— ¿Y qué paso después Bob?
—Solo eso. —La doctora seguía con su mirada inquisidora en un intento de averiguar más sobre mí. — ¿Qué está pensando?
—En todas las cosas que rondan por esa cabecita tuya, Boogi.
— ¿Cree que estoy listo?
— ¿Crees que estás listo?—siempre vengo a estas sesiones, y siempre terminamos con las mismas preguntas.
En todas estas sesiones he avanzado, puedo decir orgullosamente que los recuerdos del pasado no me afectan por completo. La doctora ha logrado un cambio en mí, pero ahora falta culminar los demás. Necesitaba esta sesión con urgencia. Después de la oportunidad que me fue otorgada por el rector. Me encontraba nervioso y asustado a la vez, me negaba rotundamente a rechazar la oportunidad (además de que es el mejor promedio el que lo hace ¡y yo soy el mejor promedio!) y ser la burla de todos los chicos nuevamente. Ese era un punto clave de mis problemas; la aceptación y mi falta de autoestima.
—Boogi, ¿estás seguro de hacerlo?—sus labios estaban fruncidos, y sus ojos demostraban lo intranquila que se encontraba con la idea, quería a esta mujer como mi segunda madre, pero exasperaba el hecho de que no me tuviera la confianza para hacer esto—Cariño, no quiero que pienses que no confió en ti, pero creo que lo tienes que pensar…
—Rebecca, te aprecio. pero sabes que no quiero estar atemorizados por ellos para siempre, tu misma dijiste que estaba avanzado es un discurso ¿Qué puede salir mal? ¡Quiero demostrarles a todos ellos que sigo de pie!… Que no soy alguien a quien puedan manejar a su antojo.
Un suspiro se escuchó en la estancia. Me levante de mi asiento listo para dar el fin a esta lección. Ya mi decisión está tomada, y no voy a dar marcha atrás. Todos mis méritos fueron vistos por el rector y el equipo académico; mis notas, mi rendimiento y mi actitud fueron vistos por los más altos. A pesar de todas las dificultades que tuve en mi camino las logre superar e ignorar a mí alrededor Fui terco todos estos años.
No me mude de carrera ni de universidad para que me llamen cobarde, se lo que viví pero no puedo durar toda la vida con ese pensamiento. Además, es mi graduación ¿y me dan el honor del discurso? ¿A quién se le ocurriría negarlo? Mis esfuerzos no son en vano.
Las pisadas eran fueres, ocasionando un sonido chillón con cada segundo. Había dejado atrás a Rebecca que aun sin abandonar su preocupación decidió despedirse con un asentimiento de cabeza y continuar con su trabajo.El día esperado era mañana, y estaba dispuesto a despedirme de todos esos idiotas de la mejor manera.
Quería un cambio en mi vida, no quería ser el gordito boogi por siempre, quiero ser más que eso. Dejar con la boca abierta a más de uno, poder sentir a alguien sufriendo por mí. Este era el fin de una historia para comenzar otra.
. . .
—Oh, cuidado dañas el espejo con tu reflejo—la voz de Bruno retumbaba en las cuatro paredes que conformaban los sanitarios de hombres. Sus pasos eran lentos, como si estuviera esperando el momento perfecto para atacar.
Acababa de lavar mi rostro como un intento de refrescar mis pensamientos. Últimamente me encontraba estresado a niveles inimaginables. Pero todo fue interrumpido en el momento en que el chico alto que segundos antes se encontraba en la entrada del lugar se había detenido tras mi espalda, manteniendo esa sonrisa arrogante en su rostro.
Cuando nos encontrábamos en público las agresiones no pasaban de insultos hirientes y humillaciones que se quedaban grabadas en mente hasta que terminaba por desahogar todo en las sesiones con Rebecca. En cambio, cuando estábamos solos en una habitación todo cambiaba, mis manos se encontraban sudadas y un leve temblor comenzó a aparecer en ellas.
Un empujón basto para que el aire fuera expulsado de mí con brusquedad. No es soy persona atlética, eso ya estaba claro, y mi fuerza puede ser calificada nula cuando me comparaba con bruno; con 20 cm más que yo y su figura con musculatura bastante elevada
—Me das asco, no puedo creer que tú seas la persona que escogió el rector, ¿no se dio cuenta de tu apariencia? Si no terminas espantando al público será un milagro…—con fuerza sujeto mi camisa del cuello para después girarme y ocasionando un dolor punzante en mi espalda por culpa del filo de la cerámica de los lavamanos. —y estudiaste periodismo, pensé que no durarías mucho en esta carrera ¡y mira! El insecto se graduó ¡y con honores! Su voz estaba teñida de ironía y repugnancia.
—Esperaba verte muerto—un golpe en el estómago.
Mis manos automáticamente fueron a sus hombros en un vano intento de alejarlo. Para beneficio de él la estancia se encontraba desolada, sin ningún encargado rondando por allí.
—Disfruto todos estos años de tu agonía—otro golpe en el mismo sitio provoca— ¿Qué será de tu vida en la gran ciudad? Seguramente nada. Eres tonto, gordo y feo.
"Ni vida amorosa tienes, y tu único amor fue falso ¿Qué más triste que eso?"
No era tan horrible ¿verdad?
—Y pensar que este será los últimos momentos juntos. —y el tercer golpe llego con fuerza impactando con fuerza en mi mejilla.
Trate de dar patadas en el aire con la esperanza de atinar alguna. Su mano izquierda me empujaba contra la pared mientras que la derecha daba golpes en zonas aleatorias de mi cuerpo. Cada golpe con más fuerza que el anterior.
Cuando el timbre sonó indicando el final de la última hora sus manos detuvieron su agarre dejándome libre.
Esta era una hora que esperaba disfrutar en paz, pero siempre terminaba como bruno quería. Los directivos sabían lo que ocurría, pero si ellos no lo veían con sus propios ojos lo hacían pasar como si nada, después de todo era un becado. Bruno no era un chico tonto, vigilaba desde temprano mis movimientos y en el momento justo atacaba, siempre intentaba evitarlo, pero de una u otra forma el cumplía su cometido.