Cataleya se despertó al día siguiente con una mezcla de emociones. El anillo en su dedo era un recordatorio constante del contrato y del beso que compartió con Ezra.
Una parte de ella ansiaba porque fuera de verdad, pero otro lado su subconsciente le decía que solo era el simple contrato que ahora compartía con su jefe.
Así que se repetía mentalmente de mantener la compostura y seguir adelante, pero no podía evitar sentir que algo había cambiado entre ellos.
—Estás loca, Cata, solo son imaginaciones. Deberías de escribir una novela, seguro te harás famosa.
En la oficina, la tensión entre Cataleya y Ezra era palpable. Ambos se esforzaban por mantener las apariencias, pero sus miradas y breves momentos a solas hablaban de sentimientos más profundos, los cuales ninguno quería hacer mención.
Y es que con solo una mirada puede decirse lo que los labios se niegan a gritar y el corazón a aceptar.
Los rumores en la empresa comenzaron a disiparse lentamente, gracias a la firme postura de Ezra y al anillo que Cataleya llevaba.
Sin embargo, las noticias sobre el posible noviazgo del CEO de Ferrer Global no tardaron en llegar a los medios. En las redes sociales y en los portales de noticias de negocios, los titulares especulaban sobre quién podría ser la afortunada.
“¿Quién es la misteriosa mujer que ha capturado el corazón del CEO de Ferrer Global?”
“El amor en la cima: Ezra Ferrer visto con una misteriosa dama.”
“El amor del CEO: ¿quién es la afortunada mujer de poseerlo?”
Los empleados de Ferrer Global no tardaron en ver las noticias y, aunque muchos se alegraban por la posible relación de Ezra, otros estaban más interesados en descubrir la identidad de la mujer que había conquistado al CEO.
Cataleya sintió cómo su estómago se hundía. Las imágenes de Ezra y una figura femenina borrosa, obviamente tomadas sin su conocimiento, parpadeaban en la pantalla. No podía creer que su vida personal estuviera siendo expuesta de esa manera.
Luchando contra la ansiedad, terminó de prepararse y salió hacia la oficina. Al llegar, notó las miradas curiosas y los susurros de sus compañeros de trabajo. Todos parecían estar pendientes de los rumores y las especulaciones.
Mientras trabajaba en su oficina, recibió una llamada de Ezra. Su tono era serio y calmado.
—Cataleya, ¿puedes venir a mi despacho un momento?
Cataleya asintió, aunque él no podía verla, y se dirigió al despacho de Ezra. Al entrar, lo encontró leyendo algunos documentos, pero él levantó la vista de inmediato cuando la vio.
—Ezra, ¿has visto las noticias? —preguntó Cataleya, tratando de mantener la calma.
Ezra asintió, su expresión sería.
—Sí, lo he visto. Lo siento mucho, Cataleya. No era mi intención que esto se convirtiera en un espectáculo público.
Cataleya se sintió abrumada, pero intentó no dejar que las emociones la dominaran.
—No sé qué hacer, Ezra. No quiero que mi vida privada se convierta en un tema de conversación para todos, sobre todo con los chismes anteriores que corrían por aquí en la empresa.
Ezra se acercó a ella, su voz llena de empatía.
—Cataleya, te prometo que no te expondré a los medios. Haré todo lo posible para proteger tu privacidad, es parte del contrato.
Cataleya lo miró, agradecida, pero aún preocupada, no creía que las cosas se fueran a calmar así por así.
—Gracias, Ezra. Pero no sé cómo manejar todo esto. No quiero que los rumores afecten mi trabajo ni mi vida personal.
Ezra asintió, su mirada firme.
—Te entiendo. Vamos a manejar esto juntos. Si alguien en la oficina te molesta o te hace sentir incómoda, dímelo. No permitiré que esto te afecte más de lo necesario.
Cataleya sintió una oleada de alivio ante sus palabras.
—Está bien, Ezra.
Ezra sonrió ligeramente, intentando aliviar la tensión.
—No te dejaré sola, te lo prometo.
Cataleya asintió.
Una tarde, mientras Cataleya trabajaba en su oficina, Rafael entró sin previo aviso. Su expresión era de furia contenida, y sus ojos brillaban con una mezcla de celos y resentimiento.
—Cataleya, ¿podemos hablar? —dijo Rafael, su voz tensa.
Cataleya levantó la vista, sintiendo una oleada de incomodidad.
—¿Qué quieres, Rafael? ¿Por qué entras así en mi Oficina? ¿No sabes tocar la puerta?
Rafael se acercó, su tono volviéndose más agresivo.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Crees que puedes engañar a todos con ese anillo y esa farsa de relación con Ezra?
Cataleya se levantó, enfrentándolo con determinación.
—Rafael, no tienes derecho a interferir en mi vida. Lo que hago o dejo de hacer no es asunto tuyo, ¡Fuera de mi oficina!
Rafael apretó los puños, su frustración evidente.
—No puedo creer que hayas caído tan bajo. ¿De veras piensas que Ezra te protegerá para siempre?
Antes de que Cataleya pudiera responder, la puerta de su oficina se abrió y Ezra entró, su expresión dura y autoritaria.
—Delgado, ¿hay algún problema aquí? —preguntó Ezra, su voz firme.
Rafael retrocedió un poco, sintiendo la intensidad de la mirada de Ezra.
—No, jefe. Solo estábamos hablando.
Ezra se acercó a Cataleya, colocándose entre ella y Rafael.
—Cataleya, ¿estás bien?
Cataleya asintió, sintiéndose aliviada por su presencia.
—Sí, Ezra. Estoy bien.
Ezra se volvió hacia Rafael, su tono era frío y controlado.
—Rafael, te he dicho antes que no toleraré este tipo de comportamiento. Si tienes algún problema, puedes hablar conmigo directamente. Pero no permitiré que sigas molestando a Cataleya.
Rafael apretó los dientes, claramente molesto.
—Entendido, Ezra. No volverá a suceder.
—Para la próxima estarás despedido, ¿lo entiendes? —La voz de Ezra era baja, pero firme, cargada de autoridad.
Rafael se obligó a sonreír y asintió.
—Lo entiendo perfectamente, jefe.
Ezra asintió, su mirada fija en Rafael hasta que este salió de la oficina. Cuando la puerta se cerró tras él, Ezra se volvió hacia Cataleya, su expresión suavizándose.