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BIENVENIDOS A PIZZA FARLAND
De cómo empezó nuestra nueva aventura…
Señoras y señores, clientes y amantes de las pizzas del mundo. Les informo que esta es la continuación de mis relatos sobre la Isla de Farland. Si conocen la historia, y están de acuerdo conmigo, Jaime Platas, en que es risible, ridícula, patética y hasta cierto punto ilógica, prepárense para sorprenderse, porque todo aquello no era nada en comparación con este nuevo compilado de tonterías.
Así es, estamos de vuelta donde nos quedamos, Abraham, Lily, Vivian, Alex, Al y yo, justo en nuestros primeros días de vacaciones de verano, disfrutando de nuestra victoria en la aventura de los Orbes Cósmicos, en días perfectos sin invasores alienígenas, zombis, máquinas mutantes ni dinosaurios. Bueno, algunos dinosaurios sí.
Pero esta vez los peligros no son las cosas desconocidas, sino las más conocidas, porque qué puede ser más mortal para la gente que la gente misma en sí. En especial aquella gente enfurecida porque su pizza ha llegado fría.
Así es. Yo, Jaime Platas, ahora soy el repartidor de Pizzas. ¿Cómo llegué a esta situación? Eso es lo que estoy a punto de relatar.
…
–31 minutos. ¡Ahora es gratis!
Las peores palabras que alguien en mi situación pudiera escuchar.
–¡Pero no es mi culpa!– repliqué, sosteniendo aún el ticket de compra –¡No daba con la casa! ¿Cómo hacerlo? ¡No estaba numerada!
–Pero es trabajo de ustedes los repartidores arreglárselas dentro del tiempo límite. En fin. Muchas gracias, aunque la pizza ya esté fría. Saluda a Mairo de mi parte. Adiós.
Y la puerta se cerró ruidosa y peligrosamente cerca de mi nariz, sentenciándome a la ira venidera de mi jefe.
Era mi segunda entrega fallida aquella semana.
Y ese era yo, Jaime Platas, el chico de las pizzas, una vez más, con una expresión de fracaso en el rostro y cero efectivo en los bolsillos. ¿Ni siquiera una propina? ¡Cómo hay gente tacaña en este mundo!
Lejos de recibir algún tipo de recompensa con mi esfuerzo, ya podía imaginarme la reprimenda que me esperaba al volver a la pizzería. Fallar dos entregas en una semana. ¿Se preguntan por qué tiemblo? Si es así, es evidente que no saben para quién trabajo.
Pero remontémonos a la semana anterior, cuando empezó mi martirio.
…
Todo empezó la mañana siguiente a la despedida del conferencista que nos ayudó en nuestra aventura anterior, la cuál, para evitarles detalles en caso de que no lo hayan leído todavía, evitaré volver a mencionar. Abrí los ojos antes de levantarme de la cama, pues escuché la voz de Fransuá, mi mayordomo, llamándome y golpeando la puerta.
–Señorito Platas. Sus amigos le esperan afuera. ¿Desea que los eche para que usted pueda seguir durmiendo?
–No– exclamé –Por favor, diles que pasen a la sala. Enseguida me visto para recibirlos. Ofréceles algo de beber.
Fransuá se retiró de mi puerta, murmurando algo sobre que a mi papá no le agradaría mi caridad con los pobres si se enteraba. Me vestí tan rápido como me fue posible y bajé por las escaleras. Mis amigos se levantaron en cuanto me vieron y Abraham dejó caer una taza de chocolate caliente, que se hizo añicos.
–¡Jaime!– exclamó Lily como siempre, mientras Fransuá, refunfuñando, pasaba un trapo sobre el piso –¡Qué alegría verte de nuevo!
–¿Por qué?– le pregunté –Ayer también nos vimos. Eso hemos hecho todos los días desde que nos conocimos.
–Sí, pero hoy es un día más especial aún.
Aquello no me daba buena espina. ¡Si tan sólo esa mañana hubiera escuchado mis corazonadas!
–¡Así es!– añadió Abraham –Hemos ido a visitar a varios chicos de la escuela y todos están ansiosos porque les enseñes ese juego que inventaste.
–Ya les he dicho muchas veces que yo no inventé el soccer.
Farland, como recordarán, es una isla bastante remota y aislada del resto de las civilizaciones del mundo, a las cuales consideran demasiado primitivas para molestarse en conocer. Aquello aún no me quedaba claro del todo, después de todo, Farland es una isla donde hay dinosaurios en las calles y robots que hacen los quehaceres domésticos. Por el otro, no hay juegos de video, ni deportes más allá del voleibol, o al menos, es el único que he tenido la oportunidad de ver. Ni siquiera los niños juegan a las canicas, pues aquí en Farland se trata de un juego ceremonial sagrado y reservado para la gente mayor.
–Bueno– continuó Abraham –No importa quién lo inventó. Lo importante es que todos quedarán maravillados con el juego. ¡Vamos! Desayuna bien, y luego te esperamos en el parque.
–¿El que está a un par de calles de la Plaza?– le pregunté.
–Ese mismo– respondió riendo –El parque que está a contra esquina de la pizzería, a sólo un par de calles de la entrada al coliseo.