Dime "¡sí!"

CAPÍTULO 45. Viaje hacia el Parque Maronio

CAPÍTULO 45. Viaje hacia el Parque Maronio

Al anochecer, exactamente a las seis, partimos del palacio real rumbo al baile dedicado al comienzo del verano. Íbamos cuatro en el carruaje: la princesa Rozía, Barmuto, la Sombra Dianea y yo. Resultó que no viajaríamos tirados por caballos, como yo estaba acostumbrada en Salixia, ¡sino por bestianos! ¡Y no viajaríamos, sino volaríamos!

Dos enormes animales rojos estaban enganchados al lujoso carruaje, decorado con escudos reales en las puertas. Sobre cada bestiano montaban jinetes que los controlaban y dirigían en la dirección correcta. Yo puse cara de indiferente, aunque me moría de ganas de acercarme y acariciar a esas hermosas y orgullosas criaturas. Los bestianos agitaban las alas y pisaban con impaciencia, deseosos de elevarse al cielo. Subimos al carruaje, y los jinetes empezaron a gritarles órdenes a los bestianos. El carruaje se puso en movimiento y comenzó a ganar velocidad. Me agarré del pasamanos que descubrí en la pared del carruaje, al ver que tanto la Sombra Dianea como la princesa Rozía también se sujetaban. Los árboles comenzaron a parpadear tras las ventanas. A decir verdad, me asustó un poco tal velocidad, ¡y de pronto las ruedas se separaron del suelo y volamos!

¡Era increíble! Por la ventana se veía cómo el palacio real se alejaba, cómo los edificios, las calles y la gente se hacían cada vez más pequeños, mientras el cielo azul y el sol vespertino, que en la ciudad casi nunca se podía ver bien por los tejados, llenaban ahora el paisaje de un extremo al otro. No había sacudidas; seguramente algún tipo de magia ayudaba a mantener el carruaje estable, salvo por un leve crujido de los resortes de vez en cuando. Me separé de la ventana y miré a Rozía. Estaba radiante, también contemplaba el cielo por la ventana, y un entusiasmo sincero brillaba en sus ojos. La Sombra Dianea conversaba tranquilamente con Barmuto sobre el clima y sus particularidades en las montañas y valles.

Barmuto vestía un elegante jubón verde oscuro que armonizaba en la gama de colores con el vestido de la princesa Rozía. La princesa lanzaba frecuentes miradas al joven, y entonces su rostro se iluminaba de felicidad y misterio. El amor la había cambiado; se había vuelto más seria y calmada, como alguien que llevaba mucho tiempo buscando algo y finalmente lo había encontrado.

No volamos mucho tiempo. Tenía razón nuestro nuevo conocido, Musiiko, hijo del granjero Valdia: los bestianos rojos eran los más rápidos, pues la capital había quedado muy atrás en el horizonte y habíamos cubierto una gran distancia en tan poco tiempo.

Aterrizamos en una pequeña plataforma donde ya se encontraban varios carruajes lujosos. Desde su altura se podía contemplar todo el Parque Maronio, donde crecían árboles y arbustos exóticos, había numerosas parterres con flores de vivos colores, y se alzaban esculturas y fuentes originales.

Desde la plataforma, que se alzaba sobre la Garganta de Maronio, bajaban y subían amplios ascensores por los que descendían invitados vestidos con trajes solemnes. Uno de esos ascensores nos llevó a una pequeña explanada que era el inicio de un sendero que conducía al centro del parque.

En el centro se encontraba una gran plaza, rodeada de altas columnas de mármol y setos en flor. Por todas partes colgaban farolillos de colores, diseñados con formas de personas, animales y flores. Una gran banda de música de viento tocaba suaves melodías románticas mientras pasábamos junto a ella. A nuestra derecha, en el borde de la plaza, se hallaba un estrado bajo con cuatro tronos reales, cubierto por un toldo amplio y colorido.

Por la plaza y el parque paseaban grupos de personas elegantemente vestidas, esperando el inicio del baile.



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En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 20.07.2025

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