El amor existe

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8

Lorenzo Lombardi

Salí de la habitación dejando a Itzel atrás, aún necesitaba una explicación sobre su actitud.

— ¿Qué sucede? — me interrumpió una empleada. Su rostro mostraba una urgente preocupación.

— ¿Qué pasa? — pregunté.

— Disculpe que lo interrumpa, pero el señor Lombardi me pidió que lo pusiera al teléfono.

— ¿Mi padre? — inquirí, confundido.

— No, es su primo, el señor Leonardo. Seguro mi tío ya se enteró de lo sucedido.

— Puedes retirarte — dije, despidiéndola con un gesto. Me dirigí a mi despacho y tomé la llamada. — ¿Qué sucede, Leonardo?

— ¿Eso es todo lo que vas a decir? Me entero de que la empresa de mi tío está al borde de la quiebra y no me llamas para pedir ayuda.

— Ya estaba investigando por mi cuenta. Me recomendaron a alguien, pero no quise molestarte.

— No quiero sonar grosero, pero sabes que la empresa no es solo de la familia. Aunque tengamos otra sucursal, la mitad de las acciones pertenecen a mi padre. ¿Cómo crees que se puso cuando se enteró por las noticias y no por la boca de su propio hermano?

— Joder, sé que la empresa es familiar, pero todo ocurrió demasiado rápido. Apenas tuvimos tiempo de calmar a algunos inversionistas que quisieron retirarse. Además, tu padre acaba de salir de una cirugía; tu hermana y mi tía me matarían si le diera la noticia de esa forma, cuando recién se está recuperando.

— Pues es demasiado tarde. Casi le da otro infarto. También estamos haciendo nuestra investigación y viajamos mañana. Prepárate porque nos hospedaremos en tu casa.

Mierda, ahora no solo tendría que lidiar con mi hermana, sino también con mi prima, tía y seguro mi madre. Ellas juntas me volverían loco.

— ¿Por qué no se van a un hotel?

— Sabes que a mi madre no le gusta quedarse en hoteles. No confía en ellos.

— Estoy acabado — respondí, sabiendo que iba a tener una verdadera locura en casa. — ¿Qué encontraste?

— Nada por el momento. Al parecer, no dejó rastro, pero me dieron una dirección en Francia. Tal vez tenga suerte allí.

— Pásame la dirección y el nombre. Voy a investigar un poco sobre esa persona. Te llamo después — colgué.

Como tendría visitas, ordené que prepararan las habitaciones disponibles. Regresé a mi habitación para lidiar con la mujer que se encontraba allí y llegar a un acuerdo, en especial por mi salud mental.

Al entrar, no la encontré por ningún lado. Maldita sea, ¿dónde se había metido? La busqué por toda la habitación, pero no la encontré. Le había ordenado a mis hombres que vigilaran la propiedad por si intentaba escapar. No creo que hubiera burlado toda la seguridad. Me dirigí al segundo piso y, finalmente, mi búsqueda terminó cuando unas risas provenientes de la habitación de mis hijos me atrajeron. Vi la escena más linda que mis ojos podían contemplar: Itzel estaba posando para algunas fotos junto a Luca, mientras Izan les tomaba fotografías. Mi padre le había regalado una cámara instantánea para que capturara los momentos que quisiera recordar y compartir. Después de terminar de fotografiarlos, Izan guardó una imagen para su álbum y entregó la otra a Itzel.

— Es una fotografía hermosa. Tienes talento — comentó Itzel, observando la foto. — Tal vez más adelante puedas estudiar fotografía. Conozco a alguien que puede ayudarte a desarrollar tu talento si en algún momento te interesa.

Mi hijo la miró sonriendo y se le acercó abrazándola.

— Eres nuestra nueva niñera, pequeña ángel — dijo mi pequeño.

— Bueno, no creo que ese sea el motivo por el que tu padre me haya traído aquí — respondió Itzel, levantándolo y sentándolo en su regazo mientras ponía a Luca frente a ellos.

— Mi papi te trajo.

— Sí, él me trajo aquí — Luca la miraba atentamente. De mis dos hijos, él era el más perspicaz.

— ¿Eso significa que eres la novia de papá? — interrogó. Itzel lo miró, y cuando estaba por responder, la interrumpí. No quería que dijera algo que más adelante me pudiera dejar en evidencia.

— Cariño, ¿qué haces aquí? — pregunté, tomando asiento al lado de ella. Ella me miró como si tuviera tres ojos. — ¿Niños, ya hicieron su tarea?

— Sí, papi — me respondieron.

— Podemos ir a jugar.

— Claro que sí. Vayan ustedes, que en un momento los alcanzo — los dos salieron, dejándonos a solas.

— ¿Qué haces aquí? Te dije que te quedaras en la habitación.

— No recuerdo que mencionaras algo así — respondió, tomando una cierta distancia de mí. — Pero, ya que estamos solos, ¿me podrías explicar por qué demonios no me dejaste ir después de que te conté con qué clase de mujer te casaste?

— Porque te dije que solo te dejaría ir si tu respuesta satisfacía mi curiosidad, pero después de hablar contigo, solo aumentó el número de preguntas en mi cabeza.

— Ese no es mi problema. Te exijo que me dejes ir.

— Olvídalo, eso no va a suceder — respondí. Ella intentó atacarme, pero fui más rápido y la tomé de la muñeca, acercándola a mí. — Pero puedo ofrecerte otro trato, preciosa — dije, rozando sus labios.

— ¡Suéltame, idiota! — trató de zafarse de mi agarre, pero fue imposible cuando la arrinconé en la cama. — No acepto hacer ningún trato contigo. No eres un hombre de palabra.

Sentí un dolor agudo en mi entrepierna. La loca me había pateado en las partes íntimas. Maldita sea, cómo dolía. Me retorcí en la cama por el dolor mientras la veía salir por la puerta echando humo. Después de unos minutos, el dolor se detuvo y salí detrás de ella.

— ¿Dónde está esa mujer? — pregunté a las empleadas. Notaron mi enojo y, temerosas, me indicaron que se encontraba en la sala de cine con mis hijos. Quise ir, pero recibí un mensaje. Lo leí y era de mi primo. Me decía que tenía algo interesante para mí.

Leonardo
Adivina lo que encontré.

El mensaje era enigmático. Joder, ¿por qué tenía que ser tan misterioso?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.