Despertares: La tempestad latente

2. COMO SI ESTUVIERA ESCRITO

Camino a la escuela, como era su costumbre, Armin contemplaba el paisaje citadino que se desplegaba a través de la ventanilla del auto. La ciudad se le figuraba de un tedio insufrible. Su única peculiaridad eran los numerosos árboles; había en gran cantidad, dispersos por todas partes.

¡Un centro comercial!

Sintió un atisbo de entusiasmo al considerar que en ese conjunto de tiendas podría distraerse después de clases. Mientras su padre parloteaba sin parar, el joven se preparaba mentalmente para su arribo a la escuela.

—No podría dormir tranquilo si hubiera venido solo hasta acá. No podría visitarlos cada fin de semana, por más que quisiera. Necesito que nos apoyes, hijo. En todo. ¿Qué opinas?

—Sí, papá —repuso Armin sin mirarlo a los ojos.

—¡Anímate! Verás que aquí también harás amigos. Y si me cambian de puesto otra vez, y tenemos que mudarnos de nuevo, velo por el lado positivo, ¡dejarás huella en todo el país!

—Otra de esas y mañana me vengo solo, ¡en el auto! —amenazó con tono juguetón.

Afuera de la escuela, el único presente era el intendente, quien se ocupaba de limpiar el polvo y la basura. Armin sintió alivio, nadie vería su llamativo atuendo, al menos no la escuela entera. Respiró hondo y salió del auto. Se despidió, agradeciendo el aventón; a su vez, su padre le deseó un buen día. Se dio la vuelta y admiró el edificio que se alzaba frente a él, tenía un aspecto convencional. Algunos muros eran de tabiques color arena, mientras otros lucían un tono gris oscuro con acabado liso. Las ventanas estaban cerradas, pero las persianas entreabiertas se apreciaban a través del vidrio.

Aquí empieza mi nuevo presente, pensó mientras cruzaba los brazos contra su pecho; la temperatura era algo fría.

Un miserable error y quedaré marcado para siempre.

Con mil ideas en mente, dio el primer paso hacia los escalones de la entrada principal, sin advertir el envase de plástico en el piso. Armin resbaló, pero logró sostenerse del barandal contiguo. Había evitado una caída bochornosa. Cantaba victoria cuando notó una sensación desagradable entre los dedos. Su mano había quedado embarrada con la goma de mascar que alguien había dejado pegada en la barra metálica.

El conserje no pudo contener la risa.

—¡Cuidado, no te vayas a caer! —expresó con sarcasmo, dejando ver la falta de varios dientes.

Molesto, Armin intentó quitarse el viscoso dulce, pero sólo empeoró la situación.

—Estos niños son muy desordenados —farfulló el viejo.

—¿Tiene algo para quitarme esto? —preguntó Armin.

—Namás me traje la escoba. Vete al baño. ¡Apúrale! Que ya no es pa andar paseando por los pasillos.

Sin escuchar lo último que dijo el viejo burlón, Armin atravesó la entrada y recorrió silenciosamente el largo pasillo. Acostumbrado a los viejos corredores de su antigua escuela, le tomó un buen rato comprender la nueva disposición antes de dar con las indicaciones para el baño.

No fue fácil quitarse la goma pegajosa. A pesar de sus intentos, la mano le quedó un tanto viscosa. Al salir, vio en un reloj de pared que faltaban diez minutos para las nueve. Ya no cabía duda, se le había hecho tarde. Era su primer día, el profesor comprendería y se mostraría indulgente. O eso creyó, hasta abrir la puerta del aula donde tomaría su primera clase.

—¡Buenas noches, Su Majestad se digna a visitarnos! —exclamó con desprecio el profesor frente a los estudiantes al verlo entrar. Parecía que estaba esperando a que algo inadecuado sucediera para desahogarse.

—Buenos días. Perdón por llegar a esta hora, es que…

—¡Es que nada! ¿Cree que me interesan las excusas? Para empezar, ni me las creo. Usted llegó tarde, eso es un hecho. Y toda conducta inapropiada conlleva consecuencias. ¡Que le quede claro…! ¿Usted es…?

—Armin Leoy, profe.

—Ah, sí, uno nuevo… Aún no lo tengo en la lista, señor, se salvó de la falta. ¡Pero no del castigo! Métase en la cabeza que en mi clase, yo soy su dueño. Y ya empezó mal. Nada más con verle la cara, se nota que viene obligado a estudiar. Haremos esto, usted hace como que me presta atención y yo haré como que no existe. ¿Estamos? —cuestionó con altivez.

—Sí, profe.

—Ustedes creen merecerlo todo y de todo se quejan. Su única obligación es asistir a clases. Cuando sea mayor, comprenderá lo que es realmente sufrir y que el mundo no oiga sus súplicas. —Armin asintió de nuevo, lo que enfureció más al profesor—. ¡No me dé por mi lado nada más para callarme! Lo que le digo no es una opinión, ¡es un hecho! Tarde o temprano llegará el día en que implore un poco de empatía, y sólo consiga que le escupan en la cara. Es lo que pasa allá afuera. Usted no tiene remedio. ¡Siéntese! ¡Ni libreta trae! Que alguien le preste una hoja. ¿Trae pluma, al menos, o también le consigo una? En este lugar se aprecia el interés por el estudio.

Como parte de la bienvenida a la nueva escuela, Armin debía recibir un recorrido por las instalaciones de manos de una representante de la administración escolar. Ella le habría entregado una agenda de cortesía, una libreta con el logotipo de la mascota deportiva en la portada y folletos de los eventos que se celebrarían en los siguientes meses. La joven, integrante de la mesa estudiantil del último grado, lo esperó hasta media hora después del inicio de las clases, sentada en las escaleras. Si tan sólo Armin hubiera llegado temprano… La noche anterior, su padre le había asegurado que la escuela le proporcionaría algunos útiles. Esa idea rondaba en su cabeza, pero se esfumó tan pronto como cruzó el umbral de la puerta de entrada.




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