El amor existe

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

Tiempo después

Estos meses han sido muy relajantes y satisfactorios. He disfrutado mucho mi recorrido por Italia; ahora estoy de camino a mi hotel. He estado buscando un lugar para establecerme, pero aún no he encontrado el adecuado.

Llegué al hotel cansada y con hambre, así que pedí servicio a la habitación. Mientras me dirigía al ascensor, sentí un pequeño choque contra mi pierna. Al mirar hacia abajo, me encontré con un niño de unos 6 años aproximadamente.

― Buenas noches, señora.

Miré al pequeño niño, era adorable y regordete, con mejillas sonrojadas, cabello negro como la noche y ojos azules que brillaban con inocencia.

― Buenas noches ― respondí. Aunque era un niño encantador, siempre he evitado estar cerca de ellos. Los niños que conocí en mi entorno eran caprichosos y mimados, al igual que lo fui yo en su momento.

― Eres muy hermosa ― me dijo, mirándome con ternura. Sentí una sensación extraña, algo que nunca antes había percibido.

― Gracias, deberías volver con tus padres ― sugerí mientras avanzaba, pero el pequeño me siguió.

― Mi papá está ocupado y no tengo mamá. Estaba yendo a comer, pero me perdí ― dijo, interponiéndose en mi camino y alzando sus pequeñas manos ― estoy cansado ― añadió al ver mi cara de confusión.

― Yo… ― balbuceé, sin saber qué hacer. Estaba dispuesta a seguir mi camino cuando volvió a agitar sus brazos, esta vez con más insistencia.

― Tengo hambre, ángel. Come conmigo.

― No acostumbro a comer con extraños ― respondí, intentando desviar la situación.

― Pero el ángel puede conocerme mientras comemos ― insistió, alzando los brazos para que lo cargara.

Resoplé y finalmente lo tomé en mis brazos. Él se acurrucó y soltó un suspiro de alivio. Me dirigí a la recepción con la intención de dejar al pequeño allí para que buscaran a su padre, pero él solo se aferró más a mí.

― No quiero quedarme aquí, quiero ir contigo ― dijo. Estaba exhausta y hambrienta, y como el niño se negaba a soltarme, no tuve más remedio que informar a la recepcionista que lo llevaría a mi habitación, no sin antes pedir una comida para él y dejar mi número de habitación para que me contactaran cuando encontraran a su padre.

La recepcionista me miró dudosa, pero al ver al niño aferrado a mí, no dijo nada.

Al llegar a mi habitación, me di cuenta de que el niño se había quedado dormido en mis brazos. Lo acosté en la cama y fui a ducharme. Después, me puse algo cómodo y me recosté a su lado. Él se acurrucó más, buscando algo de consuelo.

Unos minutos después, unos golpes en la puerta me alertaron. Al abrir, me encontré con un hombre alto, de complexión fuerte y ojos tan profundos como el mar. A su lado, otro niño, casi idéntico al que descansaba en mi cama, observaba con curiosidad.

― Buenas noches, señorita. Me informaron que mi hijo se encuentra en esta habitación ― dijo con voz firme.

― Buenas noches. Sí, está aquí. Puede pasar y llevárselo ― respondí, haciéndome a un lado.

El hombre me miró de arriba abajo antes de entrar. Se acercó a la cama y cargó al niño, quien se despertó al instante y comenzó a llorar, buscando con la mirada algo en la habitación. Al posar sus ojos en mí, extendió los brazos. Me resistí a cargarlo, pero insistió tanto que cedí.

― No me quiero ir ― dijo, recostando su cabeza en mi hombro.

― Izan, vamos a casa, todos nos esperan ― intentó convencerlo el hombre, pero el niño solo se aferró más a mí y volvió a llorar.

Resoplé; esta noche sin duda iba a ser larga. Mientras intentaba calmar al pequeño, alguien volvió a tocar la puerta. Era el servicio de habitación que había solicitado.

― Puede dejarlo dentro ― dije, sintiéndome incómoda por toda la situación.

El hombre con los hermosos ojos me observó mientras yo servía la comida. Intenté ignorarlo, pero su presencia era imponente.

― Señorita, quisiera agradecerle por cuidar de mi hijo unos minutos ― dijo finalmente, pero fue interrumpido por otro golpe en la puerta.

Mi paciencia se estaba agotando. Al abrir la puerta, me encontré con una mujer voluptuosa, vestida con un diminuto vestido. De inmediato, pensé que se había equivocado de habitación, probablemente una dama de compañía.

― Buenas noches ― dije, pero ella simplemente me empujó y entró.

― Así que por esto terminaste conmigo ― dijo acercándose al hombre ― no lo entiendo, Lorenzo. Nosotros podíamos ser la pareja perfecta; yo podría ser la madre de tus hijos ― continuó, prácticamente lanzándose sobre él.

Esto era el colmo. Ya había sido suficiente falta de respeto, y no podía tolerar más.

― Señorita, yo no requerí de sus servicios. Creo que se equivocó de habitación ― dije, intentando mantener la calma ― podría retirarse, su presencia me incomoda.

― ¿Quién demonios eres tú para decirme lo que debo o no hacer? ― respondió a la defensiva ― la que debería irse eres tú, ¿no ves que estás interrumpiéndonos? Seguro eres una de las tantas mujeres que están detrás de mi prometido.




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