Dos papás, un Destino

Capítulo 5

Preparo mis huevos revueltos, una arepa —que aprendí a hacer por curiosidad después de que Brenda mencionara que le encantan— y mi café cargado, como siempre.
El olor inunda la cocina, y mientras revuelvo el café, una idea se instala en mi cabeza: quiero verlos. A Brenda y a Ares.

Hace días que no dejo de pensar en ellos. En cómo Ares se ríe con solo ver burbujas, y en cómo Brenda tiene esa mezcla de dulzura y fuerza que rara vez encuentro en alguien.
Tomo el móvil y escribo un mensaje:

> “Buenos días, ¿te gustaría que saliéramos al lago hoy? Tengo un amigo que alquila botes.”

Dejo el celular sobre la mesa y sigo desayunando, esperando la respuesta mientras las agujas del reloj parecen moverse más lento de lo normal.

Unos minutos después vibra el teléfono.

> “Sí, me encantaría 😊. Ares está despierto, así que estaremos listos.”

Termino de desayunar y llevo el plato al lavaplatos. Dejo correr el agua caliente mientras paso la esponja lentamente, distraído. El olor a café aún flota en el aire, y pienso en lo tranquilo que está Londres esta mañana.

Justo cuando estoy terminando de enjuagar la sartén, el celular vibra sobre la encimera. Veo la pantalla y sonrío.
Facetime: Mamá 💐.

—Hola, mamá —digo, secándome las manos con una toalla.
—¡James, por fin contestas! —exclama con su acento encantador de Brighton—. ¿Te acuerdas de que tienes madre o tengo que mandarte una cita médica para verte?

Suelto una risa.
—No exageres, solo he estado ocupado en el hospital.
—Ajá, claro —dice levantando una ceja—. Ocupado o distraído con alguien, ¿eh?

Me río otra vez.
—Bueno… puede que haya alguien.
Sus ojos se iluminan como si hubiera ganado la lotería.
—¡Sabía que sí! Cuéntame todo, ahora mismo. ¿Quién es? ¿Dónde la conociste? ¿Es doctora también?

—No, no es doctora —respondo con una sonrisa—. Se llama Brenda. Es fotógrafa, acaba de mudarse a Londres con su pequeño hijo, Ares.
—¿Tiene un hijo? —pregunta sorprendida, pero no con tono negativo, más bien curioso.
—Sí, y es un niño increíble, mamá. Tiene apenas un año, pero es risueño, inteligente… no sé, me cae demasiado bien.

Ella me mira con picardía.
—Oh, ya veo. Primero te gusta el niño y luego la mamá.
—Mamá… —resoplo divertido.
—¡Ay, James! No pongas esa cara, es lindo escucharte hablar con tanto cariño. Hace años no te oía así.

Sonrío bajando la mirada.
—Brenda es especial. Tiene algo… no sé cómo explicarlo. Es fuerte, pero a la vez dulce. Y cuando sonríe, el mundo se detiene un poco.

—Ay, hijo —dice ella con ternura—. Me muero por conocerla. Invítala un día, quiero saludarla, aunque sea por videollamada.
—Cuando sea el momento, mamá —respondo con una sonrisa—. Hoy pensaba invitarlos a recorrer el lago. Mi amigo Oliver sigue alquilando botes y hace un día perfecto.

—Perfecto —dice entusiasmada—. Invítalos, y si todo sale bien, el próximo paso es traerla a casa por Navidad.

—Mamá… —vuelvo a decir entre risas.
—Lo digo en serio, James Callahan. El amor no siempre toca dos veces.

Sonrío mientras cuelgo. Termino de lavar los platos y miro por la ventana: el cielo está despejado, el sol apenas asoma entre las nubes. Sí, hoy será un buen día para navegar con Brenda y Ares.

Después de colgar la videollamada con mamá, me doy una ducha rápida y elijo algo cómodo pero presentable: un suéter color beige, jeans oscuros y mi chaqueta de cuero. Me miro en el espejo y suelto una risa leve; no sé por qué me importa tanto cómo me veo hoy… aunque sí lo sé.

Paso el resto del día haciendo algunas compras y revisando mi correo, pero mi cabeza vuelve una y otra vez a la sonrisa de Brenda y a los ojos curiosos de Ares.

Cuando llega la tarde, tomo mis llaves, respiro hondo y salgo del apartamento. Camino por el pasillo y toco suavemente la puerta de Brenda. Tardo apenas un segundo en escuchar pasos del otro lado.

La puerta se abre, y ahí está ella: lleva un abrigo color camel que resalta su cabello castaño claro y una bufanda de lana gris que le cubre parte del cuello. Ares, en sus brazos, lleva un gorrito con orejas de oso y un enterizo térmico azul que lo hace ver aún más adorable.

—Hola, James —dice Brenda con una sonrisa.
—Hola, Brenda. Listos para una pequeña aventura.
—Más que listos —responde riendo mientras acomoda el bolso de pañales sobre el hombro.

Bajamos juntos por el ascensor, y el ambiente se siente tan tranquilo que apenas se escuchan nuestras respiraciones. Ares juega con uno de los botones de su abrigo, murmurando sonidos ininteligibles mientras yo le hago muecas para que sonría.

Cuando llegamos al parqueadero, abro la puerta trasera del auto y la ayudo a colocar el portabebés. Brenda acomoda a Ares con suavidad, asegurándose de que la manta lo cubra bien.

Nos montamos al auto, y apenas arranco, Ares comienza a llorar. Primero es un sollozo bajo, luego un llanto que se intensifica. Miro por el espejo retrovisor, preocupado.

—Debe estar cansado —murmuro.
Brenda se gira hacia él, lo desabrocha con cuidado y lo acurruca en sus brazos.
—Shh, mi amor, ya… mamá está aquí —le susurra con una voz tan suave que incluso a mí me calma.

Ares se acurruca contra su pecho, escondiendo la carita, y poco a poco su llanto se convierte en un murmullo. Brenda le acaricia la cabeza con la yema de los dedos, tarareando una canción bajito, casi como si fuera un hechizo.

Yo solo miro la escena por el espejo y no puedo evitar sonreír.
—Tienes un don —le digo.
—¿Para qué? —pregunta sin dejar de acariciar a Ares.
—Para tranquilizar al mundo.

Ella me lanza una mirada de esas que duran segundos pero dicen demasiado.
El bebé finalmente se duerme, y seguimos el camino en silencio, con la música suave llenando el auto.

Llegamos al lago poco antes del atardecer. El aire es fresco, huele a madera húmeda y a hojas secas. Las luces que bordean el muelle comienzan a encenderse una a una, reflejándose sobre el agua como pequeñas luciérnagas.
Brenda baja del auto con Ares en brazos, y no puedo evitar sonreír al verla; el viento despeina un poco su cabello y sus mejillas se tiñen de un leve tono rosado por el frío.




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