Ares está mucho mejor, así que James está terminando los papeles para darnos de alta.
Lo observo mientras firma los documentos con esa concentración suya que me desarma un poco.
De pronto levanta la vista, me sonríe y dice:
—Quiero que se queden conmigo.
Frunzo el ceño, algo confundida.
—¿Qué?
—Así puedo seguir vigilando a Ares, asegurarme de que todo esté bien… y, bueno —su tono baja, casi como si dudara— también me sentiría más tranquilo si están cerca.
Mi corazón late más rápido. No esperaba eso.
—No quiero incomodarte —le digo en voz baja.
—No lo harías. Mi apartamento tiene espacio de sobra —responde—. Además, te prometo que solo quiero ayudarlos.
Lo miro unos segundos. Sé que no tengo motivos para desconfiar, y la idea de pasar unos días sin preocuparme por la fiebre de Ares suena como un descanso.
Asiento despacio.
—Está bien. Pero solo unos días, ¿sí?
Él sonríe.
—Solo unos días.
El trayecto hasta su apartamento es tranquilo. Ares va dormido en mis brazos, y James conduce con una mano mientras con la otra ajusta el volumen de la radio. Una canción suave suena de fondo, y por un instante todo se siente… en paz.
Cuando llegamos, me ayuda con las maletas y abre la puerta. Su hogar huele a madera y café. Es cálido, con paredes claras y muchas plantas. En la repisa hay varias fotos: James con su familia, con niños del hospital… y una donde está abrazando a una mujer.
Trago saliva, intentando no mirar demasiado.
—Puedes usar esta habitación —dice, abriendo una puerta. Hay una cama grande y una cuna junto a la ventana—. La tenía por si mis sobrinos venían, así que servirá.
Sonrío.
—Gracias, James. De verdad.
—No me agradezcas —responde él, mirándome con ese brillo que hace que me tiemble el estómago—. Estoy feliz de tenerlos aquí.
Dejo a Ares dormido y voy a la cocina. James está preparando té. Me ofrece una taza, y cuando nuestras manos se rozan, siento ese pequeño impulso eléctrico que me recuerda por qué todo con él se siente tan diferente.
Y justo cuando estoy a punto de decir algo, el timbre suena.
James frunce el ceño, deja la taza y camina hacia la puerta.
Yo me quedo quieta, con el corazón acelerado, hasta que escucho una voz femenina al otro lado.
—¿No piensas abrirme, James?
El color se le va del rostro.
—Mierda… —susurra.
Yo solo alcanzo a ver cómo gira el pomo y la puerta se abre.
Frente a nosotros está una mujer alta, rubia, con una sonrisa venenosa.
—Así que… esta es la razón por la que desapareciste, ¿eh?
James frunce el ceño y da un paso hacia la puerta.
—Susana, ¿quién te dejó entrar?
Ella sonríe con descaro, apoyándose en el marco.
—El portero, amor. Dijo que no estabas ocupado.
¿Amor?
La palabra resuena en mi cabeza como un golpe seco. Siento el pecho apretarse y mi garganta arder.
Ella entra sin pedir permiso, con sus tacones resonando en el suelo de madera. Es rubia, de labios perfectos, segura de sí misma. Y tiene esa mirada que una mujer solo usa cuando quiere marcar territorio.
—¿Y tú quién eres? —me dice, cruzándose de brazos— ¿Mi reemplazo?
Me quedo en silencio unos segundos, intentando procesar lo que está pasando. Miro a James, esperando alguna explicación, pero él solo suspira, incómodo, sin saber qué decir.
—Creo que… mejor me voy a mi apartamento —murmuro, bajando la mirada.
Camino hacia la habitación para tomar a Ares, pero antes de llegar, James me detiene tomándome suavemente del brazo.
—Brenda, espera, no es lo que parece.
—¿Ah, no? —le respondo, sintiendo cómo me tiembla la voz— Porque desde aquí parece que tienes novia.
Susana suelta una risa fría.
—Claro que la tiene, cariño. Hemos estado juntos por años.
James gira hacia ella, molesto.
—Tuvimos algo, Susana. Lo nuestro terminó hace meses.
Ella se cruza de brazos.
—Eso no fue lo que dijiste cuando fuiste a buscar tus cosas, James.
Mi corazón late más fuerte. Ares se mueve entre mis brazos y lo abrazo más fuerte, como si fuera mi ancla.
—No te preocupes —le digo, intentando mantener la calma—. Gracias por todo, James.
Camino hacia la puerta, y antes de salir, lo miro una última vez.
Él parece dividido, con los ojos llenos de algo que no sé si es culpa o dolor.
—Adiós —digo simplemente.
Salgo de su apartamento y abro mi puerta, y en esos momentos quisiera no vivir en el mismo edificio que él. Entro con Ares dormido y me siento en la sala. Escucho gritos de allá afuera, James diciéndole:
—¡Lárgate de aquí, voy a llamar a la policía!
Me quedo quieta, con el corazón acelerado. No quiero involucrarme, pero mi mente no deja de repetirme esa palabra: amor.
Cierro los ojos unos segundos y respiro profundo. No debería importarme, no debería…
Ares se mueve un poco en mis brazos, así que lo llevo con cuidado a la habitación y lo acuesto en su cuna. Desde la ventana aún escucho murmullos, la voz de James suena cargada de rabia y decepción.
Unos minutos después, alguien toca mi puerta. Dudo en abrir, pero cuando escucho su voz, lo hago.
—Brenda, lo siento tanto… —dice James, con el cabello despeinado y la mirada cansada—. No sabía que Susana seguía con mis llaves.
Yo lo miro en silencio, con el pecho apretado.
—No tienes que explicarme nada —le respondo en voz baja—. No somos nada.
Él suspira, se pasa una mano por el rostro y da un paso hacia mí.
—Tal vez no, pero quiero serlo.
Nos sentamos en el sofá, el ambiente aún tenso después de todo.
James rompe el silencio y dice:
—Ella era mi exnovia.
Yo suspiro y respondo sin mirarlo:
—Sí… lo noté.
Él se pasa una mano por el cabello, frustrado.
—Lo siento, Brenda. Es un poco loca, y la verdad… siempre me busca en el trabajo.
Yo solo asiento, sin saber qué decir. Mis dedos juegan con la costura del sofá mientras él me observa, esperando alguna reacción.
—De verdad, no quería que pasaras por eso —agrega, con voz suave.
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Editado: 29.11.2025