Me siento segura, cómoda, aliviada... sus brazos me rodean la cintura con firmeza, apoyándome en su pecho. Siento que somos ligeros, como si voláramos. Sus dedos me acarician la piel por encima de la tela, y su respiración profunda en mi cuello me relaja hasta el punto de sentir que soy ajena a todo. Deposita cortos besos a lo largo de la línea de mi cuello, causando que los vellos se ericen y me estremezca.
«Despierta».
Una mano cubre mi boca.
«Esto no va bien. ¡Despierta!»
Seguidamente soy impulsada hacia adelante y un olor característico invade mis fosas nasales.
«¡DESPIERTA!»
Apenas abro los ojos de golpe, tengo la respiración acelerada y siento que se me va a salir el corazón. Estoy inmóvil en mi cama y lo que creía que era un sueño, no lo es.
Estoy acostada de lado, y sí hay alguien detrás de mí, de ahí el calor que siento en la espalda, y el olor a alcohol me confirma de quién se trata. Quedo aún más inmóvil, pero esta vez por mi cuenta, y respirar se me hace cada vez más difícil. Cada inhalación es más dificultosa que la anterior, y es cuando comienzo a analizar la posición y la condición en la que estoy.
Sus manos me recorren zonas que no deberían recorrer, y su lengua juega con la piel de mi cuello, causándole satisfacción a él, y un enorme asco a mí. Los latidos de mi corazón retumban fuertemente contra mi pecho, y compruebo que estoy en desventaja.
Giro la cabeza hacia atrás lo más que puedo, encontrándome con su rostro sumamente cerca y, si él no hubiese estado apresándome con sus brazos, habría dado un brinco del susto.
Una sensación de terror y desolación me atraviesa por completo, e inmediatamente se me humedecen los ojos. Trago saliva para aliviar el nudo que se formó en mi garganta… pero no consigo ese efecto, y no lo conseguiré hasta que logre quitármelo de encima.
Mi primera reacción es gritar por ayuda, pero la orden de mi cerebro no llega a mi boca. Comienzo a moverme frenéticamente, desesperada por escapar de entre sus brazos; sólo escucho sonidos de satisfacción proviniendo de él, lo que aumenta mi pánico.
Con una pierna me inmoviliza, pasándola sobre las mías, y uno de sus brazos pasa por debajo de mí para mantener mis dos manos prisioneras, mientras que la otra la usa para tocarme. No es una posición precisamente cómoda, pero a él le ayuda a lograr lo que quiere. Desliza sus dedos desde mi hombro, pasando por mi brazo, mi cintura y mi cadera, hasta llegar a la mitad de mi muslo.
Sé que está disfrutando mucho de todo esto, su toque así lo demuestra. Lento pero firme, casi burlándose de mí por no poder hacer nada. Al menos mi pijama sigue intacta, pero no creo que él esté totalmente vestido.
—Al fin despiertas —dice, arrastrando las palabras.
«Ojalá fuera un mal sueño. ¿Por qué no puede serlo? Despertaría con miedo, pero sabría que fue un mal sueño e intentaría dormir nuevamente»
Balbuceo que me suelte, cosa que sé que es inútil, pero lo hago como un reflejo involuntario ante la situación en la que me encuentro. Él se ríe, jactándose de mí. Sabe, tan bien como yo, que fue un pedido innecesario porque no lo va a hacer.
—Es raro, pero cada vez que huyes de mí, o te resistes, te noto más atractiva —su mano ambulante se posa en mi trasero, apretando con demasiada fuerza. Ahogo un quejido de dolor—. Lo prohibido es mucho más tentador, y no poder tenerte solo aumenta las ganas que te tengo.
—¡Cállate! —exclamo lo más alto que puedo. Su mano deja de tocar mi cuerpo y la coloca detrás del suyo, tanteando algo sobre el colchón.
Segundos después, empuja algo que parece tela dentro de mi boca con brusquedad, una bola lo suficientemente grande como para que se me haga casi imposible decir algo.
—Así estás mucho mejor.
Algo está comenzando a despertar, y no es ningún sentimiento dentro de mí a lo que me refiero. Mi cuerpo suda frío, y trato de pensar en las formas de escapar o despertar a Blair o a André.
—¿Nerviosa, Amber? —su intento fallido de sonar seductor sólo me causa náuseas.
El lado bueno de que nuestra relación le haya valido nada, es que nunca me puso un apodo de cariño. Mi nombre siempre fue su forma de llamarme, y ahora es cuando agradezco que haya sido así, me sacaría de quicio que me llamara por cualquier ridículo apodo luego de lo que hemos pasado.
Lo que tenía la intención de ser un grito de ayuda queda ahogado a medio camino.
—Si gritas, será peor para ti.
Es un arma de doble filo; si logro gritar, tendré dos derivados: despertar a alguno de ellos y que me ayuden, o que ninguno despierte y Henri termine obteniendo lo que quiere.
Si no grito, el proceso tardará más, lo que me dará más tiempo para escapar y poder despertar a André o Blair… o quedará cegado por la excitación y no tendré posibilidad de hacer ninguna de las dos cosas.
Este hijo de perra va a abusar de mí, sí o sí, si no hago algo para evitarlo. Estoy presa en todos los sentidos, y la creciente impotencia comienza a unirse a mi miedo. Mi rápida respiración es clara señal de lo que siento.