El bosque del lobo

Negación y dudas

El agua caliente caía sobre su piel, arrastrando el frío de la noche, pero no lograba disipar la sensación persistente que la perseguía. Bajo la ducha, las gotas golpeaban su cuerpo mientras Maya luchaba con los pensamientos que se desbordaban en su mente, como si intentara ahogar en la calidez del agua la inquietud que se aferraba a cada fibra de su ser.

—¿Por qué sigo sintiendo que eso está conmigo? —se preguntó en voz baja, intentando calmarse mientras la calidez del agua no lograba mitigar la tensión que se había instalado en su pecho desde que cruzó la puerta de su casa. Había pasado más de una hora desde que salió del bosque, pero esa sensación inexplicable seguía persistiéndole, como un eco del misterio que había presenciado.

Cerró los ojos y se permitió un momento para ordenar sus pensamientos, tratando de dejar atrás la tormenta interna que la envolvía. Sin embargo, aunque intentaba racionalizar lo vivido, una voz persistente seguía haciéndose escuchar en su mente.

—Fue un error salir de noche —murmuró con tono resignado, intentando calmar la inquietud que le apretaba el pecho.

Pero en algún rincón de su mente, otra voz se alzó, suave, casi susurrante:
No es un error, Maya. Algo te llama a mirar más allá.

Se obligó a sí misma a pensar en lo que había visto en el bosque, con esos ojos que la perseguían, y repitió en un intento de racionalización:

—Los lobos no susurran en sueños, las sombras entre los árboles no esconden guardianes de la noche, y los desconocidos en la penumbra no se desvanecen como fantasmas.

Pero, a pesar de sus palabras, algo seguía erizándole la piel, una sensación visceral de lo inexplicable. Al cerrar la llave del agua, el eco de sus propias dudas se fundió con el vapor que llenaba el cuarto.

¿Lo imaginé? Se preguntó.
Claro que sí, Maya. Fue solo el estrés, la confrontación con tu padre, y la presión del pueblo. No hay nada sobrenatural en ese bosque, solo árboles, tierra húmeda y sombras deformadas por el viento.

Sin embargo, en su interior, una pregunta persistía:
¿Y si fuera real? ¿Y si aquello no fue fruto de mi imaginación?

—Eso es absurdo —se replicó a sí misma, luchando por aferrarse a la lógica.

Más tarde, cuando se sentó en la cama, la carga de la noche caía sobre sus hombros. La imagen del hombre en las sombras, con esos ojos que contenían secretos inalcanzables, se repetía en su mente, clara y vívida, aterradora y fascinante al mismo tiempo.

Decidió ponerse de pie y caminar hacia la ventana. Afuera, el pueblo dormía bajo un silencio casi sagrado, iluminado solo por la pálida luz de la luna. Más allá de las casas, el bosque se alzaba como un gigante oscuro, casi impenetrable. Su presencia parecía ser la frontera entre dos mundos: el suyo, lleno de lógica y certezas, y el otro, indescifrable y lleno de misterio.

—Mira ese bosque —murmuró, como si al decirlo en voz alta pudiera encontrar una respuesta—. Allí, en la oscuridad, se esconde algo que no puedo comprender del todo. Tal vez haya algo que aprender.

El conflicto interno crecía. Caminó hacia su escritorio, abrió la laptop y comenzó a teclear en un intento de escapar de la maraña de pensamientos que la atormentaba. La pantalla en blanco parecía burlarse de ella, reflejando su mente dispersa, atrapada entre dos realidades.

—Necesito entender… —murmuró, colocando las manos sobre el teclado—. Necesito saber si lo que vi fue real o solo una ilusión.

Las palabras se le escapaban, como siempre lo hacían cuando su mente vagaba por el bosque, por aquellos ojos brillantes en la penumbra. Con una mano temblorosa, se pasó por el rostro, intentando borrar la imagen, pero la conversación interna ya había comenzado de nuevo.

—¡Es suficiente! —se dijo con voz firme—. Mañana te enfocarás en lo que realmente importa: tu madre, evitar los conflictos con tu padre y encontrar una salida de este pueblo opresivo.

Finalmente, al apagarse la luz y meterse bajo las cobijas, Maya se sintió atrapada entre dos mundos. La ventana entreabierta dejaba entrar una brisa que parecía susurrar secretos antiguos.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, mientras su madre le preparaba una taza de café, Maya intentó disimular la inquietud que aún latía en su interior.

—¿Dormiste bien? —le preguntó su madre con voz dulce, sin notar el torbellino interno de su hija.

—Sí, todo bien —respondió Maya, forzando una sonrisa—. Saldré a caminar por el pueblo.

Sin más plan, se encontró en la antigua biblioteca, hojeando libros viejos sobre la historia del pueblo y sus leyendas. No sabía exactamente qué buscaba, pero las historias de guardianes de la noche y secretos en el bosque parecían llamar su atención. Cada una parecía ser una pieza del rompecabezas que su mente intentaba juntar.

¿Podría ser que las leyendas tuvieran algo de verdad? pensó, mientras observaba las ilustraciones envejecidas.

La conversación interna se convirtió en una constante, una batalla entre la seguridad de lo conocido y la fascinación por lo desconocido. Aunque en público Maya mostraba una fachada serena y racional, en la intimidad de su mente libraba una guerra de ideas, un diálogo sin fin que la impulsaba a cuestionarlo todo.

Una noche, después de un día especialmente agotador, se sentó en el alféizar de la ventana, mirando la oscuridad. El silencio la envolvía, y sin darse cuenta, comenzó a hablar en voz alta, como si el universo estuviera allí para escucharla.

—¿Qué es lo que realmente me llama de ese bosque? ¿Será que hay algo en mí que solo allí puede encontrarse?

La respuesta llegó en forma de un suave susurro, o tal vez fue el eco de sus propios pensamientos. La sensación de la presencia en el bosque parecía querer comunicarse, desvelar secretos guardados en las sombras.

Esa noche, Maya comprendió que no podía seguir ignorando esa parte de sí misma. La conversación interna ya no era solo una duda, sino una invitación a explorar lo desconocido, a enfrentarse al misterio. Se prometió a sí misma que, sin importar lo que la razón dictara, regresaría al bosque y descubriría lo que tenía que decirle.




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