El sol fue lo que despertó a Suéh esa mañana. Abrió los ojos y para su sorpresa no había tienda que intercediera entre ella y el cielo. Se levantó sobresaltada, no era la única en aquella situación.
El campamento estaba patas arriba. Las cobijas en que se acostaban estaban ahí solo porque los tenían a ellos encima. No encontraron nada más. Ni sus mulas ni su comida, ni siquiera sus armas. Suéh buscó a Ollem y Josu con la mirada, a ellos les correspondía prevenir e impedir cualquier ataque al campamento por las noches ¿dónde estaban? Los alcanzó a ver unos metros más allá, Rewn ya se había aproximado a ellos y desamarraba sus manos, con estas libres se quitaron la tela que les taparon a su boca.
—Nos lanzaron dardos con somníferos— explicó Ollem.
—¡Nunca me había pasado algo así! —exclamó Mille— De haber sabido que eran unos inútiles jamás habría venido con ustedes —dijo a nadie en especial, se dirigía a todos mientras miraba con furia el horizonte.
No sabían cómo ni quiénes habían sido capaces de robarles todo en una noche sin que siquiera se dieran cuenta, pero antes de que el grupo empezara a pelear Loryen decidió tomar el control de la situación.
—Fueron los bandidos de las tierras áridas. Mi mamá me advirtió que algo así podría pasar, por eso me dio instrucciones claras acerca de lo que tenemos que hacer.
—¿Y porque si suponías que pasaría no cruzamos por otra parte? —acusó Mille.
—Porque no hay manera de evitarlos. Las tierras áridas se extienden de costa a costa, no importa dónde decidas cruzar, siempre habrá bandidos.
—¿Entonces que se supone que haremos? Aún nos quedan dos días de viaje a caballo por aquí y dos meses más para nuestro destino.
—Me alegra que lo digas, Rewn. Porque la solución eres tú.
—¿Qué? —él estaba entre confuso y ofendido por el tono de Loryen— ¿Eso también lo dijo tu madre?
—No exactamente. Ella comentó que habría alguien útil que nos llevaría a dónde sea que se oculten esos ladrones —antes de que terminara de hablar Rewn ya había entendido a qué se refería—. Al principio me preocupó que se tratara de... Alguien que ya no venga. Pero vi lo que hiciste cuando salimos del castillo.
Loryen se refería a la sombra de Rewn. Su gran habilidad era rastrear cualquier cosa. Desde un animal que deja huellas descuidadas, hasta una persona que camina por el desierto y sus pisadas ya no existen; porque no era algo visual del todo. Era como si la presa que rastreara hubiera dejado letreros enormes que solo Rewn veía, lo único que necesitaba era saber qué es lo que buscaba para que las pistas se revelarán ante sus ojos. Una sombra que le era muy útil como cazador.
—Entonces iremos a donde están —dijo ahora Yian—. ¿Y luego qué? ¿Les pediremos amablemente que nos regresen nuestras cosas?
—Sí —contestó Loryen con una sonrisa—. En caso de que se nieguen tendremos que tomar otras medidas.
—¿Y cuáles…? —iba a preguntar Suéh.
—Ustedes nada —terminó la conversación Loryen.
Recogieron lo único que quedaba del campamento y siguieron a Rewn. Caminaron un rato largo y muy caluroso, hasta que Rewn se detuvo con el rostro lleno de preocupación y molestia.
—¿Qué pasa? —le susurró su amiga.
—Es que… —dudó qué responder a Mille, al final suspiró y dijo la verdad en voz alta—. Aquí acaba el rastro.
—Aquí no hay nada —racalcó lo obvio Goutem.
—Te diría que lo comprobaras tú mismo —sonó molesto Rewn—, pero para tu mala suerte tendrás que confiar en lo que digo.
—¿Estás seguro de que aquí acaba? —interrumpió Loryen, no era momento de peleas.
—Totalmente.
—¡No puede ser! —se quejó Yian y los demás también resoplaron.
—Debe haber algo más —Loryen comenzó a urdir un posible plan, pero no se le ocurrió nada.
Suéh se sentó en el piso, intentó comunicarse con algo pero ahí todo estaba muerto, era pura arena. Se levantó y vió cómo Pawla se acercaba a ella.
—¿Pensaste lo mismo que yo? —le preguntó ella.
—¿Qué? —se extrañó Suéh.
—¡Una ciudad subterránea!
Yian, que se había acercado a su novia se rió un poco, notando cómo los que estaban cerca la miraban con diversión.
—No le hagan caso, tiene demasiada imaginación.
—No, no —se apresuró Loryen—. Cualquier cosa vale. Rewn, ¿cuál es el punto exacto donde acaba el rastro?
Rewn lo señaló y Loryen se apresuró a agacharse ahí, entonces sintió cómo alguien le detenía la mano con fuerza.
—Hay veneno ahí —le explicó Rhin—. Reconozco cualquier veneno a metros y sé que ese al entrar en contacto con tu piel se meterá en tu cuerpo y en una hora o menos estarás muerto.
Nadie podía confirmar sus palabras, pero tampoco la cuestionaron. Sobre todo porque ella se la había pasado recolectando venenos de lugares que nadie sabía que tenían y al salvar a Yian había quedado cuál era su sombra.
Loryen se dio cuenta que Rhin todavía sostenía su mano y se zafó con cuidado, ya era tarde, Rhin lo miraba de forma extraña. Mille no pasó por alto aquel intercambio, aunque decidió que no era momento para pensar en ello.