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¿Mis iris se volvieron purpuras? Eso no es posible. Aprendí a controlar ese cambio hace años. Es absurdo que un desconocido me haya hecho perder el control sobre mis ojos. Simplemente no tiene sentido.
No respondo al comentario que ha hecho Nadie, estoy demasiado ocupado manteniéndome firme en la batalla de miradas que inicié con ese desconocido. Creo que le causo tanta incertidumbre como él a mí.
—Alek, ¿ese es Gautier Stewart? —pregunta Enzo, entre dientes.
Y, como si hubiese escuchado su pregunta, uno de los chicos que camina con el extraño voltea y nos mira. Y, efectivamente, se trata del estúpido de Gautier Stewart.
Lo único que me alegra de toparme con él es ver con mis propios ojos que la paliza que le di fue lo suficientemente fuerte como para herir su nariz, la cual está cubierta por una gasa blanca.
Una enorme sonrisa se forma en los labios de Stewart, quien llama la atención de su grupo de ineptos, mientras nos señala a Enzo y a mí. Todos nos miran, y al hacerlo, deciden cambian de rumbo y dirigirse a nosotros.
Bien, no incluí esta situación en mi lista de eventos desafortunados que podrían ocurrir en menos de una hora.
—Maldición, Alek, no pueden ver tus ojos así —se preocupa el pelinegro —. En la guantera del auto hay unos lentes de sol, póntelos —me ordena, lanzándome las llaves.
Las atrapo en el aire y asiento para mí mismo, encaminándome hacia su vehículo.
La rivalidad entre nuestros grupos comenzó a principio de año, cuando Enzo se postuló para el equipo de fútbol americano y le quitó a Gautier la posición en la que se había mantenido durante dos años consecutivos. A partir de ese momento, sus amigos y él aprovecharon cualquier oportunidad que se les presente para fastidiarnos. Pero hoy sus comentarios subieron a otro nivel. Gautier se refirió de una manera muy ofensiva al hermano menor de Kilian, quien nació con autismo, y ninguno de nosotros iba a permitir eso; y así fue como terminó con la nariz rota.
Rebusco entre la basura que mi amigo acumula en su auto y encuentro entre ella los dichosos lentes. Me los coloco, no sin antes maldecir a Enzo por ser un maldito desordenado, y luego salgo del coche, dirigiéndome nuevamente a él. En el momento exacto en que me detengo a su lado, Gautier acelera el paso y se abalanza sobre mí, tomándome con fuerza del cuello y empujándome contra un muro.
—Debería matarte ahora mismo —dice entre dientes, haciendo más fuerte su agarre.
Enzo grita e intenta acercarse a nosotros, pero es detenido por Swan y Theo, secuaces de Gautier, quienes lo toman por los brazos mientras ríen.
—No seas orgulloso, Gautier, sabes muy bien que te merecías esa golpiza y más —mascullo, evitando su mirada.
—Estás cavando tu propia tumba —advierte.
Me suelta, e instintivamente me llevo las manos al cuello, comprobando que siga ahí.
—No tengo tiempo para ti ahora, Pitt, pero si fuese tú no caminaría tan tranquilo.
—Ni solo —agrega Swan, quien libera a Enzo de su agarre, al igual que Theo.
Mi amigo se apresura en colocarse a mi lado y tomarme del brazo, obligándome a caminar lejos de ellos, quienes empiezan a reír y burlarse de nosotros, llamándonos cobardes. Los ignoro, pero hay un comentario que llamó por completo mi atención.
—Yo tengo la impresión de que nunca está solo —dice una voz que no conozco a mis espaldas, generándome escalofríos. Deduzco que se trata del desconocido, por lo que no lo tengo en cuenta.
Doblamos hacia la derecha en la esquina y continuamos caminando. Durante el trayecto, Enzo no deja de mencionar cuánto odia a Gautier y a su grupo, jurando que la próxima vez que me toquen borraría su estúpida sonrisa de un golpe. No lo regaño; no voy a criticar algo que también me gustaría hacer. Finalmente nos encontramos delante de la preparatoria.
—Son unos hijos de puta —gruñe Enzo, por última vez.
—Coincido contigo —respondo, mientras ingresamos al instituto y comenzamos a caminar por uno de los corredores —. Si Nadie fuese como los demonios que aparecen e las películas de terror que vi, le pediría que los estrangule —agrego.
«—¡No soy un demonio! —se queja el espíritu, con indignación.»
—¿Quién es Nadie? —pregunta Enzo, con el ceño fruncido.
—Nadie —respondo, restándole importancia —. ¡Mira! Ahí está la oficina del entrenador —señalo el final del pasillo.
Aceleramos nuestro paso y nos detenemos delante de una puerta, adornada por un cartel. Me quito los lentes de sol, aprovechando que mis ojos dejaron de arder, y leo el letrero:
"¡No entrar!
-Sr. Murphy."
—Como digas, Murphy —responde Enzo al cartel, colocando la mano en la perilla de la puerta y abriendo la misma.
Nos topamos con una habitación no muy grande, con un escritorio completamente desordenado en medio de ella, a su lado un cesto de basura rodeado por varias pelotitas de papel, y una pizarra de corcho colgada en la pared.
Los tres nos dividimos en el despacho y buscamos la llave entre el desastre que el entrenador Murphy no se molestó en limpiar. Me pregunto si ser desordenado es un requisito para ser jugador de fútbol americano, porque este sitio me recuerda mucho al auto y al dormitorio de Enzo.
«—Creo que la encontré —dice Nadie, alejándome de mis pensamientos—, pero no puedo alterar lo que pertenece al mundo de los vivos, así que compruébalo tú.»
Me acerco al espíritu y muevo la hoja de papel que señala, hallando, efectivamente, una llave detrás de ella.
—¿Es esta? —pregunto, llamando la atención de mi amigo.
El pelinegro voltea y observa durante unos segundos el objeto que sostengo en el aire, para finalmente sonreír y asentir con la cabeza.
—Vamos a los cambiadores —dice.
Editado: 22.04.2020