Donde mueren los atardeceres

Prólogo

Hay momentos que no parecen contar nada y sin embargo lo guardan todo.

Marina no lo sabía entonces, pero aquel verano, después de tanto silencios que dolían más que cualquier ruido, sería diferente. No porque algo cambió de golpe, sino porque algo dentro de ella comenzó a moverse.

Despacio. Como el autobús que se alejaba del pueblo para llevarla, sin saberlo, de regreso a si misma.

Con ella se fue la oscuridad, ese peso que llevaba años cargando y que necesitaba soltar. Por alguna razón, sintió que debía llevarse ese dolor lejos, tan lejos como fuera posible, más allá de lo que alguna vez llamó hogar.

Este no es un cuento sobre fantasma. Tampoco sobre milagros. Es la historia de una chica que aprendió a mirar atrás sin culpa y a mirar adelante sin miedo. Que tomó su dolor y lo convirtió en el camino hacia su nueva vida, hacia la vida real.

De alguien que conoció a un extraño que no pertenecía del todo a este mundo, pero que parecía entender el suyo mejor que nadie.

Y si alguna vez olvida su nombre —el de él, o incluso el de esos días que la marcaron para siempre— que al menos recuerde esto: lo que se siente verdadero, aunque sea breve, siempre deja marca.




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