Dos papás, un Destino

Capítulo 6

Son las seis de la mañana cuando el timbre suena.
Apenas abrí los ojos hace unos minutos, todavía con el pijama puesto y el cabello algo enredado. Me arrastro hasta la puerta pensando que quizá es algún error, pero cuando abro, me encuentro con James.

Está con su uniforme, el cabello algo despeinado y ojeras que delatan el cansancio de una larga noche. Aun así, se ve increíble.

—Hola, Brenda —dice con una sonrisa cansada—. Acabo de terminar el turno y tuve un daño con la tubería de mi apartamento. ¿Puedo bañarme aquí?

Me tardo un segundo en reaccionar, porque no esperaba verlo tan temprano.
—Sí, por supuesto —le respondo, haciéndome a un lado para dejarlo pasar.

James entra agradecido y deja su maleta junto a la puerta. Ares, que está en su cuna en la sala, se mueve un poco y comienza a emitir pequeños sonidos, como si reconociera su voz.

—Creo que alguien te escuchó —le digo entre risas.
James se asoma y sonríe. —Hola, pequeño. No esperaba verte tan pronto otra vez.

Le señalo el baño y le entrego una toalla limpia.
—Puedes usar lo que necesites. El agua caliente tarda un poco en salir.
—Gracias, Brenda, te debo una —responde antes de cerrar la puerta.

Mientras se ducha, preparo café. El sonido del agua me hace sentir una extraña paz. Ares se despierta del todo, así que lo levanto y lo acomodo en su silla.
—¿Sabes quién está aquí? —le susurro—. James vino a visitarnos.

Ares me mira con una sonrisa y agita los brazos como si entendiera.
Poco después, escucho la puerta del baño abrirse. James sale con el cabello mojado, vistiendo una camiseta gris y un jean oscuro. Se ve relajado, más humano, menos doctor.

—Huele bien —dice al oler el café—. ¿Puedo servir un poco?
—Claro, preparé suficiente.

Nos sentamos a la mesa. Él toma un sorbo y suspira.
—No tienes idea de cuánto necesitaba esto —dice, apoyando los codos en la mesa.
—Se nota que fue una noche dura.
—Sí… —asiente—. Un caso pediátrico complicado. Pero al final todo salió bien.

Lo miro mientras habla, y me impresiona cómo sus ojos cambian al mencionar a un niño enfermo. Tiene esa mezcla de cansancio y ternura que sólo alguien que ama lo que hace puede tener.

Ares deja caer su juguete y James lo recoge sin pensarlo, haciéndolo reír.
—Creo que ya me gané su confianza —dice con una sonrisa.
—Definitivamente —respondo, observando cómo Ares lo mira fascinado.

Hay algo cálido en esa escena. Tan sencillo, pero tan real.
Por un momento, me descubro imaginando que James pertenece aquí, sentado a la mesa, jugando con mi hijo, tomando café en mi cocina un lunes cualquiera.

Sacudo la cabeza y sonrío para disimular mis pensamientos.
—Si quieres descansar un poco antes de irte, el sofá es todo tuyo.
—¿Y dejarte sola con todo el trabajo? Ni pensarlo. Te ayudo con el desayuno.

Preparamos el desayuno y nos sentamos juntos.
El olor a pan tostado y café recién hecho llena el apartamento, y por un momento parece que el mundo se detuviera. Siento a Ares en mis piernas, inquieto como siempre, y él estira sus manitos hacia mi plato, balbuceando como si pidiera su parte.

—¿También quieres desayunar conmigo, mi amor? —le digo riendo.
James sonríe y dice: —Tiene buen gusto, huele delicioso.

Tomo un pedacito de arepa y se lo acerco a la boca; Ares lo muerde con esas pequeñas encías y ríe satisfecho. James lo observa divertido, con los ojos llenos de ternura.
—Nunca deja de sorprenderme cómo logras hacerlo todo tan natural —dice—. Eres una gran mamá, Brenda.

Sus palabras me toman por sorpresa.
—Gracias… —respondo bajito, mirando a Ares para evitar que note el leve rubor que me sube al rostro—. No siempre es fácil, pero él hace que valga la pena.

James asiente, como si entendiera perfectamente.
—Lo sé. En el hospital veo madres solas todos los días. Pero tú… tienes una fuerza especial.

Me quedo en silencio por un momento, observando cómo Ares se acomoda contra mi pecho. Su respiración es suave, tranquila.
—Supongo que cuando uno ama de verdad, encuentra la manera —digo finalmente.

Él me mira con una expresión que no sé interpretar. Hay admiración, cariño… y algo más.
—Eso es justo lo que pensé la primera vez que te vi con él —susurra.

El ambiente se queda quieto por unos segundos. Solo se escucha el sonido de la cucharita en la taza de café y el murmullo de la ciudad despertando afuera.

Ares suelta un pequeño bostezo, y James ríe suavemente.
—Creo que alguien está listo para una siesta.
—Sí, aunque no es el único —bromeo—. Tú también podrías descansar un poco.

—¿Puedo? —pregunta en tono juguetón.
—Claro. —Le señalo el sofá—. Duerme un rato, prometo no hacer ruido.

James se acomoda, cubriéndose con la manta que siempre dejo ahí. En cuestión de minutos, está dormido.
Lo observo desde la distancia: su respiración pausada, su expresión serena, la manera en que el sol entra por la ventana y se posa sobre su rostro.

Ares también se ha quedado dormido en mis brazos.
Los miro a ambos y sonrío, sintiendo una paz que no recordaba desde hace mucho.

Después de dos horas, escucho ruido en la sala.
James está de pie, estirándose y acomodando su chaqueta. Cuando me acerco, sonríe.
—Es cómodo el sofá —dice, con ese tono relajado que siempre logra sacarme una sonrisa.

—Lo sé —respondo—, una vez dormí en él cuando recién llegamos.

Se ríe suavemente y se queda mirándome por un momento. Luego su expresión cambia.
—¿Puedo preguntarte algo?

Asiento, aunque su mirada me pone un poco nerviosa.
—Sí, claro.

—¿Dónde está… el padre de Ares?

El aire parece quedarse quieto. No esperaba esa pregunta, aunque sabía que tarde o temprano llegaría.
Respiro hondo, acaricio distraídamente el cabellito de Ares que duerme sobre mi hombro, y susurro:
—Me dejó cuando se enteró de que estaba embarazada.




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