El diario de Elena [primera parte]

Prólogo.

El bosque, con su ambiente húmedo, silencioso y lleno de tonos opacos característicos del invierno, hacía que aquel entorno por donde me desplazaba pareciera pertenecer a una película de terror. Como copiloto en esta ocasión, pude percatarme de todos los detalles que alguna vez ignoré en el camino de retorno al pueblo del que una vez escapé.

Los pinos cubrían toda la costa del Pacífico, mientras que los ciervos se escabullían entre ellos, buscando comida o quizás huyendo de algún depredador, tal como aquel que acechó en mi juventud por esta zona. El auto zigzagueaba entre las curvas con la precaución necesaria para evitar resbalar sobre la fría capa de hielo que cubría el asfalto, y fue en esos momentos de silencio cuando contemplé con nostalgia aquel bosque extenso. ¿Cómo unos pinos con sus hojas cubiertas de nieve podían provocar tantos sentimientos?

Al pasar por la última curva de aquella autopista, logré divisar el letrero del pueblo, el cual mostraba el paso del tiempo sobre él: un letrero de roble añejo, a punto de caer. —Según el navegador, estamos a dos kilómetros de la entrada del pueblo, señorita Emma— Susurra Elías, el chofer asignado por la editorial para este viaje— comenta antes de regresar su atención a la autopista. Con esas palabras, mi corazón empezó a acelerar sus latidos. Mis uñas se clavaron en las palmas de mis manos, formando de manera inconsciente un puño que hizo que mis nudillos comenzaran a tornarse pálidos a causa de la presión ejercida. Y cómo olvidar el sudor; todas eran señales claras de mi ansiedad y del ataque de pánico que se avecinaba, pero sabía que ya no había marcha atrás; tenía que controlar mis emociones para llegar a mi destino.

La voz de Elías y la música clásica pasaron a segundo plano cuando mis pensamientos se volvieron más fuertes que el exterior. El letrero de bienvenida del pueblo estaba cada vez más cerca: un miserable cartel tallado en madera que en cualquier momento podría sucumbir debido a las deplorables condiciones en las que se encontraba. Sin embargo, a pesar de haber perdido su atractivo con el paso del tiempo, aún lograba leerse con claridad el nombre "Sacramento" en color amarillo, junto con su eslogan: "El mejor pueblo para vivir". —Ironías —pensé al cruzar el letrero e ingresar al pueblo. No había marcha atrás; estaba de regreso en Sacramento.

—No entiendo porque decidimos mudarnos a una casa en un pueblo que nadie conoce —Observó a mi hermana quien conduce con suma emoción a nuestro nuevo hogar.

—Hemos heredado esta casa por parte de nuestra abuela, por lo que no podemos dejarla abandonada. Además, necesitamos un lugar tranquilo para sanar nuestras heridas —respondió Alexa—. El accidente fue hace un par de meses, y tú aún no quieres hablar sobre ello —suspira antes de seguir la autopista hasta llegar al letrero de roble de Bienvenida de Sacramento—, Es mejor que estés en un lugar tranquilo para que te liberes de todos esos pensamientos negativos y logremos sanar la reciente pérdida de mamá.

El vago recuerdo de un episodio de mi infancia me hizo sacudir la cabeza, como si esa acción pudiera despojarme de él. Elías estacionó el auto frente a la tienda con estética de los años dos mil, la misma tienda en la que trabajé hace un par de años —, Espérame en el auto — me limité a decir.

Al poner un pie oficialmente en el territorio de Sacramento y sentir el aire fresco en mis pulmones, empecé a sentirme como la joven de diecinueve años que alguna vez trabajó en ese lugar. Acomodé mi gorro de lana y apreté mis puños, esperando que aquel acto me diera la valentía necesaria antes de emprender mi corta caminata hasta la puerta de la tienda; un letrero de luces de neón me daba la bienvenida al lugar.

Al abrir la puerta, una campanilla oxidada anunció mi llegada. El lugar era exactamente el mismo de hace cinco años; de hecho, la caja registradora seguía en el mostrador a la orilla de la ventana en el lado derecho de la puerta justo con los cigarrillos de la marca más barata que existe y uno que otro snack para tomar rápidamente. Los estantes estaban repletos de diferentes artículos, la mayoría dirigidos a las personas viajeras.

Caminé entre los pasillos en busca de la bebida más azucarada que solía compartir con mi hermana, y esa búsqueda me llevó al final del último pasillo, en la sección de bebidas enlatadas. La diferencia entre la gran ciudad y la vida en el pueblo era notable incluso en las bebidas, ya que Sacramento, al igual que en muchas otras cosas, no tenía una gran variedad de sodas. Mis opciones se limitaban a la soda barata de sabor a uva de una marca desconocida, con letras en árabe, que había sido mi fiel adicción desde que tenía diez años. —Perfecto para aumentar mi diabetes —sonreí al tomar dos latas de soda.

Al cerrar la puerta del refrigerador y dar un paso hacia atrás, tropecé con alguien, tirando al suelo algunos papeles que esa persona llevaba consigo. —Mil disculpas, no me fijé en el camino —dije, mientras intentaba recoger todos los papeles esparcidos en el suelo. Cuando estaba a punto de tomar el tercer papel, una mano interfirió. Me percaté del tatuaje de estrellas al inicio de la muñeca, el tatuaje que compartía con una única persona en todo el mundo: mi única amiga y la persona que más amé, Addie.

—Addie — Aquel nombre que había sido tan desconocido para mí en los últimos años finalmente se liberaba de mis labios con un anhelo indescriptible ¿Cómo pasamos a ser dos desconocidas?

— ¿Emma? —escuchar mi nombre en una pregunta ahogada por el temor tal como si mi nombre o rostro fuese un fantasma en su vida—, ¿Realmente eres tú o simplemente eres otra alucinación en mi mente? —Ella se acerca hacía mí y encontramos en un extraño, pero reconfortante abrazo —, No debiste volver — susurra a mi oído causando un escalofrío —, ¿Qué haces en este lugar?




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