Una vez cuando era una niña recuerdo haberme caído en el patio del colegio, me rompí la rodilla y me lastime el brazo, pero cuando la enfermera me pregunto.
¿Cuánto te duele?
Solo levante siete dedos indicándole que no era tanto, unas horas después me encontraba en esa frívola sala de hospital con el brazo vendado y la rodilla y toda su zona llena de parches y vendas. La doctora se acerco a mí con una gran sonrisa mientras se sentaba a un lado mío y me repetía esta frase.
“eres una luchadora, ¿sabes por qué?, por ese siete...Las heridas eran mucho más graves de lo que tú habías expresado, eres fuerte niña”
Esa vez no fui fuerte, solo o quise mostrar que era lo contrario. Nunca dije el dolor que sentía en esas zonas sin siquiera moverlas.
El miedo que me dio cuando caí y al encontrarme en el suelo sentí un dolor indescriptible, como sentía la sangre caliente correr por mi pierna quedando en el suelo de mi colegio.
Y ahora, diez años después, sentía un dolor parecido a ese. Si bien en mi casa todo estaba mejor, yo no lo estaba, solo estaba ocultando todo lo que sentía.
Volví a ocultarme como lo hacía cuando era un poco más joven.
Era por el bien del resto, eso creí, mi hermano era feliz ahora con su novio y mis cercanos ya no estaban preocupados por mí, ahora todos eran felices, no importaba si yo me estaba quebrando por dentro mientras el resto fuera feliz.
Mientras los demás estén bien yo lo podre aguantar.
Hace un tiempo no estaba sola, hace un tiempo tenía a mi amiga a mi lado. Tenía a mi hermano.
Tenía a Thiago conmigo.
¿Y ahora?
¿Que ahora ahora que todos me había dejado de lado?
¿Quien estaría conmigo ahora que todos me dejaron de lado?
Lance un quejido mientras dejaba caer un millón de lágrimas por mis ojos, la soledad y el dolor me estaban consumiendo a la velocidad de la luz.
Nunca tuve miedo a muchas cosas, pero ahora, ahora no sabía que hacer mientras me enfrentaba al mayor miedo de cada persona que vive en el planeta tierra.
A la soledad.