«Hay algo en tus ojos que desafía a la lógica, un destello que me promete que incluso cuando el mundo se apague, nuestros espíritus se buscarán, se encontrarán y se amarán en la eternidad».
La noche cae y se despliega sobre la costa de Amalfi con un halo fascinante.
Una luna inmensa domina el cielo desde donde cuelga como un farol y proyecta su resplandor plateado sobre el océano. Sus destellos se adhieren a las olas que acarician la costa y dejan una estela brillante que parece un sendero hacia el infinito. Su luz pálida se filtra a través de un velo de nubes y danza de manera hipnótica sobre la arena que luce como si cada grano fulgurara bajo el firmamento.
Las palmeras se mecen mansamente, sus sombras alargadas se proyectan en la playa, mientras el murmullo del mar crea una cadencia prodigiosa, que parece orquestada por una corte celestial.
Todo el escenario, bañado en este esplendor místico, parece sacado de un sueño.
Esa noche, el hotel ha organizado una recepción para los huéspedes, con mesas dispuestas en la playa y decoradas con luces tenues y faroles de cristal. Velas titilan en cada una al ritmo de la brisa marina, al igual que las antorchas.
Un grupo de músicos interpreta melodías románticas italianas; las notas se elevan en el aire, mezclándose con el sonido del mar, con un tono cálido, delicado, en donde la guitarra lleva el ritmo pausado mientras el violín añade un toque de melancolía y nostalgia.
Giulia se encuentra en una de las mesas cercanas a la pista de baile, conversando con un grupo de personas que ha conocido esa misma noche. Son ejecutivos de alto rango de una importante firma italiana de pastas, que asisten a un congreso corporativo. El ambiente en la mesa es jovial y distendido. Giulia sonríe, y participa con entusiasmo y soltura en la conversación.
Uno de los ejecutivos muestra un evidente interés por ella; inclina el cuerpo hacia adelante mientras habla con ella y su mirada la recorre con embeleso y admiración. Giulia, sin embargo, apenas se da cuenta. Su mente, y sobre todo su mirada, se entrelaza constantemente con el hombre que está sentado un poco más allá, conversando en otra mesa y que le devuelve la mirada con una sonrisa torcida.
La luz de la luna, que es protagonista esa noche y teje hilos invisibles y silenciosos entre ellos, baña su varonil rostro, dándole un aura enigmática que resalta esa sensualidad que a ella la atrae irresistiblemente.
Franco se inclina ligeramente hacia adelante, escucha a un compañero de mesa, levanta una copa, la lleva a sus labios y Giulia no puede hacer más que contemplar su trabajado brazo imaginando lo fácil que sería para él cargarla entre ellos.
Él gira levemente la cabeza y, una vez más, sus ojos oscuros encuentran los de ella. Un escalofrío la recorre; sus labios se curvan en una pequeña sonrisa, que él le devuelve. Giulia levanta su copa y toma un sorbo, imitando sin querer el gesto de él, como si ambos supieran exactamente lo que el otro está pensando.
Franco hace un gesto mirando hacia la luna y ella lo imita, cuando sus ojos se reencuentran, ambos lo saben. Con un toque de travesura en sus labios, Giulia desvía la mirada, fingiendo interesarse en lo que uno de los hombres en su mesa está diciendo. Sonríe y asiente, incluso ríe un poco, como si estuviera interesada en la conversación. Pero en realidad, está más consciente que nunca de Franco, de su presencia y de cada sutil movimiento.
Al cabo de unos segundos, sus ojos vuelven a buscarlo, solo para confirmar que él también la observa, con una expresión enigmática y un brillo seductor.
Ella inclina levemente la cabeza y entrecierra los ojos con picardía. Él, en respuesta, arquea una ceja, apenas un poco, y una sonrisa más evidente y seductora se asoma en una de las comisuras de sus labios. El pulso de Giulia se acelera. Ella deja escapar una sonrisa mientras juega con su copa y toma un sorbo, como si estuviera despreocupada y completamente inmune a esa mirada que, en realidad, la está derritiendo por completo.
Franco rompe el contacto visual y se dirige a sus compañeros de mesa, se despide de ellos con gestos amables. Él se levanta y estrecha sus manos. Antes de irse, mira a Giulia una última vez, ahora con una clara invitación en su mirada. La curva ligera en sus labios, apenas perceptible, y la manera en que sus ojos se oscurecen, le envían un mensaje claro:
«Ven».
Ella le sostiene la mirada un segundo más de lo necesario, lo suficiente para dejarle ver que ha entendido el mensaje, que está consciente de su propuesta.
Franco se despide de su grupo, y se dirige hacia la orilla de la playa. Camina sin prisa, con las manos en los bolsillos del pantalón y la mirada fija en el océano dejando que sus pies sigan el rastro de la luz plateada derramada sobre la arena.
Es poco más de las diez de la noche, y la luna, inmensa y resplandeciente, se alza sobre el océano como si fuera la única protagonista de la noche, llenando el cielo con un fulgor que parece místico, casi sobrenatural.
Franco se detiene, absorto en el panorama. Observa como las olas se rompen en una espuma suave y blanca que parece acariciar la arena antes de desvanecerse en silencio. El agua se retira y vuelve, en un ciclo que parece eterno, dejando un rastro húmedo. La atmósfera es embriagadora. Su mirada se pierde en el horizonte, en el punto en que el mar y el cielo se confunden en la distancia.
Editado: 21.11.2024