*Seis años después*
El sol emergió con fuerza, iluminando la taberna de Mou y anunciando el comienzo de una jornada llena de promesas. Era el cuarto día del mes séptimo, y Edler Thatcher se preparaba para embarcarse en su anhelado viaje hacia las filas del ejército. Su corazón latía con determinación, dispuesto a forjar su destino y convertir sus sueños en gloriosa realidad.
—Mocoso, una vez llegues a ser alguien en la vida, no te olvides de quien te crió desde que eras un cachorro —sostenía Mou sus lágrimas al ver que Edler ya se marchaba.
—Te deseo suerte hermanito. Sé que tú conquistaras el mundo y cumplirás tu sueño —abrazaba Claris a Edler con fuerza al saber que no le volvería a ver por un buen tiempo.
—No te preocupes hermana, estaré bien y no me olvidare de tí jamás. Cumpliré mi sueño cueste lo que cueste, y demostrare lo lejos que se puede llegar.
Claris y Mou sonrieron, levantando su mano despidieron a Edler que se marchaba a ligeros pasos. Mou sonrió y miró lo mucho que había crecido aquel niño que encontró en las orillas de la barranca. Hasta que Edler desapareció por el camino que este recorría.
Yo, Edler Thatcher, he jurado convertirme en el mejor guerrero de la historia. Llegué por fin al campamento de reclutamiento del ejército civil. Ya tengo dieciocho años, pero veo hombres muy grandes e intimidantes. Solo vine porque esta es la manera más fácil para llegar a ser fuerte. Hombres con un talento nato me entrenaran y eso es valioso, ya que si llegase a ser un aventurero, cazador o criminal, tendría que volverme fuerte por mí misma cuenta.
—Reclutas de este año, reúnanse en el pabellón principal para presentarse ante el comandante Milido Yodan —sonaron las bocinas en forma de cono, anunciando la presentación.
El ambiente se volvió de presto un alboroto, los hombres y mujeres iban en puñales unos sobre otros. Al poco tiempo logré estar en una de las filas de presentación en el pabellón principal. Y acompañado de cuatro soldados altos, dos morenos y dos blancos que en su uniforme de color azul, a la altura de su corazón tenían dos estrellas. Venía junto a ellos el comandante Milido Yodan, que llevaba consigo una espada. El comandante era imponente a simple vista, sus ojos negros, cabello negro, piel trigueña, cuerpo robusto y una cicatriz desde su pómulo derecho hasta su ojo izquierdo lo representaba, ya que por esa cicatriz lo llamaban “El hombre del corte sagitario”.
—Vista al frente —gritó con seriedad el comandante Yodan viendo fijamente a la multitud de reclutas que habían llegado —. Este no es un lugar para cobardes, este es un lugar para aquellos que estén dispuestos aceptar proteger la vida de las personas ante cualquier dificultad. Como miembros del ejército civil tendrán la responsabilidad de actuar conforme la ley de la sociedad mundial lo indica, ¿están dispuestos a llevar esa carga entre sus hombros?
—Sí señor —gritaron al unísono todos los reclutas que habían.
El comandante Yodan al verme a mí, que estaba nervioso por su sola presencia se acercó y masticando un dulce de goma que tenía en su boca, me hacía muecas de desagrado.
—Mocoso, este no es lugar para un idiota como tú. En el ejército civil no aceptamos a maricas como tú, ¿por qué has venido? —Se dirigió a mí con seguridad y voz de mando.
—Estoy aquí para ser un soldado y convertirme en el mejor guerrero de la historia mi señor —barbotee por estar nervioso.
El comandante Yodan me golpeó en el estómago tan fuerte que caí al suelo pujando de dolor. ¡Nunca antes había recibido un golpe tan fuerte!
—Alguien más tiene el mismo motivo mediocre y estúpido que este mocoso —peguntó el comandante Yodan reflejando molestia en su rostro.
—No mi señor.
—No sirves para nada mocoso idiota, deberías abandonar ese sueño siendo tan débil. Si fuera tú, me daría vergüenza decir a todo pulmón que quiero ser el mejor guerrero de las historia —susurró frente a mí el comandante Yodan un poco molesto —. Y muy bien reclutas, mirare de lo que son capaces de hacer. Estaré a cargo de ustedes por estos seis meses, hasta que se conviertan en soldados del ejército.
Los reclutas gritaron confirmando su aprobación. La oscuridad de la noche envolvía el campamento, susurros helados acariciaban mi piel, congelándome hasta los huesos. El frío se aferraba a mí, desafiando las débiles llamas de las fogatas. En ese momento, un joven de cabellos castaños y figura esbelta se acercó, ofreciéndome una sábana como un regalo de calor en medio de la gélida penumbra. Su sonrisa era sincera y parecía que no buscaba entablar conversación conmigo, pero su gesto de bondad me hizo querer saber más acerca de él. La noche se extendía ante mí, cargada de monotonía y anhelos de estar en la bulliciosa taberna, donde las historias fluían con cada sorbo de cerveza. Sin mediar palabra, me aleje del grupo, adentrándome en la tierra del campamento. Pero un descuido me llevo a un resbalón fatídico, sumergiéndome en un charco de lodo y desechos en descomposición. El hedor nauseabundo del fango se mezclaba con la oscuridad, pero mi atención fue atraída por una misteriosa esfera resplandeciente entre las sombras, oculta entre las hojas y confinada en una jaula de hierro. Mi curiosidad me impulsó a acercarme y descubrí que la caja aún guardaba su llave olvidada. Sin vacilar, abrí el cautiverio y tomé la gelatinosa esfera cuyo aroma dulce y seductor tentaba mis sentidos. Consciente de sus consecuencias, sabía que al beberla me quitaría diez años de mi vida, pero la oportunidad de obtener un poder inigualable se materializaba frente a mis ojos, y no estaba dispuesto a dejarla escapar.