Siempre había una penumbra bajo él.
¿Siempre? Se preguntarán; sí, ahora pasó de ser dos a tres encuentros. Él tenía la tez pálida (enfermiza) y cabellos negros, bajo sus ojos, una gris ojera y el color de sus iris era de un extraño gris que se convertía en topacio en la oscuridad; no sé por qué, quizá por salud, pero siempre estaba cubierto de ropa, incluso por las noches: guantes, pantalones de mezclilla, gabardina, manga-larga, bufanda y botines, todos negros; excepto, la máscara que cubría la parte superior de su rostro, la cual tenía la forma de un lobo y era de un color cobrizo.
—¿Hace frío de ese otro lado? —le pregunté acercándome a este, quien estaba cerca de un callejón oscuro, a una cuadra del parque Coronel; ¿era por esos lares por donde trabajaba?
—Vaya, solo podía ser mi Sabueso, ¿acaso me estás siguiendo? —preguntó apoyándose relajadamente en la pared del callejón.
—¿Solo yo puedo verte? —inquirí viéndolo con atención, era peculiar. Y efectivamente, desprendía el mismo hedor que la carta.
—A nivel mundial, no —respondió volviendo a ver a la muchedumbre.
—Ah… —gesticulé.
—Aún así, eres especial, si eso te reconforta.
Esbocé un par de risillas y luego dejé mi mochila sobre el suelo y saqué mi cuaderno y mi lapicero negro, escribí en una hoja y luego se la extendí. La recibió con el ceño fruncido y la leyó en voz alta: “Muchas gracias, de tu Sabueso”.
—¿Y? —pregunté con ánimos y emoción.
—¿Se supone que es importante? —cuestionó viéndome a los ojos.
—La carta que escribiste esa noche me ayudó a seguir adelante, gracias, Diablo —dije, este no respondió, en cambio, magulló la hoja y la guardó en el bolsillo del jean y continuó observando a la gente—. ¿Puedo preguntar por qué no me dejaste morir?
—No es como lo piensas —contestó con una mirada vacía, y desde el ángulo en el que me encontraba, veía sus hermosas pestañas negras un poco onduladas—, lastimosamente.
—¿Por qué me salvaste?
Este me miró con cierto asombro ante mis palabras.
—¿Salvarte?
—Tácitamente, lo hiciste; pedí un abrazo y me lo diste, ¿sabes? Siempre se lo pedí a Dios, pero estoy contenta con que sea tuyo; así que, cuando me necesites, yo voy a estar allí.
—Ya lo dije, no es como lo imaginas, no fue por caridad; no me debes nada.
Asentí y me acerqué aún más a él.
—Tienes razón. Pero quiero estar en deuda contigo, así podremos vernos nuevamente ¿no lo crees?
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Editado: 17.01.2024