El callejón de los sueños rotos

Capítulo IX

Rosa se despertó y un par de ojos brillantes la observaban en la oscuridad.

Se quedó tranquila tratando de recordar donde estaba y por qué se sentía tan cerca del piso. Poco a poco fue recuperando la noción de las últimas horas y se volvió a acomodar en su lado de la colchoneta. Estaba en casa de su tía María y frente a ella, un gato le daba los buenos días.

Julia se despertó un par de horas más tardes.

-Rosa, Rosa.

A la segunda llamada la niña se espabiló.

-Levántate Rosa, que hay que recoger todo esto antes de que se despierten los demás.

La claridad aún no entraba por las rendijas así que no debían ser más de las seis de la mañana. Ambas se prepararon y recogieron la colchoneta y las sábanas devolviendo a la sala su aspecto habitual.

María fue la primera en salir del cuarto directo a preparar café.

-Buen día ¿Cómo durmieron?

-De maravilla, María.

Mintió Julia que tenía la espalda hecha polvo y tuvo que contar hasta veinte para levantar sus huesos de la colchoneta.

-Julia yo me voy a trabajar ahora a las 8, Ricardo y Lucía se van antes. 

-Está bien, no hay problema. ¿Quieres que te adelante algo en la casa?

-No tranquila, al mediodía ya estoy aquí. Hoy tengo que limpiar una sola casa, pero voy a averiguar por ahí a ver qué te consigo.

-Gracias mi hermana.

María le sonrió y continuó las preparaciones matutinas. Ricardo y Lucía se despertaron con caras de pocos amigos al ver los cuatro ojos de más que los esperaban en el comedor.

-Lucía ese pan no te lo comas que es el de la merienda.

-¿Y qué desayuno mami?

-La leche mija, te la dejé en el jarro.

-¿Blanca?

-Bueno Lucía a ti no te gusta con café y chocolate no hay.

-Qué raro, si en esta casa no hay nunca nada.

María entornó los ojos incómoda ante los reclamos de su hija, por suerte Ricardo no había salido del baño si no se armaba desde temprano. Ella no quería admitirlo delante de su marido, pero Lucía cada día estaba peor, no ayudaba en la casa, en la escuela los problemas eran diarios y no se cansaba de pedir. 

Ella había tenido mucha culpa en eso, al ser la más chiquita y la única hembra siempre se le malcrió. Lucía hacía su voluntad con sus hermanos y su padre era un monigote en sus manos. Ella era la niña linda de la casa hasta que creció y se convirtió en una adolescente déspota y desconsiderada, que no le daba el valor a todo el trabajo que pasaban sus padres para ponerle un plato de comida en la mesa.

Todos los días venía hablando de cosas que María nunca había oído nombrar, que si el último zapato, la mochila de no sé qué y la ropa de no sé dónde. Nunca había traído a ninguna de sus amigas a la casa porque no quería que vieran como ella vivía y cuidadito con que su madre dijera delante de alguien que era de Pinar del Río.

María estaba orgullosa de sus raíces, pinareña a mucha honra, lo importante era que nadie en su familia sabía lo que era la cárcel ni el mal camino. Sus hijos trabajaron duro cada día de sus vidas desde que salieron de la secundaria y eran hombres de bien. Cada vez que podían le enviaban un dinerito que María y Ricardo estiraban como un chicle y siempre guardaban un poquito con la esperanza de, al menos, comprarle unas ropitas a Lucía para sus quince. 

Pero esos ahorros no iban a alcanzar para todo lo que quería la criatura, que no comprendía que había que taparse hasta donde te diera la sábana. Ella prefería dormir con el culo al aire mientras que pudiera aparentar que tenía colcha de sobra.

-No le abras la puerta a nadie que este barrio es lo peor. Cuídense.

María se despidió de su hermana dándole las indicaciones necesarias de dónde estaba cada cosa dentro de la casa y luz verde para utilizar lo que necesitara. En el refrigerador no había mucho que se pudiera comer, pero lo que había era para todos. María llevó el alma de Viñales para su casa en aquel barrio habanero y, a pesar del disgusto de Ricardo, siempre era buena anfitriona con todos. 

Julia y Rosa se quedaron solas en la casa y así estarían por cuatro horas más. 

-Mira que esta María es regada, ni porque es pinareña. Mira para esto, donde quiera un bulto de ropa y la cocina ¡por favor! hay mugre por todas partes. En ese baño yo no pienso sentarme capaz que coja cualquier bicho. ¡Rosa! Suelta el gato niña.

Para distraerse del monólogo de su tía, la niña se entretuvo jugando con el gato. No sabía su nombre, pero no le importaba, el peludo se dejaba acariciar como si conociera a Rosa de toda la vida. Pensó en Martha y se preguntó que estaría haciendo aquella hermana y casi sin darse cuenta se llevó la mano al crucifijo que le había regalado. 

Aquel gesto se convertiría en habitual para Rosa y cada vez que la imagen de su hermana invadiera su mente, tocar el crucifijo la haría sentirse más cerca de Martha.

A las doce en punto María entró por la puerta y traía el cansancio reflejado en la cara.

Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos.

-Estos habaneros se piensan que porque uno es pinareño es anormal. Tú sabes lo que es que después del mes entero trabajando en esa casa, limpiando tres pisos, cuatro baños y dos cocinas y una pila de cuartos; no me hayan pagado. 

-¿Pero cómo así? ¿Ellos pueden hacer eso?

-Claro Julia, ellos pueden hacer lo que les dé su soberana gana, ¿A quién le voy a ir a reclamar? Me tengo que meter la lengua donde no me de el sol y esperar. Pero ya les dije que si en dos días no me pagan no voy más.

-¿Y te pagarán?

-Bueno, la verdad ellos pierden más que yo, porque ese es trabajo por lo menos para tres gentes o el triple del salario y yo lo hago solita y sin quejarme. Tú sabes que yo soy una animal. 

-No es fácil. ¿Me pudiste averiguar algo de lo mío?

-¡Ay sí chica!, con el disgusto se me había olvidado. Mira, ahí trabaja una muchacha que la tía se quedó solita porque los hijos se fueron para el yuma. Es una viejita que está en candela la pobre y están buscando alguien que se vaya a vivir con ella y que la cuide. Hay que hacerle de todo, porque la señora no se para de la cama. Pero bueno te garantizan el techo y un salario. Yo le hablé de ti que eres seria, muy limpia y que estás fuerte. Le dije que eras mi hermana y ellos saben cómo soy yo. ¿Te cuadra?




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