Madrid. Año 1519
Cruzaba la avenida; miraba de un lado, y miraba del otro lado; Siguió por la avenida, y notaba que la miraban. Era como una pantera, sus pasos eran largos, elegantes, medidos, el renegrido pelo lacio que caía sobre sus hombros, volaban lentos, por la brisa de la mañana. Tenía sandalias de cuero con tiras que subían por sus pantorrillas, que dejaban ver el pantalón de lino a media pierna, que le hacía juego con la chaqueta pintada de verde y dorado. Todos se daban vuelta a mirarla. Llegó a un portón de hierro que luego comunicaba a una gran puerta de madera, tras la cual apareció casi corriendo un guardia.
- pues lo siento, lo siento, no puede entrar usted, ésto no es un edificio público- y mientras hablaba acalorado la miraba de arriba abajo. Le miraba los pies desnudos, le miraba el pelo, estiraba el cuello para mirar por detrás, hasta que luego la rodeó.
-Debe retirarse usted de inmediato, ¿quién es, cómo se llama, que hace aquí?- y seguía mirando ahora los collares de oro que lucía, el brazalete de oro en medio del dorado brazo, la coronita de oro que cruzaba su frente. Ella lo miraba también a través de sus profundos ojos color azulado, y con una eterna lentitud, abrió el bolso de cuero que llevaba cruzado a su espalda. El hombre azorado miraba también dentro del bolso, esperando tal vez una identificación, pero quedó más azorado y dando un paso atrás, cuando ella lo único que sacó de su bolso, fue una pipa con boquilla de oro, y se puso a fumar.
Exhaló el humo con ceremonia, y por fin habló. Ella era una mujer, era muy evidente, pero su voz no tenía sexo, fue categórica sin ser varonil, fue sensual sin ser débil, ni inhibida.
-soy Isabela Grimaldi, me esperan en una reunión de negocios
Como el hombre dió un paso atrás por su propio sobresalto, ella lo ignoró entonces y se dirigió hacia la escalera de mármol que tenía enfrente. Llegó al primer piso y encontró una puerta abierta, se asomó, había dentro de la sala diez hombres sentados alrededor de un gran escritorio. Todos quedaron mirándola, y uno de ellos le dijo: - perdone usted… dama, pero se ha equivocado de lugar, y no sé cómo entró, pero para salir, baje la escalera y.. -
Ella en un segundo miró los diez rostros sorprendidos de ver su imagen, exhaló el humo de su pipa y entró, ante la mirada atónita de ellos, que no atinaban a decir nada. Isabela se sentó en la única silla que quedaba libre, y luego de acomodar en ella sus largas piernas, mirando a la cara a todos, les dijo:
- soy Isabela Grimaldi -
Estaban demudados, acalorados y rojos. Uno de ellos solo pudo abrir la boca para decir casi en un susurro, porque se le ahogaba la voz: - hace 15 minutos que…. Que la esperamos….-
- bueno, ya estoy aquí, podemos empezar si les parece-
- ¡pero, y, sus asistentes!, su contable... ¿dónde están…?.-
- no se preocupe por ellos, no vendrán- y volvió a encender la pipa que acababa de apagársele.
Uno de los hombres no podía reponerse de la sorpresa, y comenzó a toser. Le dijo casi sin poder mirarla a la cara:
- es… es el humo de su pipa, Srta., es el humo demasiado fuerte, diría yo…
- ah! sí, por supuesto, no se preocupe señor, puede quedarse afuera si lo prefiere, o quedarse cerca de la ventana que tiene abierta detrás suyo- y mirando al hombre que estaba sentado en la otra punta del escritorio- ese debe ser el contrato, entrégueme la copia para leerlo, si le parece bien- y hablaba con tanta serenidad, autoridad, y dominio de ella, que los hombres estaban paralizados. Era una carpeta de 50 hojas. Ella la tomó y comenzó a dar vuelta hoja por hoja. Los hombres estaban en silencio, no podían creer que una mujer se presentara ante ellos a negociar, sola, fumando, mostrando sus pies, sus piernas, sus brazos, y mostrando tanto oro en su cuerpo. Además todos pensaban que ella no leía el contrato, que sólo estaba figurando, y en realidad no sabían a qué atenerse. En menos de 5 minutos, ella cerró la carpeta, y les dijo:
-en la hoja 5 hay un error en el precio, en la hoja 7 otro error en la cantidad de barcos, en la hoja 12, un error de la redacción, y en la hoja 25 hay una cláusula, creo que también por error, escrita en otro idioma.-
- pues claro, claro, - se apuró en hablar uno de ellos- yo le voy a traducir Srta.
- no se tome tal molestia, ya la he leído yo señor, y es una cláusula fuera de términos, por lo tanto directamente la tienen que eliminar; si modifican los errores, podemos firmar, de lo contrario, nos vemos dentro de 60 días, a mi regreso de América.-
Los hombres se movieron en sus asientos y parecían molestos. Uno de ellos le dijo:
- Srta. Grimaldi, lo que usted ha leído, son nuestras condiciones, o la acepta o no hacemos negocio-
- muy claro señor,- dijo poniéndose en pie- con tanta serenidad que daba la impresión de no saber lo que estaba haciendo allí
- pero...pero... espere usted, joven, debe saber que esa flota ha sido construida a pedido nuestro, hace mucho tiempo estamos esperando la entrega y…-
- sí, sí, recuerdo bien cuando ustedes encargaron la construcción de 200 carabelas, y recuerdo que mi administrador dijo en esa oportunidad que ustedes se negaron a hacer la seña de precio, ¿me equivoco señor?
- Pues…no, no se equivoca, ¡¡es así como lo ha dicho!!!!
- Bien, entonces eso le hará pensar, que esos 200 barcos, son enteramente míos, y sin mis condiciones y precio, seguirán siendo míos…-
A los 30 minutos, estaba el contrato listo con las modificaciones. Isabela volvió a tomarse 5 minutos, lo leyó todo nuevamente, y entonces firmaron. Ella se puso de pie, dispuesta a marcharse.
- hay algunas cosillas menores que arreglar- dijo uno de ellos