abel me mira nuevamente, pero con un brillo diferente en sus ojos—. Me dio hambre.
Le sonrío en respuesta y nos dirigimos al ascensor para reunirnos con el resto de la familia.
***
El Jardín de las Plantas es una excelente y bellísima opción para pasar un buen rato en familia o con amigos. Es un lugar inmenso, como un pequeño bosque dentro de tantos edificios en París, con zoológico incluido, invernaderos y rosaledas, además de varios jardines y árboles tan viejos que quién sabe cuántos años tendrán.
Ya instalados en una mesa debajo de un enorme y frondoso árbol, Amanda y Adrienne me ayudan a servir la comida en un plato para cada uno. Dejamos las tazas en el medio de la mesa y nos disponemos a comer.
—Cuánta falta me hacía probar algo hecho por Amber —halaga Allan, masticando muy lentamente para saborear y disfrutar. Se gana una mirada fulminante de parte de Adrienne y él se da cuenta—. ¿Qué? ¿Me darás la razón, o también vas a arrancarme la oreja?
—Ahora me provoca más hacerlo —le espeta.
—Drie —mamá la llama por su apodo, reclamándole—. Come tranquila. Y ustedes —se gira para mirar a Allan y Abel—. Dejen de despreciar la comida que prepara su hermana. Para ninguno es un secreto que la comida de Amber es la mejor que puede hacerse en la familia, pero no hace falta que le bajemos la autoestima a Adrienne, sólo intenta imitar un talento que no tiene.
—¡Mamá! —exclama mi pobre hermana, dejando caer los cubiertos sobre la mesa—. Por un momento creí que me estabas defendiendo.
Nuestra madre se encoge de hombros y le sonríe con burla, mientras que Adrienne finge estar enojada con todos al no dirigirnos la palabra por dos minutos.
Al ser producto de un embarazo múltiple, no fuimos la excepción en eso de «físicos idénticos, actitudes diferentes». Cada uno tenemos personalidades muy diferentes pero que se complementan y conllevan a que seamos muy unidos, además de que nos conocemos literalmente de toda la vida y no podríamos vivir el uno sin los otros.
—¿Estarán aquí para el catorce de julio? —les pregunto, anhelando que la respuesta sea afirmativa.
—Hasta ahora no hay motivos para no venir —responde mi padre, avivando el entusiasmo que cierta persona se encargó de machacar con sus palabras de desprecio.
—Me encantaría ver la Torre ese día en persona, y no por una pantalla —se queja Amanda.
Cada catorce de julio acostumbro a mandarles un pequeño video del espectáculo que se desarrolla en la Torre Eiffel, riendo con nostalgia de cada comentario que recibo de ellos por mensaje al no poder verlo en vivo.
—Cambiando de tema —continúa mi padre—. ¿Cuándo es tu graduación? Tengo entendido que ya está cerca.
—Sí —confirmo—. Será a mediados de agosto, cuando tenga fecha fija les avisaré de inmediato.
—Y seremos los primeros seis clientes dentro de tu restaurant —me hace saber Allan con una enorme sonrisa en su cara—. Pero tú serás la que nos cocine, no otro chef.
—No te preocupes —intento tranquilizarlo de un asunto que no es muy relevante para mí—. Contrataré a los mejores cocineros que encuentre. No notarás la diferencia.