Matías se dejó caer en el sillón de su habitación, con el manual descansando sobre sus piernas y una sensación de fracaso envolviéndolo como una manta pesada. Había pasado días intentando descubrir cómo lograr que Isolde confiara en él, pero cuanto más lo pensaba, más imposible parecía la misión.
—Ganar confianza... ¿Cómo se hace eso? —gruñó, dejando caer la cabeza hacia atrás.
Cerró los ojos por un momento, intentando calmar su mente, pero entonces sintió cómo la temperatura de la habitación descendía. El aire se volvió más pesado, y un escalofrío recorrió su espalda.
—Otra vez tú... —murmuró, sin molestarse en abrir los ojos.
—¡Así es! —respondió la voz burlona del encapuchado, llena de una alegría casi teatral—. ¡Volvemos a vernos, querido Matías!
Matías abrió un ojo, mirando con desdén a la figura que se materializaba frente a él.
—¿Qué quieres ahora?
El encapuchado se rió, una carcajada que resonó en la habitación como un eco infinito.
—Oh, solo vine a divertirme un poco. La última vez que te vi, tu actuación fue... magnífica. Nunca había visto a alguien suplicar de una manera tan... humillante.
—¿Vas a ayudarme o solo viniste a burlarte? —espetó Matías, cruzándose de brazos.
El encapuchado fingió estar pensativo, llevándose una mano al mentón.
—Hmm, podría hacer ambas cosas. Pero no sería divertido si solo te dejo sufrir, ¿verdad? Después de todo, me diste una buena carcajada.
Matías suspiró.
—¿Me vas a ayudar o no?
—Ah, sí, la confianza de Isolde... —dijo el encapuchado, estirando las palabras como si saboreara cada una—. Bueno, digamos que tiene algo que ver con el amor.
Matías levantó una ceja.
—¿Amor? ¿Qué clase de pista es esa?
El encapuchado se encogió de hombros, su capucha ocultando cualquier rastro de expresión.
—Descúbrelo tú mismo. Aunque te daré un consejo gratuito: deja de ser tan... tú.
Matías apretó los dientes, pero antes de que pudiera responder, el encapuchado desapareció, dejando tras de sí una risa burlona que parecía impregnar el aire.
—"Deja de ser tan tú"... ¿Qué demonios significa eso? —gruñó, lanzando el manual sobre la cama.
Tras horas de frustración y pensamientos inútiles, Matías llegó a una conclusión: si quería ganarse la confianza de Isolde, tenía que empezar por no parecer un completo desastre en la competición. No tenía idea de cómo ser elegante, inteligente o siquiera mínimamente competente en estas pruebas, pero sabía que Isolde sí.
La idea de pedirle ayuda era humillante, pero la alternativa era mucho peor. Con eso en mente, fue a buscarla al invernadero.
Cuando llegó, encontró a Isolde arreglando un ramo de flores silvestres en un jarrón. Al escuchar sus pasos, levantó la vista y le dedicó una sonrisa tímida.
—¿Necesitas algo, Evangeline?
Matías respiró hondo. Este era el momento.
—Sí... necesito tu ayuda.
Isolde parpadeó, claramente sorprendida.
—¿Mi ayuda? ¿Con qué?
Matías se pasó una mano por el cabello, un gesto que había hecho toda su vida pero que ahora se sentía extraño con las ondas doradas que caían sobre sus hombros.
—Con las pruebas. La inteligencia, la elegancia... todo eso. Soy un desastre en estas cosas, y si no me ayudas, voy a hacer el ridículo.
Isolde lo miró fijamente por un momento antes de asentir con una sonrisa amable.
—Claro, puedo ayudarte.
Matías sintió una mezcla de alivio y vergüenza.
—Gracias.
....
Primera Lección: Elegancia
Esa tarde, Isolde llevó a Matías a uno de los salones de práctica de la mansión, un lugar lleno de espejos y muebles elegantes. Colocó un libro sobre la cabeza de Matías y lo hizo caminar de un extremo al otro de la habitación.
—La clave es mantener una postura erguida y caminar con gracia —explicó Isolde, demostrando con pasos fluidos que parecían sacados de un manual de etiqueta.
Matías, por su parte, parecía un pato tambaleándose sobre un lago helado. El libro cayó al suelo por quinta vez en menos de dos minutos, y Matías lo pateó con frustración.
—¡Esto es ridículo!
Isolde se rió suavemente, cubriéndose la boca con una mano.
—No es tan difícil. Solo necesitas concentrarte.
—¿Concentrarme? ¡Tengo un vestido que me aplasta las costillas y zapatos que parecen armas medievales! —protestó Matías, señalando los tacones con indignación.
Isolde no pudo contener una carcajada esta vez.
—Está bien, está bien. Vamos a intentarlo de nuevo.
Aunque la práctica fue un desastre, Matías no pudo evitar notar que Isolde parecía más relajada. Por primera vez, la veía reír de verdad, y aunque era incómodo admitirlo, no era una sensación tan mala.
....
Segunda Lección: Inteligencia
La siguiente lección fue aún más humillante. Isolde llevó a Matías a la biblioteca, donde preparó una serie de preguntas sobre historia, política y etiqueta.
—¿Quién fue el tercer rey del reino de Alvernia? —preguntó Isolde, mirándolo con expectación.
Matías la miró fijamente, con la mente completamente en blanco.
—¿Rey de qué?
Isolde suspiró, escribiendo algo en un papel.
—Está bien, intentemos algo más simple. ¿Cuál es el tenedor que debes usar primero en una cena formal?
Matías señaló el más grande, esperando que fuera la respuesta correcta.
—Ese, supongo.
Isolde dejó escapar una risa involuntaria.
—No, ese es el tenedor para la carne. Siempre comienzas de afuera hacia adentro.
—¿De afuera hacia adentro? ¿Qué tiene que ver eso con comer? —gruñó Matías, tirándose del cabello.
A pesar de las constantes equivocaciones, Isolde continuó con paciencia, aunque Matías sospechaba que estaba disfrutando un poco del espectáculo.
.....
Tercera Lección: El Arco
La última lección fue menos desastrosa. Isolde llevó a Matías al patio trasero, donde había un pequeño campo de tiro con arco. Aunque Matías nunca había usado un arco en este cuerpo, su experiencia pasada le dio cierta ventaja.