Capítulo 49. Proclamación del rey

Capítulo 49. Proclamación del rey

En la plaza se había reunido toda la flor y nata de la nobleza del Valle de las Sombras. Damas vestidas de gala, caballeros elegantes. El brillante sol poniente ya se había ocultado tras las montañas: pronto oscurecería, y la plaza se llenaría del resplandor de linternas y guirnaldas de colores. Di un pequeño paseo por la plaza, buscando a Barmuto, pero había desaparecido. Entonces noté que casi todos se habían congregado cerca de los tronos; el maestro de ceremonias, un hombre alto vestido con un traje blanco, hablaba en voz alta cuando me acerqué más.

— …Y por eso Su Majestad el rey Fetanio, la Sombra de Todas las Sombras, subraya que su retiro de los asuntos del reino es una decisión meditada. Es hora de dar paso a los jóvenes, que ven el futuro de nuestro país a su manera, de forma moderna, pero preservarán nuestras tradiciones acumuladas durante muchos siglos. El rey se alegra de recibir a sus hijas, la princesa Zoria y la princesa Rozía, que ahora, como hace algunos años, están de nuevo juntas al lado de su feliz padre. Desde hoy, proclamamos el Día de la Unión no solo como una festividad de unión entre la luz y la sombra, sino también como el inicio de una nueva dinastía, que comenzará hoy su cuenta de reinado. Y declaramos abierto este baile, al final del cual el rey anunciará al nuevo soberano y soberana.

Sonaron las fanfarrias y el baile comenzó.

Me abrí paso hasta la Sombra Dianea, a quien había visto no muy lejos de los tronos; miraba emocionada a Rozía, que estaba sentada al lado del rey, a la izquierda. A la derecha estaba Zoria, junto a cuyo trono se encontraba Orest con un parche negro en el ojo. Me entristeció verlo allí, pero me contuve y, sonriendo, le pregunté a la Sombra Dianea:

— Me he retrasado un poco en la Columna de la Verdad, perdóneme. ¡Es maravillosa! Siempre había soñado con verla, pero nunca encontraba tiempo.

— Sí —asintió la mujer sin apartar la vista de Rozía—, de ella emana un calor increíble. Aperia también solía ir allí en su tiempo. Ahora mismo miro a las princesas y la recuerdo a ella. Qué pena que el cuarto trono, donde debería estar ella, haya quedado vacío.

La Sombra Dianea empezó a secarse los ojos con un pañuelo, mientras yo buscaba febrilmente en mi memoria quién era Aperia. Luego me iluminé: ¡la reina! ¡La madre de Rozía y Zoria!

— ¿La reina era su amiga? —pregunté, por decir algo.

— Sí, la reina Aperia y yo éramos las mejores amigas. La princesa Rozía creció ante mis ojos, pasó por el ritual de desdoblamiento… para mí es como una hija —dijo la mujer—. Me alegra que hoy esté al lado de su padre, a quien quiere muchísimo. Ella deseaba esto desde hacía tiempo, mientras estuvo enferma.

De pronto se me ocurrió una idea loca y solté:

— ¿Y cómo las distingue usted, si las princesas se parecen tanto? Debe de ser imposible diferenciarlas si se visten igual.

— Nunca lo había pensado —dijo la Sombra Dianea—. Quiero a ambas hermanas. Aunque Rozía, en su infancia, era muy caprichosa y mimada, incluso altiva. Tenía miedo de que, al crecer, se volviera fría, cruel y despreciativa. Todo apuntaba a eso. A veces pensaba que era mi culpa que Rozía estuviera enfadada con el mundo. Pero después del desdoblamiento, todo cambió. Evidentemente, el ritual la transformó. Ahora es buena y sincera, igual que su madre, Aperia.

Recordé cómo Barmuto me había contado que la sombra debía de ser Rozía. Ahora lo entendía. Zoria había permanecido como era: malvada y altiva, mientras que su sombra era todo lo contrario. Qué enredo tan grande. Continué:

— Sombra Dianea, hace tiempo que quiero hablar con usted. Sobre la princesa Rozía. ¿Podríamos ir a algún lugar más privado? Esta conversación no está destinada a oídos ajenos.

La mujer me miró con más atención; una arruga de preocupación se formó entre sus cejas. Asintió y dijo brevemente:

— Vamos.