El amor existe

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

Al parecer, los dos hombres que nos acompañaban habían sido los guardaespaldas de los pequeños y su padre. Nos encontrábamos en la recepción, esperando la llegada del hombre que había causado todo este alboroto. La curiosidad comenzó a ganar terreno en mí, así que, aunque sabía que lo que iba a hacer podría meterme en problemas —e incluso podría costarme la vida—, no pude resistir la tentación de preguntar.

—¿Quién era la señorita que se quedó con su padre? —dije, aunque no era precisamente lo que quería saber.

Los niños intercambiaron una mirada antes de responder, casi al unísono.

—Ella era la niñera —respondieron—. Mi padre la contrató para que nos cuidara.

Me quedé sorprendida. No podía creer que una mujer tan vulgar fuera la responsable de cuidar a esos niños. Y aún más asombroso era que su padre confiara a una de sus amantes el cuidado de sus hijos, porque era evidente que entre ellos había algo más que una simple relación profesional.

Pasó un largo tiempo antes de que el padre de los niños apareciera. Llegó acompañado de la mujer, que tenía los ojos hinchados de tanto llorar. El hombre le susurró algo a sus guardaespaldas, quienes se marcharon junto a la mujer sin decir palabra.

—Niños, es hora de irnos —dijo, cargando a uno de los pequeños en sus brazos. Luego, se dirigió hacia mí con una expresión severa—. Señorita, le agradezco y le pido perdón por lo ocurrido, pero para la próxima vez que quiera llamar mi atención, le sugiero que busque otras formas de hacerlo en vez de utilizar a mis hijos —su tono era tan arrogante que me hervía la sangre.

—Acepto sus disculpas, y ya que, al parecer, me ha tomado por una interesada, no tendrá ningún problema con que le devuelva el favor —respondí con frialdad—. En lugar de perder el tiempo detrás de sus amantes, ¿por qué no presta más atención a sus hijos? Algo terrible podría sucederles si no tiene cuidado. Recuerde que este mundo es muy peligroso, y hay muchas cosas que podrían salir mal.

Mis palabras lo sorprendieron, pero no le di tiempo a replicar. Me acerqué a los pequeños para despedirme. A pesar de todo, me habían caído bien; eran niños extraordinariamente inteligentes para su edad.

—Fue un gusto conocerlos, pequeños —les dije, dándoles un beso en la frente a cada uno. Luego, sin mirar atrás, me alejé del lugar.

Lorenzo Lombardi

Desde que era niño, había amado a Sofía Russo. Crecimos juntos y fuimos inseparables hasta que llegó el momento de asistir a la universidad. Desafortunadamente, nos tuvimos que separar: ella se quedó en Italia y yo me fui a Londres. En ese tiempo, nuestra relación se volvió distante. Sofía estaba molesta porque no había enfrentado a mi padre en relación con su apoyo para su carrera. Ambos queríamos estudiar juntos, y cuando le pedí a mi padre que la apoyara, él se negó rotundamente, alegando que no tenía ninguna obligación con ella.

La carrera de Administración y Dirección de Empresas duraba cinco años, y durante ese tiempo me dediqué por completo a mis estudios. Apenas manteníamos contacto. Ella me llamaba cuando necesitaba hablar, pero mis cartas y mensajes solían quedarse sin respuesta o recibían una respuesta tardía, alegando que estaba ocupada y que sería ella quien me contactaría cuando pudiera. Acepté de buena gana, ya que la amaba profundamente y confiaba en que la situación mejoraría.

Al regresar a Italia, lo primero que hice fue ir a verla. Me encontré con que tenía un problema grave con una de sus compañeras. Sofía, entre lágrimas, me explicó que había sido humillada por no pertenecer a la misma clase social que aquella mujer, quien había sobornado al director de la universidad para que ella reprobara algunas materias, retrasando así su futuro. La indignación me consumió. Quise tomar represalias contra la universidad y la mujer responsable, pero ya era demasiado tarde; ella se había ido y, por más que intenté buscarla, no pude encontrarla. La universidad tampoco me dio una explicación clara sobre lo que le había hecho a Sofía.

Sofía decidió tomarse un tiempo antes de volver a estudiar, y yo la apoyé en su decisión. Durante ese período, pasábamos mucho tiempo juntos, y eventualmente le propuse matrimonio. Mis padres se opusieron rotundamente y no me apoyaron. Incluso me quitaron mi puesto en la empresa familiar. No nos hablamos por un largo tiempo, pero yo tenía dinero guardado, así que fundé mi propia empresa. Como toda inversión, tuvo sus altibajos. Sofía y yo pasamos por un momento difícil, y durante ese tiempo, ella se mostró distante. Sin embargo, cuando quedó embarazada, todo cambió.

Mis padres se enteraron del embarazo, ya que Sofía quería que nuestros hijos tuvieran a sus abuelos en sus vidas. Ellos me pidieron perdón por no haberme apoyado antes, pero aún no aceptaban a Sofía como su nuera. Me enfurecí y quise echarlos de mi casa, pero Sofía intervino, diciendo que me amaba y haría lo que fuera necesario para demostrarlo. Mi padre le dijo que solo le creería si firmaba un documento de separación de patrimonios. Ella lo firmó inmediatamente, y así mis padres empezaron a aceptarla poco a poco.

Cuando me ofrecieron devolverme mi puesto en la empresa, me negué. Para ese entonces, había conseguido nuevos inversionistas y mi empresa se estaba convirtiendo en la mejor de toda Italia.

Cuando nacieron nuestros hijos, Sofía cayó en una profunda depresión. El doctor me explicó que era algo común en algunas madres. La apoyé en todo lo que pude, contratando niñeras para que cuidaran de nuestros hijos mientras Sofía asistía a terapias. Finalmente, le recomendaron viajar para despejarse. Quise acompañarla, pero tenía que dirigir la empresa y cuidar de nuestros hijos. Ella me prometió que volvería en cuanto se sintiera mejor. Su viaje duró aproximadamente un año, durante el cual solo nos comunicábamos por llamadas y alguna que otra visita que le hacía con los niños.




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