Al no aguantar más los incesantes toques al timbre que no me dejan dormir, resoplo, me desarropo de mala gana y me levanto obstinada a ver quién es el desgraciado que se le ha antojado llamar a la puerta a estas horas de la mañana.
Mis pasos resuenan por el pasillo, haciendo eco en las paredes de éste, el sonido disminuyendo considerablemente cuando llego a la sala de estar.
—¿Qué quieres? —me sorprende, y a la vez no, encontrar a Gabe de pie frente a mí, que al verme hace una expresión de gracia.
—Buenos días a ti también, Bee —me mira de arriba hacia abajo, lo que hace que su gracia aumente.
No debo estar presentándole mi mejor apariencia física, ni emocional, en este momento. Pero tengo mis razones. ¿Quién estaría de buen humor cuando te despiertan a las siete de la mañana, en tu día libre, tocando el timbre como un poseso?
—¿Minions? —se burla de lo que llevo puesto, señalando con un leve movimiento de su mano.
Bajo la cabeza para ver qué es lo que estoy usando; Blair me regaló este pijama en uno de sus intentos por hacerme sentir mejor pocos días después del incendio. A pesar de que no son mis personajes favoritos, agradecí mucho el detalle y la intención… además que la tela es demasiado cómoda.
Consiste en una blusa de tirantes blanca con varios Minions esparcidos por toda la tela, colocados en todas direcciones, unos al derecho, otros de lado y otros de cabeza; el short está hecho exactamente de la misma tela, con un largo que me llega más arriba de medio muslo.
Siento mis mejillas arder al caer en cuenta de que estoy mostrándole más piel de la necesaria. Hago caso omiso de la sensación bochornosa que he comenzado a sentir y lo encaro.
—No es tu problema. ¿Qué haces aquí? —me cruzo de brazos y me tomo mi tiempo para mirarlo también de cuerpo entero.
Viste informal, como usualmente hace, jeans y camiseta, y tiene las manos en los bolsillos en una posición que denota confianza, pero es su cabello el que se lleva toda mi atención; normalmente lo lleva medio desordenado medio peinado, dándole un toque despreocupado, pero hoy parece una maraña.
—Dije que tendrías el domingo ocupado.
—Son las siete de la mañana, Gabe —comento, distraída, mirando su pelo. Noto que baja la cabeza un poco, y cuando hago lo mismo, veo que está mirando la hora en su reloj de pulsera.
—Casi las ocho, de hecho.
—¿Qué le pasó a tu cabello?
—La Bella Durmiente no ha notado que el cielo se está cayendo fuera de su apartamento —sonríe con cinismo y entra sin que le dé permiso, me toma por los hombros y me hace dar media vuelta sobre mi propio eje mientras él cierra la puerta de un puntapié y nos dirige hacia la puerta del balcón.
Hago un esfuerzo sobrehumano para que la calidez de sus manos puestas directamente sobre mis hombros casi desnudos no tenga el efecto que su tacto tiene en mí… o por lo menos trato de que él no lo note, y antes de que pueda darme cuenta, hemos llegado a las puertas del balcón y aparta la cortina.
París está envuelto de un gris oscuro, un cielo muy nublado y un ambiente ventoso. Las copas de los árboles van de aquí para allá al son del viento, al igual que las hojas que se han desprendido, volando en todas direcciones.
Las calles están desiertas y empapadas, y las puertas transparentes del balcón son golpeadas por gruesas gotas de agua, a la vez que el acrílico que nos separa del exterior tiembla ligeramente por la tempestad que hay afuera.
El silbido del viento logra colarse por las finas rendijas que separan ambas puertas, trayendo consigo el delicioso aroma a lluvia.
—Comenzó a llover cuando entré al edificio —deja caer la cortina, bloqueándome la vista hacia el exterior casi por completo—. Tenía planeado llevarte a desayunar, pero me arruinaron los planes.
—¿Y… no piensas acomodarte el pelo? —lo detallo, lela.
Ríe levemente, inclinando la cabeza hacia mí sin despegar su divertida mirada de mis ojos.
—¿Te gustaría acomodarlo? —le devuelvo la mirada con ligera impresión.
—¿En serio? —murmuro… no es que me queje, de hecho, es todo lo contrario, porque normalmente lo lleva al natural, pero tiene una apariencia tan visiblemente sedosa que provoca tocarlo, y que me permita hacerlo es lo que me sorprende.
Inclina su cabeza un poco más, hasta que sólo su pelo está en mi campo de visión. Deslizo las manos por su cabeza, explorando como si nunca hubiese tocado cabello ajeno en mi vida.
Juego unos segundos con él, acomodándolo ligeramente con cada toque, a la vez que disfruto de la sedosidad que va adquiriendo a medida que lo desenredo, acomodándolo de una manera un poco diferente a como siempre lo lleva al peinarlo hacia atrás.
Toma mis manos entre las suyas con suavidad para luego darles un pequeño apretón, mirándome con ojos dulces. El contacto de su piel contra la mía envía terminaciones nerviosas a mi cerebro y me revuelve ligeramente el estómago —en el buen sentido—. Es un contacto un poco íntimo, o así lo siento, como si tuviese trece años otra vez y me hubiese tocado hacer pareja en matemáticas con el chico más lindo de la clase.