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Corro por las solitarias calles de Cooperstown, con un nudo atravesando mi garganta y las mejillas pegajosas gracias a las lágrimas que el viento secó en ellas. Me siento exhausto, agobiado, decepcionado, y, principalmente, enojado porque aún no he sido arrollado por ningún auto. Pero no voy lamentarme diciendo que nunca me había sentido así, ¿para qué engañarme a mí mismo? Estas sensaciones son bastante familiares para mí; estoy acostumbrado a mi desafortunada vida.
Hoy pude desahogarme después de diecisiete años ocultando todo el odio que guardo dentro, y, aunque solo dije un 5% de las cosas que me hacen aborrecer mi vida, jamás me había sentido tan satisfecho. Pero mi nombre es Aleksy Pitt, y nada que me genere felicidad subsiste. Toda esa satisfacción se esfumó en cuanto levanté la vista y me encontré con los ojos llorosos de mi madre. En ese momento mis manos empezaron a sudar y mi corazón a acelerarse, latiendo tan rápido que temía que escapara de mi pecho. Mi mente repetía una y otra vez lo egoísta, e incluso sociópata, que era por haberme alegrado mediante el sufrimiento de otro. No sabía qué hacer, estaba perdiendo el control sobre mí mismo, y lo único que se me ocurrió fue presionar mis parpados con fuerza, pero al abrirlos, luego de unos minutos, me encontré a mí mismo corriendo lejos de casa, llorando desconsoladamente e ignorando los gritos de mi madre.
No sé qué sucede conmigo este año. Me siento paranoico, como si ahora más que nunca debería actuar como una persona normal, pero se me imposibilita hacerlo, porque siento que constantemente estoy al borde del colapso, que soy una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar y arrasar con todo lo que lo rodea... Y también siento que cada palabra que pronuncia Nadie, simboliza un número menos en la retrocuenta que obstruye mi explosión. Y tengo miedo de lo que pueda suceder cuando llegue a cero.
«—Aleksy, ¿a dónde estamos yendo?»
La voz de Nadie me regresa a la realidad... O me aleja más de ella. No lo sé con certeza.
Me detengo y me coloco de cuclillas, regulando mi respiración, mientras analizo mi entorno, intentando ubicarme geográficamente en él, pero solo veo arboles a mí alrededor, y, teniendo en cuenta que mi sentido de la orientación apesta, me declaro perdido.
—¿Cuánto tiempo estuve corriendo? —pregunto, con el ceño fruncido.
Supongo que corrí durante quince minutos, bueno, eso es lo que normalmente se demora para alejarse de la zona urbanizada.
«—Cinco horas.»
Mis ojos se abren de par en par y mis labios forman una pequeña O, mientras volteo en dirección a Nadie.
—¡¿Qué?! —grito, incrédulo.
El espíritu comienza a reír.
«—Estaba bromeando —admite, entre risas —. Solo fue una hora, o una hora y media, no lo sé, no tengo reloj.»
—¡Nadie, una hora y media sigue representando muchos kilómetros! No sé si eres realmente consciente de lo alejados que estamos del pueblo y lo expuestos que estamos a los coyotes y cualquier animal nocturno!
«—Yo no puedo morir otra vez —se encoge de hombros.»
—Pero si yo muero, tú serás Nadie por siempre —le recuerdo.
Me mira en silencio durante unos segundos.
«—Es un buen punto —reconoce —. Igualmente no estamos tan alejados de la carretera, solo tenemos que ir hacia...»
Nadie se lleva una mano al mentón y analiza su entorno, girando varias veces sobre su propio eje, para finalmente regresar su mirada a mí y con sus brazos imitar la forma de una jarra.
—Definitivamente estamos perdidos —declaro, dejándome caer sobre el césped.
«—A mí me interesa más saber por qué empiezas a correr cada vez que tienes un ataque de pánico.»
Esta vez soy yo el que se encoge de hombros.
—Tengo un mal presentimiento —susurro para mí mismo —. Le mandaré mi ubicación a Enzo.
Desbloqueo mi celular, encontrándome con varias llamadas perdidas de mi madre, y me pregunto cómo no sentí el móvil vibrar en mi bolsillo. Le resto importancia y borro esas notificaciones, para después entrar al chat del pelinegro, enviándole mi ubicación, pretendiendo que me venga a buscar, pero la señal es demasiado baja y el mensaje no se envía.
Antes de que pueda maldecir por mi mala suerte, el sonido de una rama crujiendo consigue sobresaltarme.
—¿Escuchaste eso? —susurro, poniéndome de pie.
Retrocedo lentamente, mirando en todas direcciones, escuchando el acelerado latido de mi propio corazón.
«—No, y déjame decirte que no es el mejor momento para perder la cabeza.»
Otra rama cruje detrás de mí, seguido por pisadas, decenas de ellas, y volteo rápidamente, pero no veo nada.
—Nadie, es imposible que no hayas oído eso —insisto.
Las pisadas empiezan a alejarse y, para mi sorpresa, mis piernas reaccionan sin mi permiso, siguiéndolas.
«—Aleksy, no sé qué es lo que estás escuchando, pero puedo oír el latido de tu corazón y sinceramente no entiendo por qué corremos detrás de algo que te aterra.»
—Yo tampoco lo entiendo —admito, asustado.
Corro y corro, durante varios minutos, siguiendo el sonido de los pasos que cada vez se oyen más lejanos. Llego a un pequeño sector del bosque que está libre de árboles, aunque rodeado por ellos, y me detengo en medio, con los pelos de punta y la luna iluminando mi sudado y aterrado rostro.
«—Tengo un mal presentimiento sobre este lugar —susurra Nadie —. Aleksy, vámonos, por favor —ruega.»
Abro la boca para responderle, pero la cierro cuando varios gritos desgarradores se oyen a mis espaldas. Mis manos empiezan a temblar y presiono mis parpados con fuerza, mientras reúno el valor suficiente para voltear lentamente, temiendo por lo que podría encontrarme. Y, después de dejar escapar un profundo suspiro, abro los ojos, encontrándome con una escena que consigue paralizarme por completo.
Editado: 22.04.2020