Cataleya estaba en su oficina, concentrada en los informes del nuevo proyecto, cuando Rafael entró sin previo aviso. Su presencia siempre traía una sensación de incomodidad, y hoy no era la excepción.
—Hola, bella Cataleya, tan divina como una flor —dijo Rafael con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. ¿Cómo va todo?
Cataleya levantó la vista, tratando de mantener la calma y no darle una bofetada.
—Hola, Rafael. Estoy ocupada con los informes. ¿Necesitas algo?
Rafael se acercó, apoyándose en el borde de su escritorio.
—Solo quería ver cómo estabas. Sabes, me preocupa que estés asumiendo demasiado. No quiero que te quemes.
Cataleya sintió la tensión en el aire.
—Estoy bien, gracias. Puedo manejarlo, no tienes por qué preocuparte, sobre todo cuando no somos nada.
Rafael la miró fijamente, su tono volviéndose más insinuante.
—Cataleya, sabes que siempre puedes contar conmigo. No tienes que hacerlo todo sola.
Cataleya frunció el ceño, su paciencia agotándose.
—Rafael, ¿por qué siempre tienes que interferir en mi trabajo? ¿Qué es lo que pretendes con esto?
Antes de que Rafael pudiera responder, la puerta de su oficina se abrió y Ezra entró. Su expresión se endureció al ver a Rafael tan cerca de Cataleya.
—Delgado, ¿hay algún problema aquí?
Rafael se enderezó, su sonrisa desapareciendo.
—No, solo estaba hablando con Cataleya sobre el proyecto.
Ezra se acercó, su mirada fija en Rafael.
—Cataleya tiene mucho trabajo que hacer. Si necesitas algo, puedes hablar conmigo.
Rafael asintió, claramente molesto por la intervención de su jefe.
—Claro, Ezra. Solo quería asegurarme de que todo estuviera bien.
Ezra no apartó la mirada de Rafael hasta que este salió de la oficina. Luego se volvió hacia Cataleya, su expresión suavizándose un poco.
—¿Estás bien?
Cataleya asintió, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud, a la vez que la confusión invadía su ser.
—Sí, gracias. Rafael solo estaba… siendo Rafael.
Ezra frunció el ceño, claramente molesta.
—No permitiré que nadie te moleste, Cataleya. Si tienes algún problema con él, dímelo y lo pondré en su lugar.
Cataleya sonrió, apreciando su apoyo.
—Gracias, señor Ferrer. Lo haré.
Mientras Ezra salía de la oficina, no pudo evitar sentir una oleada de celos. La idea de Rafael acercándose a Cataleya lo enfurecía, aunque sabía que debía mantener sus emociones bajo control. La atracción que sentía por ella era cada vez más difícil de ignorar, y ver a Rafael intentar interferir solo lo hacía más evidente.
Cataleya, por su parte, no pudo evitar pensar en la intensidad de la mirada de Ezra y en cómo esa tensión latente entre ellos seguía creciendo.
Cataleya se quedó mirando la puerta cerrada por un momento, tratando de procesar lo que acababa de suceder. La defensa de Ezra había sido inesperada y la dejó con una mezcla de alivio y confusión. Sabía que Ezra era un jefe exigente, pero verlo intervenir de esa manera la hizo preguntarse si había algo más detrás de su gesto.
Volvió a su trabajo, pero los pensamientos seguían revoloteando en su mente. ¿Era algo que Ezra hacía por todas sus asistentes? ¿O era diferente con ella? La idea de que Ezra pudiera ser tan protectora con todas sus empleadas le molestaba de una manera que no quería admitir.
«No puedo estar celosa», se dijo a sí misma en voz baja, sacudiendo la cabeza como si eso pudiera despejar sus pensamientos. Pero la semilla ya estaba plantada, y no podía evitar sentir una punzada al imaginar a Ezra defendiendo a otras mujeres de la misma manera.
Mientras trabajaba, no pudo evitar recordar la intensidad en los ojos de Ezra cuando le dijo que no permitiría que nadie la molestara. Había algo genuino en su tono, algo que la hacía sentir especial. Pero también sabía que no podía permitirse alimentar esas emociones. Tenía que mantenerse profesional y concentrarse en su trabajo.
Esa noche, mientras hablaba con Bea por teléfono, no pudo evitar mencionar lo sucedido.
—Hoy, Ezra entró en mi oficina y me defendió de Rafael. Fue… Inesperado.
Bea se rio suavemente.
—¿Ezra, tu jefe que siempre es profesional, interviniendo personalmente? Eso suena interesante.
Cataleya suspiró, sintiéndose aún más confundida.
—No sé qué pensar. Por un lado, estoy agradecida, pero por otro… no sé si hace esto con todas sus asistentes.
—¿Te preocupa que esté mostrando favoritismo o que haya algo más? —preguntó Bea, con su intuición habitual.
—Supongo que ambas cosas —admitió Cataleya, sintiéndose vulnerable al admitirlo—. No quiero leer demasiado en sus acciones, pero es difícil no hacerlo.
Bea trató de animarla.
—Cataleya, eres increíble en lo que haces. Si él te está prestando más atención, probablemente es porque reconoce tu valor. Y si hay algo más, bueno, tendrás que lidiar con eso cuando llegue el momento.
Cataleya agradeció el apoyo de Bea y decidió que tenía razón. Tenía que enfocarse en su trabajo y dejar que las cosas se desarrollaran por sí solas. Pero una cosa era cierta: la relación con Ezra se volvía cada vez más complicada y llena de matices que no podía ignorar.
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Ezra se sentó en su cama, repasando mentalmente los eventos del día. La intervención con Rafael y su conversación con Cataleya lo dejaron inquieto. La atracción que sentía por ella se volvía más difícil de ignorar, y los celos que había experimentado al ver a Rafael tan cerca de Cataleya no ayudaban en absoluto. Necesitaba aclarar su mente y centrarse en lo que era mejor para la empresa.
Cataleya, por su parte, antes de acostarse, reflexionaba en que debía esforzarse más en concentrarse en su trabajo, pero los pensamientos sobre la intervención de Ezra seguían rondando en su cabeza. ¿Había algo más detrás de su actitud protectora? La idea de que él pudiera tener un interés especial en ella era tan halagadora como perturbadora.