Dos papás, un Destino

Capítulo 2

Me despierto y me preparo un chocolate caliente con queso y una arepa.
Ares aún duerme, acurrucado entre las cobijas, con una de sus manitos sosteniendo su peluche favorito.

El apartamento aun se siente demasiado silencioso, apenas se escucha la lluvia golpear los cristales.
Nunca pensé que Londres fuera tan gris... ni que el silencio pesara tanto.

Mientras desayuno, reviso las fotos que tomé ayer. Algunas son del aeropuerto, otras del taxi, y una donde Ares aparece mirando por la ventana con curiosidad.
Sus ojos siempre parecen buscar algo, como si también entendiera que este lugar es un nuevo comienzo para los dos.

Decido aprovechar que Ares sigue dormido para organizar un poco. El apartamento no es grande, pero tiene buena luz. La sala da justo a un parque donde los árboles ya empiezan a soltar las hojas.

Mientras acomodo mis cosas, encuentro la foto de Carlos.
La guardé en una caja con otras cosas que no me atreví a dejar atrás.
Sus ojos me miran como si todavía me dolieran.
Respiro hondo y cierro la caja. No vine aquí para mirar atrás.

Ares comienza a llorar. Corro hacia él, lo alzo y lo lleno de besos.
—Tranquilo, mi amor —susurro—,mamá está aquí.

Lo llevo al cambiador y le quito el pañal.
Ares me mira con esos ojitos soñolientos mientras balbucea algo que suena a "mamá".
—Sí, mi amor —le digo sonriendo—, mamá está aquí.

Voy con él al baño y lleno la tina con agua tibia. El vapor empieza a subir y el olor del jabón de bebé llena el aire.
Ares chapotea feliz en el agua, riéndose a carcajadas.
—Te encanta el agua, ¿verdad? —le pregunto mientras le echo un poco de espuma en el vientre.

Es en esos pequeños momentos donde recuerdo por qué sigo adelante.
Aunque a veces me sienta sola, aunque todo sea nuevo y diferente... verlo sonreír lo vale todo.

Después del baño, lo envuelvo en una toalla blanca y lo cargo hasta su cuna.
Lo visto con su enterizo azul y lo recuesto entre sus mantitas.
Parece tan tranquilo que por un instante me detengo a observarlo, grabando su rostro en mi memoria.

Voy a la cocina, caliento el resto del chocolate y miro por la ventana.
La lluvia sigue cayendo, pero el cielo empieza a abrirse un poco.
Tal vez hoy pueda salir a dar un paseo con él. Tal vez hoy podamos empezar de verdad nuestra nueva vida en Londres.

Después de una hora, la lluvia finalmente se detiene.
El cielo sigue gris, pero las gotas que resbalan por la ventana ya no suenan con la misma fuerza.
Decido aprovechar ese momento de calma.
Me arreglo el cabello, me pongo un suéter color crema, unos jeans cómodos y mis botas.
Alisto las cosas de Ares: su chaqueta, el biberón, pañales, su juguete favorito y una manta.
También tomo mi bolso y la cámara, por si logro capturar algo bonito del día.

Bajo con él en brazos hasta la portería.
El portero me sonríe apenas me ve.
—Buenos días, señorita Brenda —dice amablemente—. Qué lindo bebé tiene.

—Gracias —respondo, sonriendo con algo de timidez—. Es mi pequeño Ares.

Él hace una mueca divertida para hacerlo reír, y Ares le devuelve una sonrisa que me derrite.
—Parece un niño muy feliz —comenta el portero.

—Lo es —respondo mientras acomodo la manta sobre su cabeza—. Aunque a veces creo que es él quien me enseña a ser feliz.

Salgo a la calle. El aire está frío, pero agradable. Londres huele a tierra húmeda, café recién hecho y promesas nuevas.
Camino un par de cuadras hasta un pequeño parque frente a una cafetería con ventanales.
Decido entrar, más por curiosidad que por costumbre.

Pido un cappuccino y un muffin, acomodo a Ares en su coche y saco mi cámara.
Empiezo a tomar algunas fotos de la lluvia cayendo sobre el cristal, del reflejo de la ciudad, de las luces que empiezan a encenderse.
Y entonces lo veo.

Al otro lado del mostrador, un hombre con bata blanca, cabello desordenado y una sonrisa que me resulta familiar.
James Callahan.
El pediatra del hospital.

Él también me reconoce y levanta la mano en un saludo casual.
—Hola, Brenda —dice al acercarse—. ¿Qué coincidencia encontrarte aquí?

—Hola, James —le digo, intentando sonar tranquila aunque por dentro me sorprende verlo allí.

Él sonríe y se acerca a la mesa. Su mirada pasa de mí a Ares, que está moviendo las manitos curioso.
—Y este pequeñín... —dice con voz suave, tocando sus mejillas con cuidado-, parece que ya se siente mucho mejor.

Ares suelta una pequeña risita que me derrite el alma.
James sonríe aún más, esa clase de sonrisa que ilumina incluso los días grises de Londres.

—Yo ya casi entro a trabajar —añade mientras mira su reloj—, pero tengo un poco de tiempo. ¿Puedo acompañarlos?

—Claro —respondo sin pensarlo demasiado—. Ares y yo siempre agradecemos buena compañía.

Él se sienta frente a mí y deja su abrigo sobre la silla. Un aroma a café y colonia fresca llena el aire.
Por un momento, el bullicio de la cafetería desaparece, y solo quedan su mirada tranquila y la risa de mi hijo.

—Te ves más relajada que ayer —dice, mientras juega con el borde de su taza.
—Supongo que dormir un poco ayuda —bromeo—. Aunque Ares no piensa lo mismo.

James suelta una carcajada suave.
—Lo imagino.

—¿Y a qué te dedicas? —pregunta James mientras revuelve su café con la cucharita, observándome con genuino interés.

—Soy fotógrafa de tiempo completo —respondo, sonriendo un poco.

—¿En serio? —arquea una ceja—. Qué interesante. ¿Y cómo te va con eso?

—La verdad, demasiado bien —digo, acomodando a Ares sobre mis piernas—. He trabajado en eventos, sesiones para marcas, retratos... aunque ahora estoy buscando contratos aquí en Londres.

—Vaya —dice con una sonrisa—, eso suena increíble. Londres es una ciudad que ama el arte, vas a tener muchas oportunidades.

—Eso espero —respondo—. Aunque empezar de cero nunca es fácil.




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