El abrazo del Diablo

CAPÍTULO 1: Incluso el diablo tiene sentimientos

Había tomado la decisión de culminar con aquel martirio yacente en lo más profundo de mis sentimientos. Había ordenado mi habitación, que usualmente se mantenía en desorden por los inexistentes deseos de vivir. Pero, entonces, cuando tomé la navaja, sentí sus brazos rodeándome, mis lágrimas cayeron una a una, y la valentía que me sostenía, se doblegó; pero, antes de caer súbitamente contra el suelo, él me sostuvo.

Me aferré a él, a su carente calor corporal y a su menudo cuerpo; no sentí, por primera vez, vergüenza de llorar o de plañir por ayuda. Entonces, mágicamente, él acarició mis cabellos y no dudó en colocar su mentón sobre mi hombro y de susurrar: “Está bien, suéltalo, déjalo ir”.

No recuerdo cómo terminé sobre la cama al día siguiente, quizá porque me dormí entre sollozos en sus brazos, pero me alegré cuando vi una nota sobre mi cómoda; tomé el papel amarillento y sentí el nauseabundo hedor que este desprendía, sin embargo, ese olor se convirtió en mi aroma preferido tras leer la nota:

“No puedes cambiar al mundo, a veces, solo debes cambiar tú. Bello sabueso, disfrázate de cordero y ve con ellos. Te lo dice, tu buen amigo, el Diablo”.

Sonreí.

Tal vez no era la respuesta que quería oír, ni el propietario que anhelaba que fuese; pero… me sentí feliz, muy feliz, porque había alguien que era consciente de mi existencia y de mis sentimientos.

Así sea… el Diablo.




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