Capítulo 2
EL VIAJE DE LAS ALMAS
Jueves
01:47 a.m.
Me desperté y, apenas un segundo más tarde, me di cuenta que no podía moverme. Algo me había despertado, pero no podía estar seguro de qué cosa era sino que creía que nada más me había invadido la imperiosa necesidad de abandonar la ensoñación y tomar consciencia de mí en la vigilia. En realidad, apenas y había abierto los ojos en una línea tan delgada que lo que veía no era más que la luz tenue en el techo, borrosa. Era lo único que veía, una luz opaca y constante. Me costó creer que estaba consciente, sobre todo por la inmovilidad; sentía frío y eso cambiaba el panorama, porque no se concentraba en un lugar específico sino que se extendía por todo el cuerpo. El esfuerzo por moverme, que no lo parecía tanto, no sirvió para nada. Necesité unos cuantos minutos para pensar y comprendí entonces que quizá me había despertado en medio de lo que podría ser una parálisis del sueño; ese momento en el que el cerebro se despierta primero que el cuerpo. El cerebro registra actividad y se encuentra consciente, pero el ritmo cardíaco se reduce y los músculos del cuerpo permanecen estáticos. Lo siguiente que pasa, la peor parte, es que, como respuesta a la imposibilidad de movimiento y a lo sorpresivo de la situación, el pánico y la ansiedad se apoderan de ti. Y pese a mi propia consciencia de mi situación, sentí que comenzaba a atravesar esa última parte.
No conseguía ver más que la luz en el techo, pero sí podía escuchar. Y escuchaba, escuchaba mucho. El sonido estaba lo suficiente cerca como para identificarlo con el que producían el choque de varios objetos metálicos, el agua corriendo, alguna máquina similar a una aspiradora y, no muy seguro, también el mismo chirrido fastidioso de las pisadas humanas en un piso de baldosa lisa. Todo estaba ahí, al mismo tiempo, y no podía sino escucharlo contra mi voluntad y retorcerme sin conseguirlo al final: inmóvil escuchaba todo y me pregunté si es que, en realidad, no había despertado sino que, seguido de la parálisis estaba entrado en un sueño lúcido. Cerré los ojos quizá porque era lo único que parecía tener sentido y, al cabo de momento, me esforcé por volver a abrirlos, consiguiendo nada más que la línea mínima de luz de antes. Lo que en realidad me sorprendió fue notar que una sombra pasaba y comprobé que se trataba, efectivamente, de una persona cuando escuché que hablaba. No, hablaban. Eran dos personas:
—Debería haber un horario para esto, cada día se pone peor.
—Sí, porque la gente necesita un horario para matarse.
—No me refiero a eso sino a estar aquí.
—¿Tienes algo mejor que hacer?
—Cualquier cosa es mejor que esto.
Las voces fueron absolutamente claras, como si la distancia entre los interlocutores y yo no existiera. Debían estar, por lo menos, a los costado o hacía los pies. Después de una risa más cerca de la carcajada, dejaron de hablar, pero los otros sonidos continuaron allí, en todo el espacio; iban y venían, aparecerían algunos otros y luego se reemplazaron por más. Las sombras comenzaron a pasar con más frecuencia delante de mí, ignorando de alguna manera que estaba consciente y, con ello apabullando los reiterados intentos de hablar. De pronto el olor intenso a detergente pareció opacar incluso los sonidos y, tras unos segundo, —no muy seguro porqué— sentí que todo el cuerpo se me crispaba y contrario a lo que quizá debía ser, eso no me ayudó a librarme de la parálisis.
—Huele a que algo está pudriéndose —dijo la primera voz que había escuchado—. ¿Qué hiciste?
—Nada, creo que se descompuso sola. Mira, los cables parecen quemados.
—¿Quemados? Imposible.
—Entonces los ratas.
—No hay ratas en el hospital.
—Bueno, quizá solo es que se utiliza mucho. Cada vez llegan más y más.
La segunda voz, más fina, debía pertenecerle a una persona más joven. Traté de atender a la conversación, dejando a un lado mis propios pensamientos que no me decían mucho tampoco.
—Por dios, cállate. La gente se muere todo el tiempo. Terminemos con esto de una vez por todas, tengo que subir.
—¡Sé que la gente se muere todo el tiempo! No me refiero a eso sino a esto.
—Te escuché la primera vez que lo dijiste.
—Lo que digo tiene sentido.
—No para mí.
No hubo una respuesta diferente a una nueva carcajada por parte de alguno de los dos, el otro no se río e igual a mí me parecía que no existía razón, pero entre tanto, no tenía certeza alguna de comprender de qué cosa hablaban. Después de todo, la situación me dejaba más cerca de lo que me pareció podía ser una alucinación. La cuestión de si era o no, vino justo unos segundos después, cuando intenté, pero no pude, recordar más allá del momento en que me había despertado, en el caso de que fuera eso lo que pasaba conmigo. El olor a detergente permaneció estático en el aire, fueron, en cambio, los demás sonidos los que dejaron de escucharse. Los pasos seguían, las sombras seguían. Ninguno me tocaba más allá del frío terrible que iban metiéndose dentro de mis propias carnes, devorándome.
—¿Terminaste? Vamos, Charlie se encarga de lo demás.
El aviso de marcha no venía solo sino que trajo consigo, en primer lugar, que la luz se apagara y, noté que no era la única allí porque de alguna parte seguía alguna alumbrando, aunque menos insidiosa que esa; lo segundo fue aquel breve roce que necesitaba para librarme de la parálisis. No fue directamente a mí sino que debieron chocar contra el borde de donde yacía inmóvil, lo que a su vez me movió, enviando un corrientazo eléctrico que cumplió el propósito de despertar todo mi sistema nervioso. Erróneo, quizá, creí que iba a ser fácil después de ese punto, recobrar no sólo la consciencia sino también la movilidad, pero no lo fue. Sentía ahora, reconocía más bien, que era metal sobre lo que estaba y lo notaba adherido a mí, bizco y supe que de ahí venía el frío que estaba haciéndome temblar, eso y que me faltaba ropa cubriéndome la piel desnuda. Escuché la puerta cerrarse unos segundos más tarde, causándome un ligero estremecimiento, y con ello se marchaba también el sonido de las pisadas, abriéndole paso a un silencio espasmódico. Abrir los ojos por completo había sido lo siguiente en el orden de la reacción natural, terminé por levantar la mano izquierda para restregarme el rostro y acelerar el proceso. El cuerpo, por el espasmo anterior, pensé, no parecía dispuesto a llevar a cabo la mayoría de las órdenes que intentaba darle. Se movía apenas, despacio y manteniendo una leve descoordinación que me invalidaba, direccionándome a una irascible desesperación que me llevó a intentar levantarme.
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Editado: 24.11.2024