El amor existe

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 13

Al entrar a la oficina de la directora, nos encontramos con una mujer sentada tras su escritorio, aparentemente tranquila y ajena a todo lo que la rodeaba. Pero no era la única presente. Un niño de la edad de los gemelos estaba con ella. Luca se estremeció en mis brazos al verlo, y al observarlo más de cerca, noté que era pelirrojo y compartía algunos rasgos con la mujer que habíamos dejado atrás, lo que me hizo suponer que era hijo de la bruja esa.

Bajé a Luca, y él se fue junto a su hermano, escondiéndose tras de mí. Detallé la oficina; se puede saber mucho de la personalidad de alguien por cómo decora o mantiene sus cosas. La oficina estaba decorada de manera lujosa, pero no dejaba de tener un aire de frialdad que reflejaba la actitud de su ocupante. Aurora se encontraba a mi costado y carraspeó para llamar la atención de los presentes. Cuando estos se dieron cuenta de nuestra presencia, nos detallaron con una expresión neutral en el rostro. Nos acercamos a ellos, y nos miraron con una mezcla de curiosidad y desdén.

― Buenas tardes, señora… ― comenzó la directora, pero se detuvo al darse cuenta de que no sabía a quién se estaba dirigiendo.

― Buenas tardes ― respondió Aurora con firmeza. ― Soy Aurora Lombardi, hermana del señor Lombardi con quien usted habló hace poco, y ella es Itzel Dubois, prometida de mi hermano y futura madre política de mis sobrinos.

Me quedé con la boca abierta por cómo me presentó, quise replicar, pero no era el momento.

La directora levantó una ceja, claramente sorprendida, pero hizo un gesto para que nos sentáramos. Lo hicimos y cada una cargó a uno de los gemelos para mostrarles nuestro apoyo.

― Hemos venido aquí para poner las cosas en su lugar, señora ― dijo Aurora con una voz fría pero decidida. ― Nos enteramos de que un niño ha estado molestando y abusando de Izan y Luca, y no hemos visto que hayan tomado ninguna acción concreta para resolver la situación.

La directora frunció el ceño, claramente incómoda, pero no estaba dispuesta a dar el brazo a torcer.

― Como ya sabe, los niños tienen que seguir las reglas de la escuela. Si hay un conflicto, se debe manejar de acuerdo con el protocolo ― replicó con tono defensivo.

― Protocolos que, por lo que puedo ver, no se aplican a todos los niños ― respondí. ― Si esto se aplicara a cada niño que se encuentra aquí, no estaría pasando esto, ¿no es así, señora directora? ― Me acerqué un poco más. Mi voz era controlada, pero cargada de una amenaza implícita.

La directora se quedó callada hasta que un fuerte golpe en la puerta nos alarmó a todos. La directora se puso de pie rápidamente, claramente sorprendida por la interrupción. La mujer que habíamos encontrado antes entró en la oficina con una actitud desafiante, seguida de dos hombres que parecían ser sus guardaespaldas. Su presencia solo añadió más tensión al ambiente.

― ¿Cómo se atreven a intimidar a mi hijo y a la directora? ― exclamó la mujer, con una voz que intentaba mostrar autoridad.

La directora intentó tomar el control de la situación, poniéndose en medio de nosotras.

― Señoras, por favor, calma ― dijo la directora, aunque su voz traicionaba un matiz de nerviosismo. ― Estoy segura de que podemos resolver esto de manera civilizada.

Miré a la mujer con una frialdad calculada, midiendo cada palabra antes de hablar.

― Nadie está intimidando aquí a nadie ― dije, mi voz tan serena como el hielo. ― Solo estamos cuestionando a la directora por su ineptitud y, claro, por mantener una gran preferencia por perras y sus cachorros.

La mujer pelirroja se quedó boquiabierta ante mi comentario, claramente sorprendida por mi franqueza. Los guardaespaldas detrás de ella se rieron, pero recuperaron la compostura rápidamente.

― ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? ― espetó la mujer, recuperando su compostura. ― ¡Mi hijo no es un cachorro, y yo no soy una perra!

― Yo te hablo como me da la gana porque es lo que estoy viendo ― respondí. ― Solo los animales se comportan de esta forma cuando no los han educado correctamente. Aunque nunca es tarde para eso, aunque en tu caso creo que sí, pero aún queda el pequeño hijo de una perra que, si lo educamos a tiempo, no va a ser igual que su madre.

La mujer pelirroja se puso roja de ira, sus manos temblaban de furia mientras apretaba los puños. Los guardaespaldas detrás de ella intercambiaron miradas, evaluando la situación pero sin intervenir.

― ¡No permitiré que hables así de mi hijo! ― gritó, dando un paso hacia mí.

― ¿Y quién me va a detener, tú? ― le cuestioné, encarándola. ― ¿Con qué cara me vienes a reclamar cuando tú hacías lo mismo? ― pregunté. ― ¿Acaso no fue lo mismo que hiciste hace un rato? Créeme que no me cabe en la cabeza por qué haces estas cosas. Por eso me estoy poniendo a tu nivel, para poder comprenderte. Tal vez así nos entendamos mejor.

― Itzel ― me llamó Aurora al ver que los guardaespaldas intentaban sacar sus armas. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía agarrada la muñeca de la mujer frente a mí con mucha fuerza. Al soltarla, su muñeca quedó roja.

― No nos interesa que los pequeños regresen a este lugar ― hablé, recobrando la compostura. ― Solo queremos que los responsables paguen por lo que hicieron y se disculpen. ― Dije esto dirigiendo mi mirada al tercer niño en la habitación, quien, cuando inició todo el alboroto, se fue a esconder tras sus guardaespaldas.

La directora asintió lentamente. Tratando de controlar a la bruja.

― Adele ya fue suficiente ― le dijo ― estás asustando al niño.

― No me importa, no voy a dejar que me humillen de esa forma. Soy la esposa del senador, una mujer importante que muy pronto sé convertirá en la madre del presidente de este país. Nadie me puede tratar de esta forma ― exclamó la mujer, ahí me di cuenta que no tenía caso pelear con una mujer que parecía que le faltaba un tornillo.




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