El circo de los sueños

Capítulo 5

Tenemos cinco minutos en un estacionamiento de una tienda de autoservicio en la carretera principal de la ciudad de Nueva Orleans.

Nos mantenemos tranquilos, silenciosos y abrumados de todo por lo que tuvimos que pasar en un día así de inusual, un día tan excéntrico en el que el destino nos ha puesto como sus mejores guerreros.

Si es que así se nos podría llamar.

Supongo que la noche es cálida y se trata de una de las últimas que el año dos mil diecinueve tendrá, septiembre ha llegado y con ello se van desvaneciendo los días de verano.

Digo "supongo" porque en este momento el auto mantiene el clima encendido haciéndome tiritar en el asiento donde acomodo vagamente mi jumpsuit como si pudiera cubrir un poco más de mis piernas llenas de frío.

El sonido de una mariposa revoloteando dentro del coche nos trae a ambos a la realidad de que son ya pasadas de las doce y tras verme Wilhelm intentando sobrevivir al frío baja el aire acondicionado hasta el 1.

No quiero decir que mi mente había maquinado una escena más romántica con su chaqueta mostaza sobre mis hombros, pero lo hago y lo peor de todo es que mi vista está posada precisamente en la prenda que lleva consigo así que me muerdo el interior de la mejilla con tal de reaccionar.

¡Eso no va a suceder!

—¿Va a dejar que la lleve a casa? —cuestiona Wilhelm viéndome de reojo mientras acomodo un par de mechones pelirrojos rebeldes que llegan a inmiscuirse hasta mis labios entreabiertos.

—¿Cómo lo descifró? —pregunto dejando escapar la duda que me ha embargado desde que salimos de aquel lugar.

—¿El qué? —inquiere frunciendo el entrecejo.

¡Anda, hazte el que no sabe de qué estoy hablando!

—Lo de su hermano...—murmuro viendo por el retrovisor, enfocándome en las luces neón que adornan la tienda a espaldas de nosotros—. Sobre Marcus.

Pero de pronto el espejo retrovisor es manipulado por Will haciendo que lo mire esta vez a él directamente a los ojos sin distracción alguna.

Su acto solo me hace consciente de que ha sido una buena jugada por parte del hombre de acero.

Tabatha—dice probando mi nombre en sus labios haciendo que recuerde que es la primera vez que me llama así después de darse cuenta que este es mi verdadero nombre—. Tabatha es un nombre que salió muchas veces en las conversaciones de preparatoria de Marcus, disimulado como una "amistad" y los buenos momentos que tenían en ella—dice con una sonrisa socarrona—. Así que no fue difícil conectar las piezas mucho más cuando él no fue capaz de ocultar sus celos y rabia al vernos ahí, juntos—puntualiza lo último apretando la mandíbula como si tuviera un peso de plomo decir que estamos saliendo o manteniendo una relación—. ¿Entonces me dirá a donde llevarla?

—Vivo en el barrio de Central City—le aclaro y sé que Will reconoce de inmediato que es uno de esos sitios a los que tú madre y la policía suelen decirte que jamás vayas a visitar—. No espero que me lleve hasta ahí, es un lugar peligroso puedes dejarme en esta carretera y yo...—le digo desabrochando el cinturón de seguridad con rapidez para disponerme a salir del auto.

Si calculo bien el tiempo corriendo hasta mi casa llegaría en menos de 40 minutos, cosa que no está mal para mi abdomen que me pide comenzar a hacer ejercicio porque he perdido la rutina.

Otra vez.

—La llevaré—declara con seguridad Will encendiendo el auto mientras mantengo mi mano estática sobre la manija de la puerta.

¿Y si acelera mientras dejo la puerta abierta? ¿Y si raspo la lámina del carro que está a un costado?

¿Y si termino de poner pretextos y dejo que me lleve hasta casa?

—Le he dicho...

—No me da miedo ese lugar Tabatha—declara el hombre con determinación viéndome con seriedad—. No voy a dejar que vaya sola cuando después de todo fui yo quien le pidió que siguiera con todo esto.

Culpable, Wilhelm se siente culpable por todo lo que tuvimos que presenciar y no sé cómo es que mi corazón se encoge de solo pensar que defenderme ha sido parte de ello y no porque realmente piense que soy una buena persona.

Pero con el espejo retrovisor siendo acomodado y las indicaciones de Wilhelm a regañadientes para que me coloque nuevamente el cinturón me hace pensar que quizá la Tabatha del pasado no terminó por arruinar absolutamente todo como suele hacerlo.

Avanzamos unos cuantos kilómetros visualizando gente movilizándose en bicicletas a un costado y me pongo alerta de inmediato cuando Will se gira a verme de reojo deteniendo el auto cerca de una vieja vinoteca abandonada.

—¿De aquí cómo puedo llegar a su casa? —masculla sonando avergonzado mientras mantiene las manos al volante.

A nadie le gusta admitir que se ha perdido y mucho menos tener que pedir ayuda al copiloto, lo he vivido antes.

Y ciertamente lo he odiado.

—En el segundo semáforo puede dar vuelta a la derecha—indico a Will después de visualizar el panorama con atención, he recorrido estas calles hasta gateando.

—No me va muy bien siguiendo las instrucciones del GPS—explica el hombre al cabo de unos segundos visualizando con desconfianza la pantalla que aparece enfrente—. Es por eso que le he preguntado.

—Es bueno pedir ayuda—admito logrando que esboce una sonrisa ladeada.

¿He dicho ya que Wilhelm tiene una sonrisa preciosa?

—¿Sigue teniendo frío cierto? —cuestiona mirándome a los ojos—. Sus labios...—carraspea—. Quiero decir, sus labios están morados—indica haciendo que me visualice horrorizada en el espejo para ver mi aspecto—. Tome esta cobija—indica colocando sobre mis piernas una manta en color negra—. Estoy cambiando de departamento así que sigo llevando cosas de un lado a otro.

—Entiendo—digo conociendo la razón por la que tendría con una manta de tamaño cama kingsize en el auto—. Gracias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.